miércoles, 27 de mayo de 2020

Habitación 415

- Ah, sí, joder… dame duro cabrón, fóllame…- me sorprendo a mí misma gritando exaltada a cuatro patas sobre la cama sin deshacer del recepcionista de un hotel en el que ya sé que no pasaré la noche. Él se agarra con fuerza a la parte más carnosa de mis caderas, suelta una especie de gruñido y se empeña en descubrir mis límites.

Cuando comenzó la mañana ni siquiera podía sospechar el transcurrir de la noche. Todo había sido tan formal, siguiendo los pasos pautados, los horarios de charlas, coloquios y conferencias, las presentaciones de estudios, las comidas, los grupos de trabajo. Un congreso médico me había hecho llegar sola, con otros doctores de mi entorno a los que conocía, pero sola, hasta aquella ciudad del norte. Todo había sido tan reglado que cuando llegó la tarde y el grupo de especialistas en enfermedades cerebrovasculares del que formaba parte debía acudir a una cena en un restaurante con estrella, yo estaba saturada. No quería hablar más de pacientes, de medicamentos, de descubrimientos, no quería volver a ver las mismas caras, aunque fuera en otro entorno. No sabía exactamente lo que quería, pero que por favor pararan de seguir marcándome los tiempos y el camino.

- ¿Un miércoles, en Donosti?- la cara del recepcionista del hotel en el que me alojo es propia del que se enfrenta a un desafío matemático de dimensiones colosales. Cuando bajé a la recepción y le hice ver que no conocía la ciudad, presto arrancó un mapa del taco que había sobre el mostrador, lo colocó para que yo lo viera, agarró un bolígrafo y empezó a señalar, comenzando por la ubicación del hotel, los puntos de interés. Esos ya los conocía, en uno de los descansos del congreso nos habían hecho un tour en autobús turístico, yo quería otra cosa, por eso le interrumpí y se lo pregunté más directamente: ¿dónde puedo salir a tomar algo, una zona dónde haya buen ambiente? Viendo su cara de extrañeza me fijo en sus ojos color miel, y en cómo, sin querer quererlo, éstos bajan irremediablemente hasta perderse en el escote de mi blusa ligeramente abierta.

-Sí Álex,- me he fijado en el nombre que aparece en la plaquita de su uniforme junto a los idiomas en los que me puede atender- un lugar en el que te pudiera encontrar a ti, por ejemplo- digo. Balbucea, es tímido pero profesional, me mira a la cara, trata de sonreír aunque su rostro comienza a ponerse colorado.

- ¿El bar del hotel?- sugiere. Yo ladeo la cabeza; muy profesional, su jefe estará encantado con esa visión comercial de que los huéspedes sigan consumiendo en el hotel, pero yo no he aguantado un día de charlas aburridas, no he renunciado a una cena en un lugar de prestigio para acabar la noche en un desierto bar de hotel. -Termino mi turno en media hora- dice él bajando la voz para que no se entere su compañero que merodea por allí y yo me siento desarmada.

Si me hubiera guiñado el ojo después de decir la frase no estaría aquí, sentada en un taburete acolchado frente a unos estantes repletos de botellas y apoyada en una barra tras la que una camarera, a falta de nada mejor que hacer, se afana en secar unas copas que ya han salido secas del lavavajillas. Pensé en pedir lo mismo que pidiera el cliente anterior, pero aquí no hay nadie; o bien el recepcionista no es tan convincente con otros como lo ha sido conmigo o los cócteles no son gran cosa. Al final pido un Cosmopolitan, al primer sorbo me doy cuenta de que he sido poco osada y pienso. Pienso en que no quiero un chulo pretencioso, uno al que le baste una sonrisa y una mirada para cautivar a cualquiera. Yo no soy cualquiera. Por eso me ha gustado él, porque ha dudado, porque en su reglamento estará prohibidísimo liarse con las clientas y él respeta las reglas, porque con el corazón acelerado ha valorado los pros y los contras, las posibles consecuencias y finalmente he ganado yo, con una voz melosa y un botón de mi camisa entreabierto como todo armamento. Por eso y por sus ojos color miel, que, lejos de ser empalagosos, se ha detenido un instante todavía en mi escote antes de huir al verse descubiertos.

Mientras yo tomaba mi copa apareció por la misma puerta por la que yo había entrado. Caminaba subiéndose la cremallera de una cazadora y en la mano llevaba un casco. Cuando lo vi apuré la bebida. Pasó sin decirme nada, un ligero movimiento de cabeza fue toda la señal que me hizo. Afortunadamente ya había pagado y pude caminar apresurada tras él. Cuando salí a la calle y el frío húmedo me golpeó me apresuré en buscarlo en la oscuridad. El faro trasero rojo de una moto me indicó la dirección. Nos volvimos a mirar. Ahora ya, sin las correcciones que le impone el cargo, su mirada me recorrió entera; soy algo mayor que él, tengo un buen tipo pero tampoco soy la mujer más bella del planeta, morena, pelo liso y sólo una ligera ondulación al final de la melena, tez mate, ojos oscuros. Me somete a juicio, lo sé; la sentencia llega en forma de beso en el que sus dientes tiran débilmente de mi labio inferior. Luego toma el casco integral, me lo coloca y al bajar la visera y rozar mi piel, una descarga recorre mi cuerpo indicándome que no me he equivocado.

El contacto físico ha comenzado en su moto. La excusa ha sido el frío en mis manos, por eso las he colado bajo sus ropas al rodear su cuerpo. En un semáforo él ha echado la mano a mi espalda, quizás algo más abajo, y me ha empujado hacia delante apretándome contra él. El viaje ha sido corto, algo menos de cinco minutos. Al parar apenas me habla, entro en el ascensor todavía quitándome el casco. Mira mi reflejo en el espejo y sonríe. Está a mi espalda, es alto, bastante alto, por encima del metro noventa seguro, con una anchura de hombros nada exagerada y quizás le falte algún kilo de músculo. Echo mi cabeza hacia atrás y el baja la suya. Me besa en la nuca, detrás de las orejas, no tiene prisa por llegar a mi boca. Me rodea por el vientre con su brazo cuando sabe que el ascensor va a llegar a la planta indicada. Me gira y yo me sorprendo. Me hace caminar delante suyo, casi subida a sus zapatos. Siento el calor de su cuerpo un poco por encima de mi trasero. Abre la puerta, pasamos, deja los cascos y las llaves en una mesa, se quita la cazadora con parsimonia, vuelve hacia mí y yo recibo a su boca sacando la lengua para jugar a trabarse con la suya.

Mis manos bajo su ropa en la moto han adelantado en parte el trabajo: los bajos de su camisa ya están fuera del pantalón. Él se saca el jersey y yo comienzo a desabotonar. Encuentro un cuerpo esbelto, poco musculado y nada de grasa, y un pecho con algo de pelo del que enseguida tiro con mis dientes. Mi boca pasa por sus pectorales y los pezones se le endurecen. Mis dedos se calientan en la piel de su vientre. Una línea de vello se adivina por debajo del ombligo, trato de seguir su recorrido, de colar la yema de mis dedos bajo su pantalón, su calzoncillo.

- No tengas prisa, tenemos toda la noche- me detiene. A cambio se separa unos pocos centímetros de mí, vuelve a doblar su cintura y me besa varias veces, de una manera que no sabría describir, como aumentando el deseo cada vez que sus labios vuelven a los míos. Tras el último me sorprendo de puntillas, persiguiendo su boca que se aleja. Llega el turno de sus manos. Mi abrigo se quedó en la habitación del hotel, sólo tiene que soltarme la blusa, bajarme la falda. Incluso le pediría que no lo hiciera, que comprobara cuanto antes con su mano entre mis muslos que yo ya estoy lista. Pero no. Se mueve lento, dándole a cada movimiento su medida. Al quedar con la blusa abierta se aparta, como un pintor que observara su obra. Sus manos aprietan repentinamente mis pechos todavía con el sujetador puesto. Llevo un conjunto de lencería negro que enseguida ciega sus ojos, en cuanto él se agacha para comerme las tetas. Siento sus besos, su saliva, mis pezones tan sensibles y la piel de mis areolas erizándose. Al cabo de unos segundos una teta escapa del sostén y el la atrapa al vuelo con la boca. Mama saciando su hambre, alimentando la mía. Cierro los ojos y gimo.

Sus manos son grandes, han sido capaces de abarcar mis generosos pechos, decididas y yo me dejo hacer; me ha cogido en volandas y me ha girado. Abro los ojos un instante para ver un armario como todo horizonte. Lo siento a mi espalda, su respiración sobrevolando mi cabeza ligeramente inclinada hacia delante, sus dedos nerviosos en el cierre de mi falda. Cuando por fin aquella cae, quiero sentir sus dedos deslizando mis braguitas, pero a cambio siento una bocanada de aire caliente y húmedo sobre mi sexo. Se ha agachado, ha hundido la cabeza entre mis nalgas. Las ganas le hacen cabecear, querer llegar con su boca a todos los rincones. La tela y yo nos plegamos a sus movimientos. Yo estiro los brazos, bajo la cabeza para mirar al suelo y saco el trasero para ayudarlo en sus movimientos; la braguita se pega a mis labios, se aprisiona en la raja del culo. Siento sus manos agarrándose a mis caderas y el cosquilleo de su lengua y sus dientes sobre la ropa. Cuando por fin se decide a dar un paso más en su tortura y la braga queda anclada por debajo de mis rodillas, él se contorsiona, cuela su cabeza entre los muslos y siento su frente apoyándose en mi monte de Venus.

- Déjate caer- me dice, y yo cumplo sus órdenes. Flexiono las piernas y sus brazos aguantan mi peso. Tiene la cara contra mi coño, siento que sus espiraciones calientes me lo incendian aún más. Su lengua enseguida trata de controlar el incendio, abre mis labios, se adentra ligeramente en mi vagina y al salir remata en mi clítoris. Incansablemente, siempre su lengua aleteando en mis labios, bebiendo de mí, y de vez en cuando un movimiento de lado a lado de la cabeza restregándose, sorbiéndome, que a mí me hacía gritar

- Sí, joder, que bueno, síiii…-. Mi coño está empapado, adoro el ir y venir de su lengua por mi concha pero necesito algo más duro. -Fóllame, cabrón, fóllame- le digo. Su respuesta no me la podía esperar.

