DÍA 15
- Buenos días, vecino- dijo Juan. Aunque hace años que vivimos puerta
con puerta y conocemos nuestros nombres, en el portal sigue llamándome así.
- Buenas, ¿Qué tal todo?- le respondí. Lo que sigue fue una típica
conversación de ascensor: el tiempo, las noticias de portada del periódico y
monosílabos varios. Al llegar al piso por fin se decidió a decir lo que yo
esperaba que dijese desde el principio.
- ¿Te podría pedir un favor?- preguntó titubeando, como si de verdad
lo que iba a pedir le supusiera contrariedad.
- Si, claro, dime- le dije adivinando lo que iba a pedir.
- Verás, mañana nos vamos de
vacaciones…- empezó a decir.
- Ah, qué bien- le interrumpí.
- Si, nada, quince días a Torrevieja, al apartamento de mi cuñado, que me
cae como una patada en los huevos, dicho sea de paso,- dijo bajando un poco
la voz- pero bueno, tendremos que
aprovecharlo, ¿no?, además así escapamos de este calor- dijo pasándose el
dorso de la mano por la frente y secándose las gotitas de sudor que le
empezaban a aflorar.
- Y quieres que mire el correo y riegue las plantas, como otros años…-.
Lo había adivinado, pero mis dotes premonitorias no me hacían sentir mejor al
ser el único gilipollas de confianza que se quedaba derritiéndose con el
asfalto.
- Si no es mucha molestia…- dijo él. Su cara de felicidad por haber
encontrado a quien cargarle el muerto contradecía el tono pesaroso de su voz.
- No, que va… yo encantado-. Al menos tendría la excusa para huir
diez minutos al día de mi casa. Aunque mi refugio estuviese al otro lado del
patio de luces.
- En realidad no haría falta, porque Sara se queda, dice que es muy mayor
para venir con nosotros, pero sinceramente, prefiero que te encargues tú,
porque ya sabes como es Rosa con sus plantas, y con esta hija nuestra que no
sabe donde tiene la cabeza, a la vuelta la íbamos a tener gorda si se habían
estropeado las flores de la terraza, además así le echas un ojo de vez en
cuando para que no se desmadre…-siguió hablando, pero mi cerebro ya no
seguía su conversación.
- Ah, ¿qué edad tiene?- fue lo único que se me ocurrió preguntar.
- Dieciocho- respondió.-Entonces
perfecto, luego te paso las llaves, buenos días y gracias- añadió antes de
desaparecer tras la puerta de su casa.
DÍA 14
Dieciocho años, hay que ver como
pasa el tiempo, aunque también dice el tango que veinte años no son nada, así
que dieciocho deben ser menos que nada. Y sin embargo los tenía que haber visto
pasar… Podía haberme hecho estas reflexiones viendo engordar el culo de mi
mujer, pero su culo estaba siempre empotrado en la butaca del salón frente al
televisor, o me lo podía haber dicho cada mañana bajo la ducha, pero ahí prefería
mucho más masturbarme que cavilar. Dieciocho años… Lo pensaba ahí, de pie
frente a la ventana de la cocina, mirando el vació y no viendo más que la
cocina del piso de enfrente. Tenía que haberme dado cuenta que Sara ya no era
la niña que alborotaba el patio corriendo por el pasillo en su triciclo, ni la
adolescente que con su música alta nos hizo odiar a Justin Bieber antes incluso
de saber quien era Justin Bieber, sino la joven de piernas flacas y largas,
tiernos pechos y belleza tranquila que se pasea frente a mí con la vista fija
en su teléfono móvil y con una camiseta tan holgada que me hace imposible
adivinar si lo que lleva debajo son unos shorts o la ropa interior. Cuando
levanta la cabeza y me ve, me dedica una generosa sonrisa. Dieciocho años.
