martes, 15 de diciembre de 2020

Inversión de sujeto

Mi amigo me ha arrastrado hasta allí, hasta ese piso donde se ejerce la prostitución. La invitación es el pago por una ayuda que le presté; aunque en realidad ni la ayuda lo merece ni los sesenta euros que me costará la siguiente hora, salen de su bolsillo.

- Verás qué desfile- me dice mi amigo mientras nos sentamos en un sofá blanco con un vaso ancho en la mano. Ni sé lo que he pedido, tan sólo sé que no quiero estar allí. No tengo ánimo, aunque mi cara se ilumine al comenzar el paseo de mujeres. Cuando termina el paseíllo la voz de la madame recitando nombres, servicios y características me recuerda a la de un camarero atareado anunciando el menú del día; o escojo lo primero de la lista o no me entero de nada. 

- ¿No quieres los dos con la misma?- pregunto a mi amigo buscando un alivio. Sé que en ese caso se centraría en él y yo podría escabullirme con la menor implicación posible. Él ya ha elegido, una rubia latina a la que el pubis imberbe que transparenta su braguita, no dejará por mentirosa. Su negativa a compartir chica me deja frente a una decisión que no quisiera tomar. Allí de pie, tratando de lucir sexys y seductoras, me parecen langostas en un acuario esperando que el futuro comensal las señale con el dedo: tú acabarás en mi olla hirviendo. 

- ¿Alguna quiere?- pregunto buscando librarme de tener que elegir. Una marejada de risitas se levanta en las chicas, que posan alineadas como si fuera a sonar un himno. 

- Pero claro caballero, todas lo están desea…- comienza a decir la madame. 

- No, en serio, ¿a alguna le apetece?- interrumpo a la mujer. 

- Yo- resuena en la habitación. La dueña de esa voz, aparentemente decidida, da un paso adelante, con un gesto de cabeza asumo mi conformidad, y de inmediato la responsable del lugar retoma el monólogo, llamándola por un nombre que si no es el real no me interesa y una descripción de características de la que sólo soy capaz de retener francés natural sin. Mientras el resto de mujeres desaparecen por donde han venido, yo la miro. Alta a pesar de sus bailarinas, me he fijado que era la única que no lucía tacones vertiginosos, delgada, quizás demasiado para ser foco de atención. Morena, ojos oscuros, con el pelo extremadamente largo y liso sujeto en una cola alta que prácticamente le cae hasta la cintura. No se le nota ningún acento extraño, pero su apariencia denota un origen exótico, quizás inmigrante de segunda generación. Si en lugar de ir en lencería granate con unas medias del mismo color y un salto de cama, le pusiera un uniforme negro la vería en cualquier tienda de moda dispuesta a encontrar la talla que necesito. 

Ahora no sabría decirle qué necesito. Me ha tomado de la mano y me ha llevado a una habitación grande. 

- ¿Pasas al baño y nos aseamos un poquito?- pide, y yo asumo con naturalidad. Mientras me voy desnudando la miro y me sonríe; yo no puedo. Tiene el pecho pequeño, demasiado para mis grandes manos, y unas nalgas preciosas que ni siquiera me atrevo a acariciar. Me introduzco en la ducha y espero que su mano calibre la temperatura del agua. Después es ella la que se introduce, reduciendo el espacio entre nuestros cuerpos en aquel estrecho cubículo. El tacto de sus dedos en mi pene flácido me resulta extraño. Sé que me está mirando, pero mi vista está caída, centrada en los primeros gestos de sus manos; tira de mi piel, comienza a hacerlo crecer mientras una lluvia templada nos moja. Su mano hace emerger el glande, e inmediatamente lo baña de un agua tamizada por el mover de su mano. Siempre es ella quien lleva la iniciativa. Vierte jabón en la palma de su mano y me limpia masturbándome. Finalmente me aclara y la espuma desaparece entre nuestros pies enfrentados. 

Después dirige la ducha a su cuerpo. La tez morena se extiende de manera uniforme, no es producto del sol. Ha evitado mojarse la cara para no estropear el maquillaje; sigo el recorrido del agua cayendo por su cuerpo, observo cómo se desliza por el contorno de sus pequeños pechos, cómo se acelera al caer por su vientre plano. El trayecto me lleva a observar su pubis, adornado con una tira de vello negro, recortado y cuidado, que se yergue continuando la forma de su vulva. Después sus muslos largos, delgados pero torneados, y de ahí mi mirada vuelve a saltar a su brazo extendido, a la mano con la que sigue dando dureza a mi polla cada vez más crecida. Centra el chorro en su sexo, observo cómo se enjabona, cómo restriega y finalmente vuelve a aclarar. Después agarra mi mano. La lleva a su entrepierna, me hace tocarla. 