-No me des órdenes, zorra- dice, y entre cada una de las palabras azota con sus grandes manos una de mis nalgas. El remate es agarrármelas con ambas manos y sacudirlas hasta que me tiembla todo el cuerpo. Después sale de entre mis piernas pero no se levanta. Giro apenas la cabeza para verlo arrodillado ante mi trasero. Me ha mantenido los tacones para que quede justo a la altura de su cara. Sus dedos separan mis cachetes y escupe en mi ano. Inmediatamente siento la punta de su lengua hurgando en él y yo me derrito. Me dejo hacer, me entrego definitivamente a su voluntad, aquello es lo mejor que he sentido en años. Mientras él se entretiene en mi ano yo sólo soy capaz de gemir mientras mi coño se desborda de nuevo.

No me da tiempo de echar de menos su lengua en mi trasero. Su cuerpo se pega al mío, lo empuja contra el armario que tengo enfrente. Mueve mis manos, me hace subirlas y separarlas. Roza mis tetas que oscilan en el vacío. Diría que me va a cachear, pero es como si atacara directamente con la porra.

- Aaaah- grito. Me la ha clavado entera sin avisar y la tiene más grande de lo previsto.

- ¿No querías que te follara?- me reta. Apenas soy capaz de balbucear un sí. -Dime, ¿no querías que te follara?- insiste.

- Sí, fóllame, fóllame como a una puta- digo yo fuera de mí. Él sonríe de una manera particular, cortando bruscamente la respiración nasal, como bufando. Uno de sus brazos me rodea, justo por debajo de los pechos, su otra mano se desliza por mi pelo y acaba haciéndome girar la cara. Él acerca la suya, saca la lengua y me lame el lateral, desde el mentón hasta las patas de gallo. Inmediatamente comienza a martillearme frenéticamente. Su polla apenas se retira y ya está de nuevo llegando lo más arriba posible. Siento sus huevos oscilando, golpeándome en los labios, una y otra vez, constantemente. Separo una mano de la pared y la llevo a mi pipa para acelerar el fin. Me corro y una descarga eléctrica me recorre entera hasta hacerme trastabillar de mis tacones.

Álex me coge en andas. Sus brazos son largos y mi cuerpo se hace un ovillo, de un manotazo hace caer los zapatos que resuenan al tocar el suelo. Mientras camina conmigo en volandas veo el ondear del mástil de su entrepierna. Me enrosco en su cuello para facilitarle el abrir la puerta, pasamos a su habitación, simple, moderna. Me deja en la cama, yo me pongo a cuatro patas y él me suelta un cachetazo que, por cómo suena y la onda expansiva que provoca en mi cuerpo, ha tenido que dejar una buena rojez. Ronroneo.

- ¿Te gusta, eh?- pregunta retóricamente. Mi respuesta es una especie de maullido, y su reacción es otro manotazo en la misma nalga que hace que me pique todo el culo. Lo siento subirse a la cama, doblar las piernas, adaptarse a mi postura. Acerca su polla pero no me la clava, no todavía. Abre con ella mis labios, recorre mi raja.

- Métemela, por dios, métemela ya- suplico. Esta vez el castigo de su mano es en la otra nalga. Golpea con su pene endurecido mi coño, tres, cuatro, cinco veces, haciendo que mi cuerpo se estremezca. Sólo después me la mete. Yo gimo de gusto. Sus manos se anclan a mis hombros, tira de mí cada vez que sus impulsos me empujan hacia delante. Me monta como a una yegua. Yo, lejos de hacerme dócil, pido más guerra. -Así, hijo de puta, así, destrózame el coño- grito para elevarme sobre el crujido que nuestro traqueteo provoca en la cama. Agarra mi pelo, tira de él hasta hacer una cola en su mano; lo usa de riendas mientras no para de cabalgarme. Su pollón en cada embestida me rellena, me sacia. La tiene larga y gorda, quizás con una cabeza más gruesa lo sintiese mejor, pero es efectivo. Mis ansias hacen que enseguida el coño me chorree. Me corro y no me da tregua. Su mano tira de mis cabellos, me hace elevar la cabeza o bien me la hunde en el edredón. Después de una tanda intensa en la que parece que va a partirme en dos, me concede una pausa.

Apenas son segundos, él adopta una postura más cómoda, arrodillado sobre el colchón, yo permanezco a cuatro patas, mientras él, con una ternura inesperada, me besa suavemente en una nalga, justo dónde instantes antes me había azotado. Después vuelve a las andadas.
- Aaaaaaah- no puedo más que gemir cada vez que su polla vuelve a entrar en mí. La saca entera para luego volver a enterrarla, varias veces. El chocho se me vuelve a licuar cuando me la mete y reposa. A continuación comienza a follarme lento, agarrándose a mis costados. Me gusta pero pido más. Sus manos aprietan mi carne hasta hacerme aparecer un michelín en la parte más baja de la espalda, allí donde antes sólo había hueso, e incrementa el ritmo. - Ah, sí, joder… dame duro cabrón, fóllame…-. Cuando quiere vuelca su cuerpo sobre mi espalda y me hace caer de bruces sobre la cama. Como en el impacto no se le ha partido la polla, vuelve a barrenarme. Agarra mis manos, las mueve a su antojo, las estira, hace que entrelacemos los dedos. Mi cuerpo, preso entre el suyo y el colchón no sabe si elevarse y facilitarle la tarea o frotarse contra el edredón. Imagino sus caderas retirándose mínimamente y volviendo a empujar sin pausa. Siento llegar un nuevo orgasmo, se lo digo, lo grito. Me corro. Él insiste, su polla me colma. Cuando a él su resistencia está a punto de agotársele se da cuenta que no lleva condón y me la retira con prisas: mi coño sudoroso y mi culo reciben un baño de su leche.

- Ya- me dice. Me había pedido que no me moviera y después del orgasmo y con el cuerpo todavía agitado no puedo más que seguir sus órdenes. Ha limpiado cuidadosamente mi piel, eliminando los restos de su corrida, aunque mucho me temo que hemos manchado la colcha. Deshace la cama y yo me cuelo dentro. Cuando él regresa del cuarto de baño me imita. Se pone a mi espalda, le gusta sentir el contacto de mi culo, y se abraza a mí. Mi mano agarra su polla y comienzo a masturbarlo.

- Eres insaciable, ¿eh?- pregunta riendo.

- Hoy sí- respondo muy seria.

- Dame diez minutos y seguimos-. No me queda otra que aceptar a regañadientes.

Tal vez pretendía hacerse el gracioso cuando deshaciendo el abrazo se cubre con la sábana como un fantasma, pero yo en esa madrugada no soy fácil de asustar. No rio su gracia, tan sólo me fijo en su pene, al que el gesto de su cuerpo dota de un movimiento pendular; lleva los huevos afeitados y el vello recortado por encima. Es la primera vez que la veo tan cerca. Cuando mis dedos la acarician, él se olvida de jugar a fantasmas y mira el saber hacer de mi mano en su polla. La estiro, la reciente corrida hace emerger fácilmente el capullo. No me dice nada, pero mueve su cuerpo hasta sentarse casi sobre mis tetas. Yo entiendo lo que quiere. Me llevo la punta a la boca y mi lengua lame. Ahora es él el que gime. Se eleva y se acerca para facilitarme la tarea, incluso sostiene mi cabeza mientras su glande conoce mis dientes. Mi boca hace crecer su rabo y los dos nos enorgullecemos, él de su tamaño, yo de mi maestría comiendo polla. Con las rodillas apoyadas en la cama justo a la altura de mis pechos, su cuerpo enmarca el mío. No podría escaparme de él, pero ni me planteo intentarlo. Mi boca sigue chupando, mis manos sostienen su rabo orientándolo hacia mi boca. Agarra una de mis manos y me hace sobarle los cojones. Al cabo de unos minutos sabe que su polla no crecerá más pero me deja que siga mamando, incluso su mano en mi nuca fuerza mi cuello para ver hasta dónde soy capaz de tragar. Luego se retira.

- Ay, sí, me encanta cómo me lo haces Álex, no pares-. Desnuda y tendida sobre la cama, mi mirada asciende y desciende alternativamente por su cuerpo. Me gusta mirar su cara, la vena que se le hincha en la frente, el gesto de concentración para no acabar antes de tiempo y el empeño que pone en satisfacerme, pero también sus brazos reteniendo elevada una de mis piernas, su vientre plano, el movimiento de su cadera. Me la ha vuelto a clavar y yo casi me corro en el acto. Me encanta sentir las idas y venidas de su polla en mi coño, su mano aplastando mi vientre para reforzar mis sensaciones, la dureza de los pezones cuando llevo mi mano y me los estimulo para que ese qué sé yo se extienda por todo mi cuerpo.

Deja caer mi pierna y se tiende sobre mí. Apenas se levanta sobre los brazos, busca mi cara con la suya. Lo beso y cuando retira los labios me pide que no cierre la boca. Me escupe. No debería, pero me excita. Le pido que lo vuelva a hacer y finalmente él accede a mis súplicas. Con él no soy yo y me gusta. Lo abofeteo. El ríe y me castiga con una serie de pollazos duros que me llevan de nuevo al orgasmo. Luego, tras resistir las convulsiones de mi cuerpo, vuelve a follarme. Sube o baja el ritmo, le gusta torturarme, que le pida más, que me muestre exigente y que cuando él me da lo que he pedido me vuelva inocente de golpe y le reclame que pare porque me mata de gusto.

Apoya su frente en la mía, nuestras miradas compiten a ver cuál va más cargada de deseo. Más que besarnos nos arrancamos los labios en morreos caníbales. - Fóllame, fóllame, hazme gozar como una puta- imploro cada vez que él hace una pausa. La fatiga hace mella, él vuelve a dejar vencer su cuerpo hasta aplastar mis tetas con su pecho. Cuela los brazos por debajo de mis axilas y se acopla a mí en un polvo animal. Mis piernas traban las suyas y se cruzan sobre su culo, no le dejo más remedio que seguir empujando. Vuelvo a sentir la inminencia de un orgasmo, el corazón se me acelera y la respiración se me desacompasa. Jadeo, gimo, suspiro y grito. Álex no se detiene. Me corro de nuevo clavándole las uñas en la espalda. Quizás es dolor, quizás esfuerzo, su mueca se tuerce, aprieta los dientes mientras intenta prolongar un poco más lo inevitable. – Sigue…sigue…sigue- le animo en cada golpe de riñón. Cada gesto de su polla, cada viaje por mi interior me sirve para prolongar un poco más el clímax. – Échamela dentro, préñame- acierto a decir mientras él, exhausto, se deja ir y su pene revienta inundando mi coño.