DÍA 13
En el buzón sólo propaganda que
dejo sobre la mesa de la cocina, la regadera en la terraza, las plantas en
salón, cocina y balcón. Este año ya sé que la de la habitación de matrimonio es
de plástico. ¿Habrá más? Me detengo junto a la puerta del cuarto de Sara. ¿Ahí
habrá algo que regar, o sólo estará esta dulce criatura inocentemente dormida
cubierta apenas por una suave sábana…? Inconscientemente encuentro mi mano
refugiada en el bolsillo. Gano la batalla sobre mí mismo y dando media vuelta
vuelvo a mi casa. Bueno, casi. Antes paso por el baño y me meto en el bolsillo
un tanga que había visto colgando del grifo del agua caliente; en todas las
guerras hay prisioneros.
DÍA 12
Su padre me dijo que tenía que
estudiar, pero…, hace calor, es difícil concentrarse, además queda mucho verano
por delante. A la mañana duerme, a la tarde va a la piscina y a la noche no va
a ponerse a estudiar, ¿no? Enciende la tele, se lleva la cena al salón y
sujetando el smartphone entre las manos hace méritos
para un esguince cervical. Cuando apaga las luces, puedo irme yo también a la
cama.
DÍA 11
Hoy junto al único sobre que
había en el buzón, dejo sobre la mesa una pequeña bolsa marrón con dos
cruasanes. Me he sentido generoso en la panadería. La propaganda de los días
anteriores sigue en su sitio. Sé que Sara salió, oí el portazo, pero no bajó
los papeles a reciclar; hacen bien en no encomendarle sus padres el cuidado
diario de las flores.
Es casi mediodía cuando se
enciende la luz de la cocina en el piso de enfrente. Por fin un signo de vida
que ahuyente a los ladrones avisados por las persianas a medio echar tanto de
día como de noche. Sara irrumpe y yo miro hacia otro lado. Al cabo de unos
segundos giro la cabeza, no puedo resistir la tentación. Me está mirando. Señala
la bolsa con los dos bollos. Dice algo, aunque con el doble cristal no oigo
nada. Aún así afirmo con la cabeza. Ella abre la ventana, yo le imito:
- Muchas gracias, a ver si mañana madrugo y me los encuentro todavía
calentitos…-.
DÍA 10
¿Sabrá que la camiseta que lleva
puesta es la del Partizán de Belgrado o la habrá elegido como pijama solamente
por las rayas blanquinegras? ¿Cuántas ligas y copas serbias habrá ganado el
Partizán de Belgrado? ¿y de la extinta Yugoslavia? Cualquier pregunta es buena
para distraer a mi cerebro y evitar estos pensamientos que me asaltan sentado
frente a ella, pero mis ojos, ay mis ojos, éstos son unos librepensadores y
unos descarados, y hace ya tiempo que han advertido que no lleva sujetador bajo
su camiseta del Partizán de Belgrado, y aunque el guardia urbano de la
conciencia les obligue a mirarla a la cara, los ojos no pueden evitar fijarse
en el suave vaivén de sus pequeños tiernos pechos cada vez que Sara da un
mordisco al cruasán que está desayunando frente a mí.
DÍA 9
- ¿Sabes? De pequeña me parecías un ogro, con la barba que llevabas y los
ojos tan negros…- confiesa riendo.
- Vaya, así que un ogro, gracias- le respondo también sonriendo.
- Si, pero estos días me estoy dando cuenta de que eres súper enrollado-
replica.
- Cuando mis hijos me decían eso es que me querían pedir algo- le
digo.
- ¿Y qué te podía pedir yo?- dice ella riendo. De golpe se me ocurren
miles de respuestas explícitas, así que mejor la dejo con su colacao y su
cruasán y me vuelvo a mi casa.