- ¿Te gusta?- pregunta con una voz suave que se pierde en los ecos de la ducha. Muevo la cabeza en un gesto afirmativo y musito un sí que apenas resulta audible. Cuando cierra el grifo, pese al calor que nace en mi cuerpo, mi piel siente un frío repentino. Desaparece cuando ella toma una toalla blanca y comienza a secarme pasándola por mi cuerpo. Salimos de la ducha. Se ha colocado a mi espalda; giro la cabeza para encontrar su mirada sobre mis hombros. Sabiamente, con una práctica repetitiva en la que no quiero pensar, consigue que el mar de gotitas en mi cuerpo desaparezca sin dejar de estimular mi sexo. Después me tiende la toalla. Ahora te toca a ti, me dice, y girándome quedamos por un instante frente a frente, sin espacio por el que el aire refresque el calor que su aliento dispersa en mí. Acto seguido es ella la que se gira. Me ofrece su espalda. Mi mirada la recorre: el pelo doblemente recogido para que no se moje, la parte más alta, sus hombros, casi hasta su cintura, está extrañamente seca, sus nalgas en cambios están moteadas de perlas de agua. Mis manos se ponen a la labor con demasiada profesionalidad. Rodeo su cuerpo y deben ser sus manos las que me encaminen a zonas que no necesitan secarse sino avivar la llama. 

La toalla se despliega como unas alas, hasta posarse en mis hombros y colgar de ellos como la capa de cualquier superhéroe; cuando ella, después de hacer crecer mi rabo hasta el máximo, se muerde el labio inferior, casi me podría considerar uno. Soy capaz de mantener su mirada un segundo, dos a lo sumo; luego me pierdo en el vacío mientras ella inesperadamente se agacha, recorriendo con las manos y la punta de la nariz mi torso. En cuclillas, su mano agarra mi pene, lo encamina a su boca. Doy un respingo cuando siento sus dientes rozándome la polla. La delicadeza dura poco; enseguida sus cabeceos se hacen demasiado constantes como para no resultar fríos. Mis manos encuentran en su cabeza un lugar para posarse, pero no le impongo un ritmo, una profundidad; ella demuestra que sabe lo que hace. La mamada continúa unos minutos. Yo me dedico a padecerla con los ojos cerrados. Hasta que siento el aire cortando el baño de saliva que me ha regalado. Sé que no debo hacerlo, no tengo que mirarla, sé que ella estará con la vista elevada esperando, pero no puedo evitarlo, abro los ojos y ella escoge ese preciso instante para agarrar mi polla dura y golpearse tres, cuatro veces la lengua. 

- Ooohh-. De mi boca quería salir un no pero sólo ha salido un gemido. Cuando ella amenaza con regresar al ritmo constante de la mamada, mis manos tiran de sus delgados brazos. Hago que se incorpore. Es alta, pero tengo que inclinar la cabeza y besarla para compartir saliva con ese aroma tan particular. Después soy yo el que se agacha, y eso le sorprende. Mis manos en su espalda la atraen hacia mí; recorro con mis labios su vientre planto, su cintura estrechísima. Me detengo a la altura de su pubis, mi vista se deleita en él. Luego mis dedos se cuelan entre sus muslos. Un primer roce la hace suspirar, pero mis manos continúan viaje hasta abrazar sus nalgas. Pequeñas, pero tersas y duras. Inexorablemente mi cara acaba acercándose a su entrepierna. 

Ella pausa mis ganas indicándome que sigamos mejor en la cama. Se tiende boca arriba, esperando mi continuación. Vuelvo donde estaba, a sus piernas asimétricas, a su cintura de avispa, a sus brazos estirados buscando la almohada, a su labio mordido por dientes con ansias. Beso sus muslos, trepo por ellos buscando un calor reconocible en ese cuerpo desconocido. Parece que le gusta, gime cuando mis dedos alertan su vulva. Exploro con mi lengua los pliegues de sus labios vaginales, inhalo su aroma. Mi cara se mueve, la boca busca su clítoris. Me entretengo más que un instante en recorrer su sexo a lametazos. Luego sumo dos dedos. Primero a base de caricias, después llegan los pellizcos. Separo sus labios, abro espacio a mi boca, pinzo su pipa, ella suspira. La humedad que va aflorando en su coño me invita a entrar. Mis dedos lo abren, se adentran en lo desconocido. 