Mi brazo se cruza sobre la cara para amortiguar la luz que llega a mis ojos.
- ¿Qué hora es?- pregunto de una voz somnolienta. Álex ha abierto la puerta de la habitación tan sólo un segundo. Temprano, me dice, luego desaparece. Miro el reloj en la mesilla y marca las nueve. No es temprano, joder, es tardísimo. Estoy desnuda, en una habitación que empiezo a reconocer pero no sé dónde diablos se encuentra, con la piel impregnada en sudor y restos de corridas secas. Mi cerebro se despierta de golpe sabiendo que he perdido la segunda jornada del congreso. Trato de mantener la calma, recuerdo que el vuelo no sale hasta las cinco, busco una excusa creíble que contar a mis compañeros. Pero lo primero, ¿dónde dejé mi ropa? Se fue desperdigando por el camino. Si me atrevo a cruzar la puerta tengo que salir desnuda. ¿Habrá alguien? Joder, no sé si comparte piso. Salgo de la cama y abro su armario. Cojo lo primero que encuentro, una camiseta de baloncesto. Me queda larga, me llega hasta medio muslo, pero eso es bueno, tampoco sé dónde cojones perdí las bragas. Abro la puerta con cautela. De fondo sólo se escucha el sonido de una radio y el trajinar en la cocina. Me asomo con sigilo y me alivia sólo encontrar a mi recepcionista preferido.

- ¿Hay alguien más?- pregunto.

- No- responde- por cierto, te han estado llamando. Y te han llegado como treinta wasaps. Para mí que es tu marido- me dice. Encuentro el móvil sobre la mesa de la cocina, dónde sé que no lo dejé. ¿Lo habrá estado mirando? Sí, es mi marido, también otros de los asistentes al congreso, pero sobre todo mi marido. Tecleo rápido una respuesta y entonces, como si el estrés se hubiera bajado como en un mal suflé, me vengo abajo.

- Necesito un café- le digo.

- Pues no tengo, no me gusta- me responde. Luego me da alternativas: tengo leche, de varios tipos- esta vez tampoco guiña el ojo- té, tisanas, cola cao, ¿quieres un cola cao? Te vendría bien para recuperar fuerzas. También tienes madalenas, sobaos, mira a ver qué queda. ¿Prefieres una tostada?-.

- No, en serio, necesito un café, es lo único que me despierta por la mañana-. Álex finge una cara de pena, se retira un par de pasos de la isla de la cocina. Va sin camiseta y sólo lleva unos bóxer que dejan más que intuir su paquete. - Y esto, ¿no funcionaría?- dice mirándoselo. Sin duda, funcionaría para excitarme más que la cafeína, pero no me da opción. – Ahora bajamos, aquí al lado hay una cafetería- añade. Yo de repente soy consciente de lo frío que está el suelo de baldosas de su cocina. Busco una silla pero encuentro un lugar mejor, sobre la encimera, justo al lado suyo. Le miro mientras abre y cierra armarios y se prepara dos tostadas con mermelada y crema de cacao.

- Te sienta bien la camiseta, incluso mejor que a Doncic- dice de pronto. Yo sonrío, no sé quién diablos es Doncic pero debe ser el propietario de esa camiseta azul y número setenta y siete. Álex se acerca. Me besa, sabe al primer mordisco de su tostada de chocolate. Me recuerda la noche previa, me ofrece su lengua, me excita. El hueco en las axilas de la camiseta es tan amplio que tiene fácil acceso a mis tetas. Acerca sus manos y me las acaricia. Sabe cómo tocarme, yo gimo al instante. Aparta la tela, consigue que mis pechos grandes salgan al exterior primero y después me retira completamente la camiseta y yo quedo desnuda sobre el falso mármol de su cocina. Sus tostadas quedan abandonadas y ya solo mordisquea mis pezones. Alzo la vista y me encuentro una ventana sin cortinas y detrás, cerca, un edificio. Me da igual, incluso me gustaría que hubiera alguien, que algún mirón pudiera ver desde su balcón mi cara de placer mientras Álex se come sin prisas y con ganas mis tetas.

Le ha crecido la polla hasta marcársele completamente en la ropa interior. Me deshago de su abrazo aun a costa de perderme el sabio hacer de su boca. Estiro los brazos y trato de bajarle el calzoncillo. Él ayuda y como un resorte su rabo apunta al cielo. Está demasiado bajo para mis manos, imposible para mi boca, afortunadamente él encuentra la solución: agarra mis pies y comienza a masturbarse lento con ellos. Él actúa y yo, hipnotizada, sólo puedo seguir el aparecer y desaparecer de su pollón por el hueco que forman las palmas de mis pies al juntarse.

- Necesitas una ducha- dice al cabo. No dice nada sobre él pero no deja pasar la oportunidad de meterse en la bañera conmigo. En cuanto corre la mampara me giro buscando su cuerpo. Ahora ya sí son mis manos las que asen su masculinidad y tiran de ella. Me rechaza, me gira y me da un cachete en la nalga que el sonido del agua cayendo aminora. Agarra la esponja, la empapa y vierte una buena cantidad de gel. Comienza a enjabonarme por las tetas, luego baja por el vientre, moviendo siempre la esponja en círculos. Llega a mi sexo. Presiona fuerte y la espuma limpia los restos de la noche previa. Mi mano busca de nuevo su polla y esta vez sí, me deja hacer. Siento el roce de su piel en mi trasero, su mirada sobrevolando mis hombros para caer en mi pecho y observar cómo va la limpieza. Se olvida de mis piernas, de mi cara, de mi espalda, -luego terminas- me dice. Agarra el cable de la ducha y dirige el agua caliente para diluir el jabón. Enseguida mi piel brilla. Apunta entonces hacia el coño. Mi espalda se apoya en su pecho, las piernas se me flexionan solas cuando él dirige el chorro a mis labios, mi clítoris. Me deshago. Quiero llevar mis dedos pero me lo impide. Tiene otra idea:

- Cómemela- susurra bajando la cabeza hasta mordisquearme el lóbulo de la oreja derecha, y yo inmediatamente me giro y me arrodillo. El agua cae sobre mi cara, me obliga a cerrar los ojos por un instante. Da igual, me sirve una mano agarrando su rabo para guiarlo a la boca. Aguarda a que parte de su polla esté ya en mi garganta para agarrar mi cabeza y empujar la nuca. – Entera- ordena. Sé que no podré pero pongo todo mi empeño en intentarlo. Trago todo lo que puedo y luego la suelto envuelta en babas. No le gusta, agarra su polla y me golpea con ella en la mejilla; luego la vuelve a hundir en mi boca. Repito la operación, me la meto todo lo que soy capaz y cuando la arcada me obliga, la suelto. Él reincide en el castigo. Después se convence de que no soy capaz de hacer más y me deja cabecear a un ritmo sostenido. Me gustaría poder levantar los ojos y ver qué expresión tiene para soltar esos gemidos que emite, pero el agua sigue cayendo sobre mi cabeza. Podría aguantar más pero no quiere; aparta mis manos, mi boca y comienza a masturbarse con fuerza. Asisto en primer plano a la tensión de sus músculos, a la dobladura de su cuerpo, a su apretar de mandíbulas. Sigue pajeándose, casi con furia. Diez, quince, treinta segundos. Cuando intuye el momento, su mano empuja mi cara. Cierro los ojos, abro la boca, saco la lengua, coloca el capullo entre mis dientes y me regala dos chorretones de semen que irremediablemente caen por mi garganta y me hacen toser como una tísica. El resto de su corrida se pierde en mi boca, en mi rostro, se mezcla con el agua para formar grumos que tardan en escaparse por el desagüe. Exprime hasta la última gota, limpia bien los restos bajo el agua tibia y sale de la ducha.

- Te espero, no tardes- me dice antes de volver a agarrar mi cabeza por enésima vez y estamparme un beso en los labios todavía manchados de su leche.

- Ummm- el primer sorbo de café es casi tan satisfactorio como su polla. Sentado frente a mí en una mesa minúscula, Álex no ha pedido nada, pero arranca un cuerno a mi cruasán.

- ¿Con cuál de estos te liarías?- pregunta de golpe. Se refiere a un grupo de cuatro hombres cercanos a los cincuenta que han entrado y piden sus consumiciones.

- Con ninguno- le digo convencida. -Antes me acuesto con la camarera. Por cierto, ¿tienes algo con ella? Me mira de una forma que parece que le estuviera robando algo-. Él gira la cabeza, la observa, no demasiado, se nota que entre los dos hay tensión sexual.

- No, pero me gustaría. ¿La seduces para mí?- me reta. Ni lo entiendo ni me hace gracia el juego.

- La próxima vez- zanjo.

- Date por invitada formalmente- dice él.

- ¿Y mi marido?- la réplica me sale natural.

- También- contesta divertido. Y guiñándome el ojo añade: esperemos que le guste mirar-. Sé que tengo una sonrisa estúpida provocada por su superioridad de machito de polla enorme.

He decidido no preocuparme por mi ausencia al congreso al que debía asistir y tomarme la mañana de relax. Álex se ofrece a enseñarme la ciudad. Antes debo pasar por el hotel a cambiarme. Me acompaña, dice que se adelantará un poco, para que nadie sospeche, que preguntará si han salido ya los horarios del mes siguiente, o que bromeará diciendo si son capaces de trabajar sin él. Me agarro de su brazo y camino sin preocupaciones. Me conduce por su barrio. Al doblar una esquina un letrero indica “Club”. Miro a mi guía. ¿Esto es lo que creo que es? Apoyo la mano en la manilla pero no se abre.

- Esta cerrado- me informa- Pero si quieres esta noche paso y le pregunto a la portuguesa que lo lleva cuánto me darían por ti- bromea y yo me siento entre halagada y humillada. El frío de la noche previa ha dado paso a una mañana templada, de viento sur, en la que las hojas de los árboles caen a nuestro paso formando una alfombra de ocres y amarillos. Enseguida me sorprende el hotel, casi tardamos más en moto. No quiero que nos vean entrar juntos, por él. Entra y yo espero unos segundos.

- Habitación 415- digo al compañero de Álex que sale a atenderme. Él está a mi lado, como si nada. Vuelvo la cabeza y él hace lo mismo.

- Hola- dice con efusividad.- ¿Encontró al final anoche lo que buscaba?- me pregunta.

- Sí, muchísimas gracias- le digo, y agarrando la llave que me tiende su compañero me dirijo a los ascensores. Mientras, él se queda abajo. Me encantaría que contando a sus compañeros lo zorra que resultó ser la de la habitación 415.

Mi corazón late acelerado, y no es por la velocidad al caminar, ya que no tenemos prisa; tampoco por la posibilidad de que alguien me descubra de su brazo, pues las únicas personas que conozco en esta ciudad están encerradas en un palacio de congresos debatiendo sobre cómo combatir el ictus. Al cruzar un puente y hacer una pausa esperando un ascensor urbano, le desvelo el motivo:

- Toma, quédatelas de recuerdo- le digo tendiéndole enmarañadas en mi mano unas braguitas color burdeos. Las mira, las ve, no las reconoce como las de la noche anterior, ata cabos.