DÍA 8
No sé, tal vez sea un caso único
en el mundo, digno de estudio por parte de una universidad muy prestigiosa de
Nueva Escocia, y quizás dentro de unos años unos científicos, incluido un
japonés, en bata, delante de mi cerebro desestructurado presenten un análisis
que merezca la portada de la revista Science, pero el caso es que cuando
habla mi mujer oigo su voz como si saliera del televisor, lejana, hueca, como
si no hubiera que prestarle demasiada importancia. Sin embargo, cuando esta
mañana Sara ha surgido de su habitación restregándose los ojitos y me ha
saludado con un “buenos días”, he
escuchado música celestial y todos mis sentidos se han puesto alegres y
risueños. Algunos, hasta demasiado.
DIA 7
Me siento culpable. Desayunar
con Sara se ha vuelto parte de la rutina, como mirar un buzón semidesierto y
regar inútilmente unas plantas que la ola de calor acabará secando. Por eso he
lavado y secado el tanga que le robé; no lo he planchado porque no sabía cómo
hacerlo. Además, en mi bolsillo se hubiese vuelto a arrugar. Al despedirme,
como quien no quiere la cosa, como si ese minúsculo trozo de tela no hubiese
estado donde había estado, le digo:
- Ay, se me olvidaba, el otro día debiste tender esto en nuestras cuerdas-
Ella lo mira y lo remira antes
de decir: -No sé poner la lavadora, soy
un desastre- Durante unas décimas de segundo, las que ella está callada, me
siento descubierto y dispuesto a confesar como un traidor. Luego añade: - siempre me equivoco al elegir el programa-.
DÍA 6
-¡Pues claro que Sara tiene novio!, desde hace
tres años, Daniel, el hijo del frutero. Sería él, ¿Quién iba a ser si no?
Bueno, bueno, te dejo, que estoy en la playa y hay mucho ruido y no te oigo
nada- y cuelga.
Yo también conozco a Dani, y sé que no era él. De hecho sé quién era, aunque a
mi vecino he preferido no contárselo. Era Nacho, uno de los porreros del
parque. Y si su padre prefiere seguir en la playa viendo gordas en topless que preocuparse
por ella, me tendré que ocupar yo…
¿Ves? La puerta está cerrada sin
llave, y ayer cuando vinieron le dio dos vueltas, que lo oí desde la cama.
Bueno, por lo menos eso quiere decir que él se marchó después de utilizar a mi
Sara y que no me va a aparecer en pelota picada por el salón mientras riego las
plantas. Cuando abro la puerta bajo el fregadero todavía tengo esperanzas,
pero… como dos puñaladas, dos preservativos usados en la basura. Le voy a prohibir
volver a ver a Nacho. Y al hijo del frutero también. Cuando me voy, le echo la
llave a la puerta.
DÍA 5
La cerveza sólo enfría mi
garganta, el resto de mi cuerpo sigue echando humo. Vale que engañe a su novio,
pero ¿y a mí?, ¿dónde queda el vecino súper enrollado que te lleva cada mañana
dos cruasanes calientes si a la primera de cambio te lías con un chulo de poca
monta y prácticamente politoxicomano? Porque estaban los dos condones en la
basura, que si no, ¿cómo se le va a levantar a ese con toda la mierda que se
mete? Anda ya…
El enfado me dura hasta la
noche, hasta que Sara se sienta en el sofá sobre sus rodillas embutida en un
pantaloncito de deporte y una camiseta sin mangas.
DÍA 4
Estoy feliz. Tarareo alegres
canciones inventadas, soy un Georgie Dann moderno y elegante. Dejo sobre la
mesa de la cocina la bollería, napolitanas esta vez, y el número semanal de la
revista femenina de la que Sara me habló hace unos días. Riego las plantas,
canturreo, seco las gotas que han caído al parquet con una toalla minúscula,
tamaño gnomo. Cuando vuelvo a la cocina Sara pasa deprisa las hojas de su
revista. No la había oído salir de su habitación, se ha movido con sigilo, como
un fantasma. De hecho va envuelta en una sábana. La camiseta del Partizán está
tendida y no debe tener uniforme suplente. Al verme, se levanta de un salto y
con alegría dice:
- Te has acordado… muchas gracias- y me estampa un sonoro beso en la
mejilla.