La chica se deshace, yo me animo. Mis dedos se curvan en su coñito, buscando ese punto donde mora el placer. Poco a poco aumenta la velocidad de mi brazo. La follo con un par de dedos y la boca pegada siempre a su cuerpo. Juego en sus labios, asciendo por su vientre, circundo su ombligo y sigo camino. Sus pechos pequeños me reciben alerta, con los pezones endurecidos y erectos. Termino el viaje con un lengüetazo que se le pierde entre el cuello y el hombro, y regreso sin escalas a seguir empapándome de la humedad de su sexo. 

- Cariño, se acaba el tiempo- dice, pero no hago caso. Sigo follándola con la mano. Intuyo que está próxima. Incremento el ritmo, el mover de mi boca sobre su raja. Ella misma se convence e introduce la mano entre mi cabeza y su piel para comenzar a estimularse el clítoris. Apenas me retiro; en cada viaje el atrevimiento de mi lengua es castigado por sus uñas largas. Da igual, funciona. Mi mano y la suya consiguen que el orgasmo se licue. 

Ahora sí, ya podemos dar el siguiente paso. Me tiendo sobre una cama que es sólo una sábana bajera de quita y pon. Ella entiende lo que le pido sin hablar. Saca un preservativo de no sé dónde y me lo coloca con rapidez. Cuando se monta sobre mí, su cara tiene una expresión que no acierto a interpretar, me gustaría pensar que lo está pasando mejor que de costumbre. Agarra mi polla; está crecida pero algo flácida. Juega con ella contra sus labios, termina de lubricarla y de endurecerla. Mi gemido se prolonga todo lo que ella tarda en dejarse caer. Empieza a moverse lento, apenas un ligero vaivén de olas en un mar en calma. Mis manos buscan sus caderas, su pecho, su boca; las suyas recorren mi torso al tiempo que me cautiva con una sonrisa que parecía franca. Me quedaría así, sintiendo el leve roce de sus paredes vaginales en mi rabo endurecido, para el resto de mi vida. 

Poco a poco va incrementando el ritmo, le puede la profesionalidad. Mis manos se desperezan, acompañan sus movimientos, hasta que éstos se convierten en frenéticos botes y tengo que sostener los muslos en sus caídas para aguantar el tirón. 

- Córrete en mi boca- dice en un momento dado. Trato de oponerme, ni quiero ni puedo correrme todavía, pero ya ha debido pasar el tiempo, escucho la voz de mi amigo al otro lado de la puerta. Además hay poco que pueda hacer; ella me ha desmontado y ha retirado el preservativo. Me muevo a regañadientes, buscando una mejor postura. Termino de rodillas sobre la cama, y ella tiene que echarse sobre el colchón, con las piernas colgando y ofreciendo su espalda desnuda a mis manos aburridas. Me la machaca con fuerza, tratando de acelerar algo que todavía no estaba preparado. Me masturba con la punta de mi polla apoyada en sus labios. Mi mano se aventura por su espalda. Dejo atrás sus hombros huesudos, sigo camino por la curva que anuncia sus caderas y llego a sus nalgas. Las aprieto y los dedos se me deslizan hacia la raja. 

Hundo el dedo más largo en su coño y comienzo a moverlo mientras ella sigue tratando de acelerar mi final. Tira de mi polla, la mano busca los testículos; comienza masajeándolos y termina apretando. Retiro el dedo del coño y me lo llevo a la boca; por un lado degusto sus flujos, por otro lo lubrico para un nuevo destino. He reparado tarde en su ano. Hurgo, trato de romper la resistencia de unos esfínteres que ya no me esperaban. Ella agarra mi muñeca, no me quiere allí. Aprovecho que ha liberado mi polla para tomar el relevo. Con la mano diestra incremento el ritmo de la paja, con la izquierda sujeto su cabeza muy cerca, para no tener margen de error. No hace falta. Cuando mi respiración parece transformarse en gruñidos, ella abre la boca y comienza a mamar. Francés natural sin, lo había olvidado. Me voy, irremediablemente me corro. En su boca, en su garganta. Reviento y ella no deja un segundo de cabecear, sin atragantarse. El semen caliente desborda, asomándosele a los labios, manchando su barbilla morena. Fuerza el gesto y traga. Después me mira y me enseña la lengua todavía pegajosa. De inmediato se incorpora y desaparece en el baño. Entiendo que debo vestirme, y comienzo a hacerlo después de limpiarme el rabo con unas toallitas higiénicas. 

Salgo de la habitación y me espera mi amigo. Luce una sonrisa de franca felicidad. Qué, qué tal, me pregunta. Y yo dudo: no sé si decirle que nunca hubiera querido estar ahí o que la próxima vez invertiré mi dinero con menor delicadeza.