- ¿No llevas nada?- pregunta entre nervioso y excitado. Yo, igualmente ansiosa, muevo la cabeza en gesto negativo. Para demostrárselo bajo la cremallera del chaquetón que he cogido al subir al hotel; debajo sólo unas medias negras y un liguero. Él esboza un gesto divertido, hace un movimiento con la cara, y con la barbilla me señala algo: sonríe a la cámara- me dice. Yo, muerta de vergüenza, me doy cuenta que una cámara de seguridad apuntaba directamente a mi cuerpo.

Caminamos por un parque, a estas horas de una mañana laboral no hay mucha gente, algunos transeúntes que acortan su camino por él y de fondo se escucha la algarabía de unos niños en excursión. Nos acercamos a un estanque con muchos patos y un cisne, después subimos una ligera cuesta y me enseña unos pavos reales, con sus colas abiertas, luciendo orgullosos su pelaje como yo luzco mi cuerpo cuando él me pide que abra de nuevo mi abrigo. Me gustaría poder centrarme en sentir sus manos acariciando mi vientre, mis senos, pero estoy demasiado pendiente de la gente que pasa unos metros más allá, para subir rauda la cremallera en caso de necesidad. Comenzamos a descender, siento mis pechos balancearse bajo el chaquetón al compás de mis pasos. De repente Álex se encuentra con un conocido; me rodea con el brazo, me identifica como suya. Luego, cuando me deshago de su abrazo, continúo un poco más y me detengo a seis o siete metros. Espero que esté aprovechando mi ausencia para vanagloriarse, para contarle a su amigo lo duro que me ha follado, lo que me ha hecho disfrutar. Cuando él me mira le hago una mínima señal que él entiende; mueve ligeramente a su amigo, y cuando sé que sólo él puede verme, vuelvo a bajar la cremallera del abrigo y abriéndolo le enseño mi cuerpo. Se despide de su conocido y me desvía del camino principal. Estamos en una explanada con algunos bancos, un poco más baja, escondidos entre los árboles. Me coloca de espaldas al camino, a la gente que pudiera pasar y me pide que abra y baje el abrigo nuevamente. Yo así lo hago, él saca su teléfono y me hace unas cuantas fotos en las que yo intento olvidar mis nervios y juego a ser provocativa.

- Ven, no puedo esperar más- me dice cuando llegamos a la parte baja del parque. Río cuando abre la puerta de unos servicios públicos y me empuja dentro con él. Abre decidido mi abrigo y yo me dejo hacer. Vuelvo a sentir sus manos, su boca abalanzándose contra mi pecho. Me encanta cuando olvida su timidez y hago aflorar su lado más animal. Su lengua se relame en mis pezones y después me clava los dientes. Sus manos van bajando por mi cuerpo, la respiración se me acelera cuando pasa por mi vientre y se encamina a mi sexo. Su mano contra mis labios me hace estremecerme, después, cuando me mete su dedo central, yo me apoyo en la pared metálica y me abandono. Me masturba con las ansias que decía tener, rápido, intenso, buscando que mi cuerpo alivie la tensión en un orgasmo. Suma otro dedo y su mano adquiere el grosor y el tamaño de una buena polla, no de la suya, pero sí de una buena. Me folla deprisa con su mano, yo gimo y le pido más. Él no piensa parar y sigue hasta chapotear en mi vagina. Me corro, lo grito, llevo mi mano a su muñeca y no consigo saber si quiero que deje de hacerlo o instarle a que lo haga más y más.

Lamo con avidez sus dedos empapados en flujos vaginales. Después me siento en el inodoro y desabrocho su pantalón. Su polla a medio crecer desaparece en mi boca en medio segundo. Le como la polla buscando proporcionarle el mismo alivio rápido que él me ha regalado. Acomodo la postura a medida que su rabo crece, cabeceo y lo masturbo. De pronto se escuchan golpes en la puerta pero yo continúo mamando. Los golpes siguen hasta que Álex me detiene en seco. Se sube el calzoncillo y el vaquero, me quedo mirando el grosor del bulto que difícilmente esconde en el pantalón, relamiéndome. Salimos del baño sumidos en una carcajada, una mujer con un niño en brazos nos dice algo en vasco, no lo entiendo pero sé qué nos quiere decir: somos unos cerdos salidos.

Desde el mirador de un centro cultural me enseña la ciudad. Cuando apoyo la cabeza en su hombro me olvido de mi desnudez, de que al subir las escaleras o desde la calle en aquella terraza puede haber gente que haya visto mi coño brillar empapado en flujos. Regresamos a la calle y él me lleva por lugares que no conozco, de los que no visitas cuando haces turismo. De pronto me encuentro frente al mar. El sol luce y se agradece, el viento continúa siendo del sur, el calentón de minutos atrás todavía mantiene mi cuerpo en ebullición; si fuera vestida me quitaría el abrigo, pero no tengo más remedio que dejármelo puesto, sólo me atrevo a bajar un poco la cremallera, hasta que Álex esboza una sonrisa al intuir mi escote generoso.

Me siento feliz, como una adultera saciada sexualmente que no teme ser descubierta, hasta que… El hijo de puta me ha traído a la zona del palacio de congresos. No reconozco a mis conocidos, pero hay grupos de gente arremolinados en las puertas. Sé que no ha sido casual, que me ha traído aquí a posta. De pronto me dice que se tiene que ir, que entra a trabajar en quince minutos, que ya encontraré el camino y sino solo tengo que pedir un taxi y pagar la carrera con mi cuerpo; sonríe maliciosamente cuando lo dice. Me muerden los nervios cuando lo veo alejarse dejándome sola. Rápidamente me retiro de la puerta del congreso, antes de encontrarme con alguien y tener que explicar mi ausencia. Sin Álex mi desnudez debajo del abrigo me asusta, me meto en un bar segura de tener la cremallera bien subida. Pido un par de pintxos para comer y pregunto por el camino hacia el hotel.

A mi regreso lo encuentro atendiendo formalmente tras el mostrador. No me sale reprenderlo. Me entrega la llave antes siquiera de que se la demande. Hay otras personas merodeando por la recepción, así que actúo un poco.

- Por favor, ¿el servicio de habitaciones?- pregunto.

- ¿Qué deseaba?-. Me muestra su mejor sonrisa, diferente a la que me ha dedicado cuando me ha dejado sola en la calle pero me derrite igual.

- Quiero que me folles-. No lo digo, lo vocalizo, lo gesticulo, pero él me entiende. Dice que se encargará personalmente. Subo a la habitación y espero. No tarda mucho. Golpean la puerta y yo abro sabiendo que es él. El abrigo me lo he dejado sobre la cama, así que estoy solo vestida con mis medias y el liguero. Antes de que él entre yo ya estoy esperándolo junto a la cama, de pie. Doblo mi cintura, apoyo las manos sobre el colchón y lo primero que ve de mí son las nalgas esperando su castigo. El cuerpo me tiembla cuando su mano sacude mi cuerpo. Luego él también se agacha y cubre de besos los cachetes de mi trasero. Dureza y ternura, me encanta la mezcla. Sus manos recorren mi espalda, se aventuran por mis pechos, calibran el agitado respirar de mi vientre; al hacerlo su cuerpo se pega al mío. Muevo el trasero buscando restregarme con su paquete. Con la mirada perdida en la colcha de la cama, escucho el sonido que hace su pantalón al caer al suelo. Siento el roce de su polla bajo el calzoncillo, crecida, muy crecida. Sus manos están ancladas a mis nalgas, Álex se agacha.

- Ay, sí, dios, cómeme el culo- digo intuyendo lo que me espera. Su lengua comienza a mojar mi ano. Las sensaciones que experimento van mucho más allá de las cosquillas que me provoca. Mi mente es capaz de transformar esa sensación en placer. Deseo que me coma, que me devore. Me abre las nalgas, siento como me tiran los esfínteres, después el tacto esponjoso de su lengua me relaja. Gimo, me retuerzo cada vez que su boca se empotra entre mis posaderas y la suavidad de su lengua me recorre desde el final del coño hasta la parte superior de la raja. Siento de pronto un dedo rondar la zona. Me pone nerviosa pero sé que es necesario para que pueda entrar en mí. Presiona, la primera falange de su dedo índice entra en mi cuerpo. Lo mueve, me barrena, trata de dilatar mi ano con suavidad pero decidido. Sabe que mi ano es para él, aunque no me guste, él ha sabido encontrar mi lado más sucio y obtendrá de mí todo lo que se proponga.

Su dedo avanza, siento como mi ano cede poco a poco. Tiene un dedo ya dentro cuando acerca la yema del pulgar. Retira un dedo y lo sustituye por el otro. Es más ancho pero mi cuerpo ya está acostumbrándose. Permanezco inclinada, con la cabeza gacha, mirando alternativamente el cabecero y la cama. Cuando menos me lo espero su polla se abre paso en mi coño. Me ha cogido desprevenida, concentrada en convertir en placer las sensaciones que me provocan sus dedos en mi ano, y me humedezco en el acto. Gimo de una manera lastimera. Cuando me folla el coño con su polla gorda aprecio más la presencia de su dedo en mi ano. Le pido que me folle rápido, que me haga correrme cuanto antes, se lo suplico. Mueve sus manos, una agarra mi cadera metiéndose por debajo de la tira del liguero, la otra está en la parte superior de mi trasero, hundiendo sin forzar su dedo pulgar en mi ano. Se acelera sólo para concederme el disfrute que le he pedido. Sus muslos golpean los míos, hacen que mi cuerpo se sacuda, que mis pechos colgando bailen. Me levanto, Álex me sujeta, llevo una mano a apretarme una teta, la otra baja al coño y se acompasa a sus idas y venidas por mi vagina. Toco mis labios, me pinzo y me froto la pipa, necesito correrme para que luego él pueda destrozarme el culo. Pronto surte efecto. Mi cuerpo convulsiona, me agito, agrando el agujero de mi ano sin pretenderlo, me corro y vuelvo la cara buscando su imagen detrás de mí.