DÍA 3
Seguro que mi médico se opondría
radicalmente; dos cafés cargados en apenas media hora es muy malo para la
tensión. Pero… ¿como iba a decirle que no a mi joven vecina? Sentado, la
observo mientras prepara el café. De espaldas a mí, una camiseta blanca de
algodón, sin mangas, y no tan larga como su camiseta de fútbol, me permite ver
su culito y en mi cara se dibuja una sonrisa idéntica, prácticamente a escala,
de la curva de sus nalgas. Cuando se gira y compruebo que la camiseta se le
transparenta y en su braguita azul se le marca la forma de su sexo, me mareo
súbitamente, tengo sudores fríos, taquicardia, problemas respiratorios y de
coordinación, además de una hinchazón repentina. Debe ser el café. O Sara, una
de dos.
DÍA 2
El calor es insoportable estos
días. No puedo dormir y voy a cumplir con mis tareas diarias en el piso de los
vecinos antes de lo habitual. Las flores se beben el agua como un guiri engulle
la sangría en verano. Dejo las persianas bajadas, sólo unas rendijas permiten
pasar la luz mínima necesaria, pero es inútil, el calor se cuela de todas
formas.
No se ha despertado, sigue
durmiendo. Es antes que otros días, y con este calor le habrá costado conciliar
el sueño, así que trato de no hacer ruido. Al pasar por delante de su
habitación su puerta no está cerrada, únicamente entornada. No puedo evitar
asomarme. Duerme placidamente boca abajo, en diagonal, con una pierna estirada
y la otra flexionada y el pie apoyado en la rodilla contraria, con las manos
escondidas bajo la almohada y la cara mirando al lado contrario de mi posición.
Me quedo observándola, hermosa, frágil, parece tan desvalida… Ah, casi se me
olvida mencionar que estaba desnuda y con la sábana arrugada tirada al pie de
la cama.
DÍA 1
Contención Pepe, contención.
¡Pero es que sería tan fácil…! Si tengo las llaves aquí en la mano, y a estas
horas todavía debe estar profundamente dormida, y con este calor… ¡No! Cuenta
hasta diez Pepe, mejor hasta cien, inspira, respira, inspira, respira, inspira,
respira… ¿Ves como ya va pasándosete la tensión con la que amaneciste después
de tener sueños aún más dulces porque Sara salía en ellos…?
DÍA 0
- Esta tarde vuelven tus padres, mañana ya no te traeré el desayuno-
le anuncio.
- Que pena…- dice, y por su voz parece que realmente vaya a echar de
menos los despertares de las dos últimas semanas. Una pena y un alivio, pienso.
Cada día se me hacía más difícil resistir la tentación, así que a partir de
mañana volveré a mi aburrida vida de antes. Adiós a sus ojitos somnolientos,
adiós a los desayunos compartidos, adiós a sus camisetas sugerentes y a sus
pantaloncitos explícitos, adiós a las frases intercambiadas a través del patio,
adiós a los biquinis en el tendedor a su vuelta de la piscina, adiós Sara… Su
presencia en mis sueños y su sonora risa grabada en mi mente me ayudaran a
superar la abstinencia. -…entonces tendremos
que aprovechar el tiempo- añade.
- ¿…?- su mano en mi pecho me empuja y me hace caer sobre el sofá del
salón. Mientras se saca la camiseta y se planta frente a mí únicamente vestida
con una braguita verde, todavía tengo tiempo de reaccionar: -¿Qué haces, estás loca?
- Fóllame, si
no lo haces le diré a mi padre que me espiabas noche y día, que me robabas los
tangas, que me encerrabas en casa, le hablaré de tus insinuaciones de viejo
verde, de cómo babeabas mirándome las tetas, le contaré que pretendías
comprarme con desayunos y regalos… te juro que lo hago- dijo, y se sentó
sobre mi regazo.