Ya me ha dado el alivio del orgasmo y ahora le toca a él. Su polla impregnada en flujos deja un surco de humedad en mis nalgas. La carnosidad del glande se sitúa a la entrada del ano. Fuerza un poco y comienzo a tragarlo. Doy un respingo, me duele pero no digo nada, aguanto mientras él presiona y su polla se va doblando para entrar por mi pequeño agujero trasero. Me abraza, mueve mi cuerpo tratando de encontrar la mejor postura para metérmela entera. Sé que le gustaría hacerlo más intenso, pero entiende que mi culo necesita sus tiempos. Avanza, lento, pero avanza. Me lo dice:

- Muy bien, zorrita, ya casi está-. Continúa doliéndome, ni siquiera llevando una mano al coño me alivio. Me abraza, me aprieta contra él, ya está completamente dentro, sus manos como garras se clavan en mis tetas. Sus gestos son bruscos y mi cuerpo aguanta las sacudidas como puede. -No grites, sino el resto de los clientes se quejarán en recepción y tendré que volver enfadado- me dice al oído cuando un empujón más brusco me hace chillar. Vuelve mi cara, besa mi cuello, se adueña de mi boca, me posee. Cada vez me siento más elevada, en su abrazo casi levanta mis pies del suelo, sólo permanezco sujeta por su polla hundida en mi culo. De golpe se retira, me empuja. Caigo sobre la cama y Álex me gira decidido. Son décimas de segundo, de pronto me veo con las piernas abiertas y flexionadas. Siento mi culo arder, lo imagino tremendamente dilatado, como algunas veces he visto en el porno. Recibo un salivazo pero no me calma. Lo miro, implorando sin decirle nada que vuelva a él. Apoya su cuerpo en mis piernas, se me doblan, me hacen daño pero reprimo el grito de dolor. Vuelve a acercar su polla a mi ano y entra completa con sorprendente facilidad. La siento moverse, el dolor se alivia, más aún cuando coloca una de sus manos sobre mi sexo y comienza a moverla, a restregarme los labios, el clítoris. Noto que los ojos y la boca se me abren de golpe, sorprendida de lo excitante que es. Siento como el coño se me humedece a pasos agigantados. Él no se detiene, sus caderas empujan incansables, su polla me abre el culo más y más y su mano vuela a una velocidad tremenda, haciendo que mi clítoris extienda el placer a cada rincón de mi cuerpo.

Me llevo la mano a la cara, me la muerdo para no gritar como una loca y que se entere todo el hotel. Me estoy corriendo con una polla gorda y larga hundiéndose una y otra vez en el culo, me siento como nunca antes me había sentido. Álex vuelca su cuerpo sobre el mío, mis piernas lo sostienen. Ya no se mueve, sólo gruñe, bajando la cara hasta enterrarla entre mis tetas y mi hombro. Se deja ir, su cuerpo se convulsiona al compás del salir disparado del semen de su polla. Lo abrazo, quiero sentir su calor en mi piel, quiero apoderarme de él, retener un poco más esa sensación de verme convertida en una guarra, llevármela conmigo, tenerla presenta en mi día a día; no sé si sabré sin él, pero por lo menos espero conservarlo más allá de ese momento en Álex que se retira y mi ano comienza a expulsar, lenta y pesadamente, todo la leche caliente con la que me ha rellenado el culito.

domingo, 24 de mayo de 2020

Così fan tutte

 Sé que una página porno no es el lugar indicado para estos culteranismos, porque la sangre se concentra en determinada parte y no riega bien el cerebro, pero lo tengo que citar: Così fan tutte. Aparte de una obra de Mozart, es italiano, viene a significar "Así actúan todas". Todas son las demás, no yo, y todavía no sé si eso implica que voy camino de la santidad o es que simplemente soy medio gilipollas. 

 El así es algo más difícil de explicar porque significa muchas cosas. Significa, por ejemplo, auto engañarse, pasar por alto, perdonar, mentir, a veces incluso emborracharse. Así puede venir a ser, según el caso, obviar la mentalidad infantil que les hace pensar en los videojuegos cuando tú, nada virtual y con necesidades reales, estás ahí a su lado, o pasar de viejos verdes para los que no existes si tu escote no luce un par de globos aerostáticos. Por no hablar de los niñatos adictos al porno que se piensan que una garganta profunda es la mejor manera de entrar en contacto, o aquellos, y esto que cada cual lo interprete a su manera, que se van cuando tú todavía no has echado a andar. Incluso también puede significar compadecer a aquellos que parece que están y son pero les tiemblan las manos cuando tienen que acompañar los movimientos de tu cadera. 

 Y lo siento si has leído hasta aquí y te sientes estafado porque esta no es una historia al uso. Me gustaría poder contarte una. Una bien sucia, o asquerosamente limpia porque transcurre en la ducha entre pompas de jabón, fluidos tibios y posturas imposibles más propias de acróbatas chinos. O tal vez una en la que se intercambian los papeles y mientras él plancha yo lo miro y acabo poniéndome más caliente que el pico de una ídem y acabamos follando sobre la encimera, pero... me parece que el realismo mágico ya pasó al olvido. Quizás algo más clásico, del tipo chica conoce chico, o chica conoce chica, o chica conoce al amigo del chico, o chica con chico conoce al chico de la chica de su chico y acaban, felices los cuatro, perreando dentro y fuera de la pista de baile. O acaso una de amores platónicos, o mucho mejor presocráticos, ¡dónde va a parar!, en la que te levantan los pies del suelo y sosteniéndote en el aire sientes abrasándote el fuego que ni el agua ni mi propia lluvia podrá sofocar. ¿Dónde estás mi Anaximandro? 

 A riesgo de parecer pedante (¿qué culpa tiene una de tener cierta cultura y/o carecer de polla con la que pensar?) seguiré con la filosofía. Así que si yo digo, que va, que va que va, yo leo a Kierkegaard, él sabe que me tiene que hacer reír, no importa cómo (al igual que los buenos cantantes tengo más de un registro), durante un rato y luego dejar las bromas o los dramas, lo que toque en cada momento y de un pollazo decidido y oportuno borrarme la sonrisa o enjuagarme las lágrimas y hacerme morder el labio. Debe preocuparse por lo que pasa alrededor de mi cintura al menos tanto como por sus abdominales, tiene que escucharme más allá del ajá, ajá con la cabeza gacha y la mirada perdida en la pantalla de su móvil. Tiene que ser duro, estar duro, o blando, no importa, el chocolate me gusta tanto en tableta como en mousse, y sobre todo ponerse duro, no hace falta decir dónde, ¿verdad?. Debe aguantarse mis días, y las broncas y los ya no te quiero, porque si siento que merece la pena tendrá la recompensa de mis reconciliaciones. ¿Tanto pedir es?

 Y a cambio yo, alta, bajita, guapa, fea, del montón, gordita, esmirriada, obesa, sensata, loca, impulsiva, feminista, libre, sumisa, compartida, multiorgásmica, frígida, realista, pasota, pesimista, mentirosa, te ofrezco mi verdad.

martes, 19 de mayo de 2020

Tormenta de verano

 El verano de mis dieciocho años pasé más tiempo en casa de mi amigo Pedro que en la mía propia. Nos conocíamos desde el parvulario, habíamos crecido juntos, compartiendo juegos y aprendizajes, siempre habíamos sido íntimos, hasta finalizar el instituto. Pero se anunciaba septiembre y la universidad amenazaba con separar nuestros caminos. Por eso aprovechábamos el tiempo juntos, perdiéndolo de cualquier manera, haciendo deporte, jugando a la videoconsola, charlando de ligues… No voy a decir que su familia era como si fuese su familia, pero casi. Y no puedo decir que lo fuera, porque su hermana Sara me gustaba demasiado para haberla tenido como hermana. Tiene tres años más que nosotros, 21 por aquel entonces, la piel morena y una dulce silueta, y hacía ya un tiempo que estaba perdida y secretamente enamorado de ella. Para tranquilidad de mis hormonas y desasosiego de mi corazón, aquel verano sólo tuve que aguantar un par de semanas la dulce tortura de verla en bikini y en vestiditos cortos de vida alegre, que diría la canción. Y es que a mitad de julio se había marchado a trabajar a Inglaterra con el objetivo de mejorar su inglés. Tengo que reconocer que me volvía loco pensar que, aprovechando la independencia estival, estuviera liada con cualquiera, pero al mismo tiempo, su ausencia me hacia sentir más cómodo, me permitía ser más yo. 

 Aquella noche, como tantas otras, había terminado cenando en casa de Pedro. Ya estaba por marcharme cuando se desató una de esas típicas tormentas de verano. De pronto el ruido de la lluvia se vio superado por el estruendo de miles de bolas de granizo, gordas como nueces, que hicieron saltar tejas y alarmas de los coches. No era cuestión de marcharme en esas circunstancias, así que me tuve que quedar aguardando que el cielo concediera una tregua. Sin embargo, y contradiciendo al refrán, después de la tormenta, parecía llegar el diluvio. Tanto y tan fuerte llovía, que la madre de Pedro, Inma, decidió por todos que lo mejor era que pasara la noche allí. Me hizo avisar a la mía para que no estuviera preocupada, y se ofreció a preparar la habitación de su hija ausente para que durmiera en su cama. 

- No hace falta, no te preocupes, yo puedo dormir perfectamente en el sofá- dije. Ella insistió, pero terminé por convencerla de que no era necesario. – Además le podría sentar mal a Sara si se entera que he dormido en su cuarto.- terminé por convencerla. Tal vez hubiese estado bien dormir en su cama, sumergirme en su universo, impregnarme en su aroma, pero… sé que no tengo un espíritu tan elevado y romántico, y que lo que en realidad sucedería sería que alguna prenda de su ropa interior acabaría escondida entre las mías, alimentando primero y limpiando después, mis pajas. Así que mejor evitar tentaciones dejándolas al otro lado de la puerta, y dormir en el sofá. 

 Después de mirar un rato la tele, llegó la hora de acostarse. Pedro se fue a su cuarto, sus padres a su habitación, y yo me quedé sólo con mi sofá. Me quité los pantalones y la camiseta, y solo vestido con los calzoncillos, me tapé con la manta que me habían ofrecido. Seguramente hubiese estado más cómodo en la cama de Sara, pero ya no era momento de cambiar. Tenía calor, estaba incómodo, el cielo se iluminaba por el resplandor de miles de relámpagos que alumbraban más que una linterna, y el sonido de un trueno se hilaba con el siguiente hasta crear un rugido infernal. Era plena madrugada y no podía dormir. De pronto, iluminada por la fugaz luz de un relámpago, observé una figura como fantasmagórica que avanzaba lentamente por el salón, procurando no hacer ruido. 

- Vaya, cuanto lo siento, ¿te he despertado?- era la voz dulce de Inma que se detuvo al sentir que me revolvía en mi lecho. 

- No, no se preocupe, no podía dormir- le contesté en baja voz. 

- Voy a la cocina, ¿quieres que te traiga un vaso de agua?- preguntó ella muy servicial. 

- Tranquila, ya voy yo, muchas gracias- le dije mientras me incorporaba y me cubría con la camiseta. 

 Mientras tanto, ella siguió su camino, encendió una luz que yo seguí medio adormilado, y me encontré de pronto en la cocina. Estaba de espaldas, con zapatillas de andar por casa y un camisón de satén blanco. Sacó una botella del frigorífico y vertió el agua en dos tazas que ya tenía preparadas. Vino hacia mí, me alargó la mano con el vaso y se sentó. Yo le di las gracias y la imité sentándome al otro extremo de la blanca mesa de formica. 

- Hubieses estado mejor en la cama de Sara. A ella no le importaría- dijo después de apurar en un trago tres cuartas partes de la bebida. 

Me encogí de hombros. – Tal vez, pero es por el calor que no podía dormir- dije tras refrescarme con el agua que me había ofrecido. – ¿Usted tampoco podía dormir?- añadí. 

Apuró su vaso antes de contestar: - Trátame de tú, por favor. Me había dormido, pero luego he tenido unos sueños que…- dejó caer sin terminar la frase.

- ¿Una pesadilla?- pregunté yo.

- No, no, todo lo contrario- respondió dibujando una sonrisa en sus labios. 

- ¿Entonces?- volví a preguntar sin imaginar dónde terminaría llevándonos mi curiosidad. 

Ella resopló, rió, y mirándome a los ojos dijo: ¿no pretenderás que te cuente mis sueños eróticos, verdad? 

 La verdad es que yo me quedé muy cortado. Era un adolescente, el sexo llenaba casi todos mis pensamientos, pero en aquel momento, compartiendo un vaso de agua con Inmaculada, la madre de mi mejor amigo, he de reconocer que me puse colorado en el acto. No es que no hubiese imaginado ni por asomo la clase de sueños que alteraban su descanso, es que ni siquiera podía imaginar que esa clase de sueños se conjugasen en el cerebro de una madre. Tal vez me hubiese fijado en otras mujeres maduras, pero nunca en Inma. No sé, era como una segunda madre, como mi tía, la conocía de toda la vida, y aunque me tratara con dulzura, yo no veía más allá pues simplemente no había nada más que ver. Era una mujer normal, de una belleza sosegada. Ni muy guapa, ni muy fea, morena, alguna cana en su media melena, un rostro corriente, que solo al ser cruzado por sonrisas como la que entonces lucía, adquiría una luz especial. Su cuerpo también era bastante usual. Piernas cortas, caderas anchas, su cintura no era la de un maniquí, pero tampoco pudiera decirse que era gruesa. Una mujer normal y corriente, con sus marcas en la cara, con sus ojeras, con sus curvas, con… con unos pechos algo caídos y redondeados en los que yo nunca había pensado hasta que esa noche la tenía sentada frente a mí, confesándome sin confesar sus sueños húmedos, y de los que yo no podía de repente apartar la vista pues el calor y el sudor de aquella noche de verano pegaban el camisón a su cuerpo marcándole los pezones. 

 Aunque mi cerebro exigiese otra cosa, mis ojos se habían vuelto de golpe unos librepensadores, y no conseguía apartar la mirada de ese montículo que se insinuaba bajo la ropa. Durante unos instantes ella no reparó en qué centraba mi mirada, y cuando por fin lo hizo, ni se tapó, ni se levantó, ni siquiera me miró con mala cara. Tan sólo, como quien se aparta el pelo de la cara, pinzó el camisón con sus dedos, lo separó de su piel, y volvió a dejarlo caer en unas milésimas que ante mis ojos parecieron pasar a cámara lenta. Y entonces fue peor, porque ya no era uno, sino los dos pezones los que se marcaron en su ropa. Y aunque yo tratara de no mirar, siempre un vistazo ligero y furtivo se me escapaba, y eso era suficiente para que comenzara a sentir un ligero cosquilleo en mi entrepierna. Ella mirando las musarañas, y yo tratando de vencer la atracción gravitatoria que ejercía sobre mi cuello su presencia, permanecimos un rato en silencio. 

- Carlos, cielo, ¿me servirías un poco más de agua?, por favor- dijo de pronto. Yo me levanté como un resorte. – Por supuesto- le contesté. Pasé a su lado intentando no fijarme en lo único que me podía fijar, y al hacerlo sentí su mirada clavándose en mí, y una mueca parecida a una sonrisa se dibujó en sus labios al ver lo que esa conversación de madrugada estaba comenzando a despertar bajo mi calzoncillo. Llené de nuevo los dos vasos y los dejé sobre la mesa. – Gracias, cielo- usaba esa coletilla a todas horas y con todo el mundo, así que no me lo tomé como un cumplido personal - Siempre tan educado, quizás debería contarte lo de ese sueño…- dejó caer. Y sólo la posibilidad de que aquello ocurriera, desató en mí tal nerviosismo que no acertaba a cerrar la botella hasta que el tapón acabó cayéndoseme de las manos. Evité la tentación de mirar sus piernas al recogerlo, pero luego no podía apartar la mirada del piso. Miraba mis pies desnudos sobre el frío suelo cerámico, pero por más frío que estuviera, yo seguía teniendo mucho calor. Saber de su sola presencia a apenas metro y medio hacía que mi temperatura aumentase sin cesar. Permanecimos sin mirarnos, en un silencio que no era más incómodo que las pocas frases que habíamos intercambiado hasta entonces. Se incorporó, dejó las tazas en la fregadera, y pensé que al salir por esa puerta, todo habría acabado. Pero no.

 Cerró la puerta de madera y cristales rayados y translúcidos, volvió sobre sus pasos, y se sentó sobre la mesa muy cerca de mí. Al sentarse el camisón se le recogió ligeramente, y yo no pude evitar mirar sus muslos. Si intentaba mirarla a la cara, lo primero que veía, como un par de montañas infranqueables, eran esos dos pezones erizados coronando sus senos, así que opté por seguir mirando la nada erótica pared de baldosas que tenía frente a mí. Pero aún así me era imposible negar la erección que comenzaba a reflejarse bajo mi calzoncillo. Sentía la sangre afluir y afluir, poniéndome la polla cada vez más dura, cada vez más larga, hasta hacerme incómodo incluso el estar sentado. 

- Ay que vergüenza, vas a pensar que soy una fresca…- dijo cubriéndose la cara con las manos pero dejando el hueco necesario entre sus dedos para observar mi reacción - pero te lo voy a contar, siempre has sido tan correcto conmigo, que creo que a ti sí puedo contártelo… y esto no se lo vayas a decir a nadie, ¿eh?... - dijo de pronto. Yo negaba con la cabeza. Movía rápido la cabeza de lado a lado, diciéndome y diciéndole que no, no era ninguna fresca, y que por supuesto nunca se lo contaría a nadie, pero sí, quería oír esos sueños que perturbaban sus noches. – Verás; ¿a ti te gusta…ya sabes… que te la chupen?- preguntó mirándome. Aun a riesgo de tener que ver sin querer esos pezones, la miré y el gesto de mi cabeza se transformó en afirmativo. – Y a Pedro, ¿crees que le gusta?- No es que lo creyera, es que lo sabía, pues a ambos nos la había chupado la misma tía, aunque aquello no era para tanto, pues según decían las malas lenguas, se la había comido a medio instituto incluyendo algunos profesores. Yo seguí afirmando con la cabeza, pues era incapaz de pronunciar la más mínima palabra. Toda la soberbia de mis dieciocho años había desaparecido de golpe aquella noche escuchando hablar a la madre de mi mejor amigo. Lo único que no estaba intimidado en mi cuerpo era la polla, que seguía despertándose bajo las ropas. – Pues a su padre no le gusta. No sé por qué, yo pensaba que a todos los hombres les gustaba eso, pero no a él. Alguna vez lo hemos hecho, siempre por iniciativa mía, pero…no puede… es que él es muy tradicional. Fíjate, en treinta años de matrimonio nunca, nunca- recalcó- me ha pedido hacerlo por el culo. Claro, que yo no le hubiese dejado, porque no soy de esas, y además dicen que duele mucho y tengo miedo, pero no sé, su papel de hombre es el de al menos pedirlo, ¿no? Por eso me gusta tanto este sueño, porque no es que me lo pida, casi me exige que se la chupe, y yo lo hago, y cuanto más lo hago, mas grande se le pone, y al final siempre acabo…empapada en sudor- me confesó de golpe. 

 Yo estaba alucinado. No es que me hubiese contado su sueño, es que se había abierto de tal manera a mí que poco menos me había contado toda su sexualidad, y la verdad, me había dejado sin reacción. Tal vez un terapeuta sexual hubiese interpretado en ese relato una serie de frustraciones que le impedían disfrutar de una sexualidad plena, pero yo era tan solo un adolescente empalmado, y toda mi reacción era una innegable erección. Aunque ella parecía esperar algo más de mi parte.

- ¿Eh, no dices nada?- preguntó sacándome de mi estado. 

- Per…perdón- balbuceé como toda respuesta.

- ¿Qué que te parece, crees que soy una rara por tener esa clase de sueños?- volvió a preguntar. Yo negué con la cabeza, y sonriéndome dijo: eres un cielo de niño, siempre me lo has parecido, y seguramente sólo quieras hacerme sentir bien, pero yo no sé qué pensar. La única vez que se lo comenté a mi marido, poco menos que me dijo que estaba enferma, y tal vez tenga razón. 

- No- dije escuetamente. El padre de mi amigo, que también se llamaba Pedro, siempre me había parecido un hombre admirable. Con éxito en los negocios, inteligente, simpático, poseía un don de gentes natural… era la clase de adulto en la que cualquiera quiere convertirse, pero ante esa confesión de madrugada que me hacía su esposa, de pronto había caído para mí, de golpe y para siempre, en la categoría de calzonazos. Así que repetí, en voz alta pero para mí mismo: no tiene razón

Al oírme decir aquello, Inma ladeó la cabeza, y me dedicó una de esas sonrisas que iluminan su rostro. – Ven aquí y abrázame- dijo, y yo, como si sus palabras fueran las órdenes de un hipnotizador, me levanté sin reparar en la tremenda erección que mis boxers granates ya no podían disimular. Ella, al contrario, si que parecía haberse dado cuenta. 

- ¡Vaya, pero esto qué es!- alzó por un momento la voz. Ya más bajo prosiguió: que calladito te lo tenías… menuda joya… ¿pero tú sabes la maravilla que tienes aquí?- dijo echando una ojeada nada disimulada a mi paquete. Yo había compartido unos cuantos vestuarios, y sabía que la tenía grande, algo más grande de la media al menos, pero las pocas chicas que habían disfrutado de ella, nunca habían hecho mención a un tamaño excesivo, aunque seguramente Inma tuviera más experiencia, o eso me gustaría pensar a mí…¿Me dejas verla?- preguntó de pronto. Y sin darme tiempo a responder comenzó a bajar lentamente mi calzoncillo. Creí correrme cuando la polla se trabó con la tela, creí correrme cuando ella la asió suavemente entre sus dedos, tuve que apretar los dientes cuando el primero de sus dedos acarició la punta de mi capullo, y me abandoné definitivamente cuando rodeó el tronco con su mano al tiempo que repetía, pausadamente y como una letanía: qué pedazo de rabo tienes.

Cuando sus manos me libraron definitivamente del calzoncillo, mi polla apuntó al cielo, y ella la acogió entre sus manos, que paralelas, subían y bajaban deliciosamente lento acariciando mi tronco. Inma sentada en el borde de la mesa, yo de pie frente a ella, incapaz de hacer nada que no fuera aguantar sin eyacular… me estaba seduciendo como sólo una mujer madura es capaz de seducir, mientras a pocos metros su marido y su hijo dormían plácidamente ajenos a la tormenta que se acababa de desatar en la cocina. 

Carlos, ¿te puedo pedir una cosa?- preguntó con la voz más dulce que yo hubiera oído nunca. Afirmé con la cabeza. Ella sonrió con una mezcla de malicia y satisfacción, y prosiguió: una polla como ésta no la voy a volver a encontrar y… ¿me ayudarías a hacer realidad mis sueños?- dijo mientras que circundaba con uno de sus dedos, una y otra vez, en vueltas infinitas, mi capullo. Hacía ya mucho que yo no podía negarme a lo que fuera que ella me pidiera, así que volví a decir que si con la cabeza. 

- Bien, entonces ayúdame a bajar- Mis manos en sus caderas guiaron su movimiento. Antes de que quisiera darme cuenta, me había girado, arrinconándome contra la mesa. Me pidió que me sentara en ella y así lo hice. Siempre mi polla en su mano, Inma me miraba a los ojos y yo apenas podía sostener su mirada. Al cabo de unos instantes, dijo: ¿no me vas a pedir nada? Recordé lo que me había contado. En su sueño su marido se lo pedía, así que yo también debería de hacerlo. 

- Chu… chúpala- tartamudeé. Ella ladeó la cabeza, hizo un sonido desaprobatorio y dijo: Así no, recuerda, me lo tienes que ordenar. Respiré profundo, reuní fuerzas antes de dar un paso que creía definitivo, y forzando la voz para que resultara más adulta, dije: cómeme la polla

 Como un relámpago, una de esas sonrisas suyas cruzó su cara. Colocó su mano en la base de mi polla, tirando de la piel, haciendo que resplandeciera mi glande, dio un paso hacia atrás, e inclinando el tronco hacia delante fue descendiendo lentamente hasta posar sus labios en la punta de mi rabo. Me regaló un sonoro beso que consiguió erizar el vello de todo mi cuerpo, y tras unos segundos, abrió ligeramente la boca y dejó que mi polla se fuera adentrando en ella. El calor, la humedad, el suave rasgar de sus dientes, el choque con su paladar…todo unido a la excitación de la escena hacía que estuviera continuamente al borde del orgasmo. Afortunadamente aguanté para seguir disfrutando. Inma movía su cabeza arriba y abajo, lento, sintiéndome y haciéndome sentir... Yo nunca había manejado el dinero suficiente para comprobar las artes de las profesionales, pero… ¡joder!, la madre de mi amigo estaba mostrando una maestría en el mamar impropia de alguien que no acostumbra a hacerlo. Su saliva bañaba mi polla, sentía los aleteos de su lengua en mi glande, las caricias con las que mimaba mis cojones… No se me ocurrió pellizcarme para comprobar si aquello era real, aunque si hubiese sido un sueño tampoco hubiese querido despertar. La negrura de sus cabellos tapaba la mamada, y mientras contorsionaba mi cuello intentando ver cómo mi polla desaparecía en su boca, observé divertido que al inclinarse hacia delante, el escote de su camisón dejaba a la vista unos senos pequeñitos pero muy bien formados y coronados por, ahora ya no tenía que adivinarlos, unos pezones anchos y chatos que se intuían terriblemente duros. Estiré el brazo hasta colar la mano y sentir en mis dedos el tacto firme de sus pechos. Cada uno de mis dedos fue reconociendo el terreno, pellizcando esos pezones, provocándole gemidos que Inma ahogaba en la mamada. 

 Anclado a sus pechos me dejaba llevar. Dejé que ella marcara los tiempos de la mamada, y realmente sabía como hacerlo. De pronto se aceleraba y mi polla daba un respingo al sentir próximo el fin; de pronto la pausaba y dándome un lengüetazo en el glande me regalaba las mejores sensaciones que un hombre pueda tener. Su cabeza se movía, arriba y abajo, de una manera constante, y yo, con la boca abierta, sólo era capaz de emitir unos sonidos guturales que no reflejaban en absoluto el inmenso placer que Inma me estaba haciendo sentir. Sus pechos, ni blandos ni duros, tenían la consistencia que debían tener, y sus pezones se endurecían al contacto de mis dedos. El repetitivo chup-chup de la mamada se mezclaba con nuestras respiraciones y con el ruido del segundero del reloj de cocina que colgaba en la pared. Disfrutando de esa mamada nos habíamos olvidado de todo. Parecíamos solos en el espacio y en el tiempo. Hasta que de pronto un sonido brusco en la noche nos sobresaltó. La aparté de mí, ella se recompuso el camisón, se limpió los labios y rápidamente apagó la luz. Sin decirlo, ambos pensamos en su marido y en su hijo. Tal vez él había notado su ausencia en la cama, tal vez alguno de los dos tuviera que ir al baño, el caso es que no podían encontrarnos de esa manera. Yo apenas acertaba a subirme el calzoncillo, en parte por los nervios y el miedo a ser descubierto, en parte porque mi polla erecta protestaba al ser guardada sin haber completado lo prometido. Inma abrió la puerta de la cocina con cuidado, temerosa de encontrarse a alguno de los hombres de la casa al otro lado. Avanzó a hurtadillas. La vi alejarse hacia su habitación, y entendí que no tenía más remedio que volver a mi incómodo sofá. 

 Apenas dormí en toda la noche. El estado alterado de mis hormonas tras ese ser y no ser aceleraba el ritmo de mi corazón. El simple roce de la ropa sobre una polla que la mamada de Inma había dejado al borde del orgasmo y que no quería volver a su estado normal, me provocaba una mezcla de dolor y placer que me hacía apretar los dientes para evitar correrme de tan ridícula manera. Mirando el techo con los ojos abiertos como platos fueron pasando las horas, pensando, lamentando haber dado por finalizado su sueño por un ruido que, a fin de cuentas, seguramente no era sino un último trueno estertor de la tormenta. Con el alba y las primeras luces del día, el mundo parecía volver a la vida. En mi duermevela sentía movimiento a mi alrededor, pasos, ruidos de tareas cotidianas, voces bajas que no quieren despertar. No me atrevía a abrir los ojos. Me encontrase a quien me encontrase al abrirlos, no hubiese sabido como reaccionar. Casi deseaba que aquello no hubiese sido real, sino producto de un sueño alterado por la tormenta de la víspera que hoy parecía tan lejana. Pero no, no habían sido mis sueños, sino los suyos. Una mano sacudiendo mi hombro me sobresaltó. Más aún al comprobar que era Pedro padre quien me despertaba. Dijo algo que mi cerebro a medio rendimiento fue incapaz de procesar. Pero lo hizo con una sonrisa, algo que me tranquilizó. Cuando terminé de vestirme y volví a la cocina, todos, incluida Inma, parecían sumergidos en su mundo. Ellos, sentados el uno frente al otro tenían la vista hundida en sus respectivas tazas, y todo su movimiento eran unos gestos mecánicos para llevar la tostada a la boca. Miré a Inma, buscando que nuestras miradas se cruzaran, queriendo encontrar una sonrisa, un guiño furtivo, algo que recordara lo que había sucedido horas antes en esa misma cocina. Pero nada. Preparaba más café de espaldas a mí. Llevaba puesta una bata tan alejada de aquel sugerente camisón… Apenas si dejaba a la vista un trozo de su piel entre el tobillo y la pantorrilla. Llenó mi taza, le di las gracias y sin cruzar mi mirada se sentó junto a su marido. La miré de nuevo, buscando bajo esa bata la forma de esos pechos que mis manos habían recorrido. Cuando observó que la miraba, cerró aún más su bata, y a mí no me quedó más remedio que bajar mi vista hacia la taza como hacían los demás. 

 ¿Dónde quedaban sus sonrisas, sus halagos, esa manera tan escandalosamente deliciosa de asirme la polla? Me parecía inconcebible. No pedía que le temblaran las piernas, como me sucedía a mí tan sólo con recordar lo que sucedió la noche anterior, pero… Permanecía inalterable frente a mí. Con su bata perfectamente cerrada, los brazos cruzados y una mano en el cuello. Sabía que ya nada volvería a ser igual con ella, ni siquiera sería igual con mi amigo. Por eso, mientras Pedro y yo esperábamos a su padre, y mientras nos despedíamos, trataba de encontrar en el rostro de Inma algún atisbo de la complicidad que teníamos horas antes. Pero nada. 

- Adiós Carlos, vuelve cuando quieras- dijo avanzando hacia mí. – Te espero en cinco minutos- añadió susurrando a mi oído al inclinarse para darme lo que parecía un casto beso en la mejilla. No lo podía creer. Me dio un vuelco el cuerpo, el corazón me latía desbocado. Una vez más lo había conseguido, había hecho saltar por los aires todo mi aplomo con tan sólo unas pocas palabras. Aquella mujer, con su aspecto de coche familiar, escondía en realidad un súper deportivo capaz de llevarte de cero a cien en escasos segundos. Me costó reaccionar. Pedro tuvo que darme un pequeño empujón para invitarme a salir. El cómodo viaje en el ascensor junto a él y su padre fue para mí una jornada en el parque de atracciones. Mi corazón acelerado se me movía como si estuviese en una montaña rusa. No me atrevía siquiera a mirarles a la cara. Igual que no había podido mirar a Inma después de que pronunciara esas palabras. ¿De verdad iba a volver? Claro que iba a volver. Lo pedía mi polla, mi corazón y todo mi cuerpo. Ahora sólo tenía que rezar porque mi cerebro encontrara la manera de librarme de la invitación que, sin duda, me haría el padre de mi amigo para acercarme hasta casa. 

- No os preocupéis, ya cojo el autobús, que vosotros tenéis que ir en otra dirección y no quiero que lleguéis tarde por mi culpa- les dije cuando me lo propusieron y repropusieron. Les di las gracias cuando pararon el coche delante de la parada del autobús que yo hacía ademán de esperar. Afortunadamente me hicieron caso y siguieron su camino antes de que ningún autocar parara y yo tuviera que encontrar una excusa por no haberme montado. En cuanto el semáforo en verde les permitió acelerar y desaparecieron de mi vista, desaparecí también yo de la parada. Las pulsaciones seguían aceleradas, al igual que la respiración. Llegué al portal, llamé al timbre, y sin preguntar Inma abrió la puerta. No había ningún ascensor en el bajo, así que opté por subir las escaleras a pie, tal vez así encontrara justificación a lo alterado de mi estado. 

 Devoré los escalones de tres en tres, y batiendo los mejores registros llegué a la puerta del octavo piso. Golpeé con los nudillos. La puerta se abrió y allí estaba Inma, con su bata y su misma cara de aquí no ha pasado nada. ¿Y si sólo quería aclarar lo sucedido? Me había hecho unas ilusiones que tal vez no fueran a cumplirse. Cerré la puerta, Inma se giró, caminando ofreciéndome su espalda, con toda la naturalidad del mundo, dijo: Iba a ducharme, ¿quieres ducharte conmigo?- al tiempo que dejaba caer suavemente la bata que la cubría y yo comprobaba que, bajo ella, estaba completamente desnuda. 

 Cuando logré superar la impresión y viéndola partir, reaccioné. La camiseta y las zapatillas primero, luego los pantalones y por último el calzoncillo y los calcetines dejaron rastro de mi búsqueda de su espalda. Llegué al cuarto de baño siguiendo su estela. Al sentir mi presencia se giró ofreciéndome una vista frontal de su desnudo cuerpo. Mis ojos recorrieron su cara, bajaron por su torso, reconocieron sus pechos, y continuaron descendiendo por su imperfecto vientre hasta centrarse en el descuidado vello que recubría su pubis. – Ven aquí, no seas tímido- dijo abriendo la puerta de la mampara. Yo había perdido de nuevo toda iniciativa, así que seguí sus palabras como las órdenes que para mí eran. Volvía a convertirme en un juguete en sus manos de la manera más literal posible, pues tan pronto como me tuvo al alcance, sus dedos empezaron a estirar mi polla. Pasamos dentro, cerró la puerta y abrió la ducha. Hubiese deseado una lluvia fría que calmara mis calores, pero un agua tibia comenzó a caer por mi cabeza, mojando mi cuerpo, humedeciendo las suaves caricias que Inma volvía a regalar a mi polla. Me masturbaba despacio, consiguiendo darle poco a poco a mi pene ese máximo esplendor que tan poderosamente había llamado su atención horas atrás. Acercó su cara a mi pecho. Sentí la dulzura de sus besitos, el cosquilleo de su lengua y el frío dolor de sus dientes mordisqueando mis pezones. Después comenzó a enjabonarme. El cuello, los hombros, el pecho, los brazos… Retorció la esponja y un chorro mezcla de agua y jabón bañó mi polla, escociendo mi capullo. Pronto sus continuos manoseos consiguieron cambiar ese escozor por simple y puro placer. Me tendió la esponja, y poniéndose de espaldas, entendí que había llegado mi turno de enjabonarla. Conseguí que soltara mi rabo a regañadientes, coloqué sus manos en el cristal, y ella inclinó su espalda todo lo que el estrecho habitáculo permitía. Mi ardiente polla rozaba su piel mientras yo observaba divertido como el agua que caía por su espalda se perdía en la maravillosa imperfección de sus nalgas. Besé su nuca, froté sus hombros, mis manos se deslizaron por su cuerpo con la esponja como guante. Una lenta catarata de espuma bajaba por sus piernas. Solté la esponja y mi mano desnuda rodeó sus caderas buscando la parte más baja de su vientre. Gimió al sentir mis dedos rondando su sexo. Mi mano sobre su concha la atrajo hacia mí. Rió al sentir la dureza de mi pene chocando en su trasero. Un nuevo viaje de mis dedos abriendo sus labios, e Inma separó las piernas acomodándose. Colé la polla entre sus muslos, la golpeé un par de veces sobre su clítoris, y aprovechando la lubricación del agua, fui adentrándome en ella. – Aaaaahh, si, así, que bueno…ummm- dejó escapar entre suspiros cuando la rellené por primera vez. Su coñito era estrecho. Sentía como en cada uno de mis viajes las paredes de su vagina trataban de adaptarse a mi polla. Se la sacaba lento e igual de lento la devolvía dentro. Ella gemía y gemía y yo me concentraba en follarla. La postura era forzada; Inma tenía media cara empotrada contra el cristal, y yo tenía que agacharme mucho para poder acceder a su coño, pero no era cuestión de quejarse. Si mi polla resbalaba de su chocho, una mano siempre la guiaba de vuelta. Aunque mi polla lo redujese todo al roce con un sexo, aquel no era un polvo cualquiera. Cierto es que Inma no era una maravilla de mujer, al menos en lo físico, pero era mucho más. Era la madre de mi mejor amigo, era quien, en la soledad de una noche de verano, me confesara sus sueños más húmedos, era una mujer madura que desde lo alto de sus cuarenta y tantos años contemplaba y disfrutaba a la vez de mi inexperiencia y de la juventud de mi cuerpo. 

Tras una serie de idas y venidas por su sexo, mi polla escapó de su coño. A tientas con la mano traté de devolverla a su sitio. Sentí una obstrucción y una dificultad que antes no encontraba, y al mirar, comprobé que estaba apuntando a su estrecho ano. De pronto la idea me pareció atractiva. Coloqué mi polla a la entrada, y pregunté: ¿Puedo? 

- Ya sabes que por ahí no… y menos con semejante cipote… pero me ha encantado que me lo pidieras- contestó girando la cabeza para mirarme. Resignado me cercioré de apuntar esta vez sí al agujero indicado, y su cuerpo respondió estremeciéndose. Inma echaba su cuerpo hacia atrás, yo la agarraba por las caderas y no dejaba ni un momento de embestir, y en el chocar de sus nalgas con mi vientre nacía una explosión de agua que la ducha seguía derrochando ajena a la sequía que anunciaban los telediarios. Una tanda más y los chapoteos que provocaban nuestros cuerpos moviéndose invadieron sus entrañas. Sentí su orgasmo, las convulsiones de su vagina, sus flujos bañando mi polla. 

 Se la saqué, giré su cuerpo e Inma entendió que sus sueños eran más reales que nunca. Se agachó en unos instantes que a mi enrojecida polla se le hicieron eternos, hasta que su boca la cazó al vuelo. Sentía que se me partía cuando la voluntad de sus cabeceos contrastaba con la dura física de mi rabo. Su boca mecía mi polla, su lengua me servía de lecho. Coloqué mis manos sobre su nuca, presionando pero sin obligarla a tragársela entera, y viendo como el agua caía sobre su cabeza, le obligaba a cerrar los ojos, dejé que mi polla explotara llenando de leche su garganta. Ella la escupió mezclada con saliva y con agua, formando unos grumos que se pegaban a nuestra piel y que nos obligaron a lavarnos de nuevo. 

 Desnuda, Inma secaba su piel dejándose abrazar por la blancura de la toalla. Un par de pasos por detrás yo la imitaba. Veía su media melena con canas diseminadas, su encorvada espalda, sus nalgas caídas y me parecía la mujer más bella del mundo. 

- ¿Inma?- rompí el silencio.

- Dime- dijo girándose.

- ¿Tu crees que esto se volverá a repetir?- pregunté. 

- Los dos sabemos que es mejor que esto se quede aquí- respondió. En la sequedad de su respuesta había sin embargo matices de dulzura, un rastro de agradecimiento que era mutuo. 

- Entonces vamos a hacerlo bien- repuse. Mis manos rodearon su cuerpo, ella rió sorprendida, la atraje contra mi pecho desnudo, ladeé mi cabeza y abrazando sus nalgas nos fundimos en un profundo beso en el que intercambiamos bastante más que saliva. Una pausa, una mirada y un silencio, y nuestras bocas de nuevo se lanzaron la una contra la otra. La aupé en el aire. Sus brazos rodearon mi cuello, sus piernas mi cintura. Yo perdí la toalla que cubría por debajo de la cintura, y nuestros sexos de nuevo se encontraron. Avancé con ella enroscada a mi cuerpo. Llegué a la habitación de matrimonio con la cama todavía por hacer. La dejé de pie, y sus pechitos quedaron a la altura de mis ojos. Los besé, los acaricié y los apreté entre mis grandes manos antes de que mi lengua reclamara su turno para jugar en ellos. Sus pezones tan anchos y duros como siempre se erizaron nada más empezar a mamar de ellos. Inma se mordía los labios, echaba hacia atrás la cabeza y se deshacía en suspiros. Muy despacio se dejó caer sobre la cama y yo caí también con ella.

No despegué mi cara de su piel hasta no reconocer de memoria la geografía de sus senos. Mis dedos dibujaban en continuas caricias la irregular circunferencia de sus areolas, su sabor se impregnaba en mi lengua, mis labios seguían trabajando esos pezones hipersensibles. Continué descendiendo, besando su vientre nervioso, que ascendía y descendía al compás de su cada vez más acelerada respiración. Sentí las cosquillas de su vello púbico en mi cara. Inma gimió, separó y flexionó las piernas y en un prolongado suspiro se relajó. Besé cada centímetro de la cara interna de sus muslos. Acerqué la cara, inhalé su aroma, mi boca se posó sobre sus labios, y ella con los ojos cerrados sólo acertaba a gemir. Besaba su vello, tirando suavemente de él, y la forma de su sexo resaltaba ante mis ojos. Con mi lengua lo recorrí de abajo a arriba, y las manos de Inma buscaron acariciar mi cabeza. Me ayudé de los dedos para hacer resaltar su clítoris, y mi lengua dio pequeños topetazos en él que en su cuerpo provocaron descargas de placer. No había prisa, teníamos todo el tiempo del mundo. Ningún ruido nos iba a interrumpir esta vez, así que continué con la cara hundida en su sexo. Mi nariz se frotaba en su pipa, su pelo brillaba por efecto de la saliva, y mi lengua se adentraba en el pasadizo rosáceo que se hallaba tras él. 

- ¿Dónde tenéis los condones?- pregunté incorporándome mientras con mi mano calibraba la dureza de mi polla. Ya estaba lista para una nueva batalla, e Inma también estaba suficientemente lubricada. 

- No usamos, pero sé dónde los guarda Pedro- respondió ella. Me dio las indicaciones. Fui a la habitación de mi amigo sin pensar demasiado que era a su madre a quien iba a volver a tirarme, y volví con la polla ya enfundada en un condón que apenas me cubría medio tronco.

- Vaya, no parece que uséis la misma talla- dijo ella riendo viendo el ridículo y pequeño vestido de mi rabo. 

 Me tendí encima. Nos besamos, y mi cuerpo buscó acomodo entre sus muslos. Una ola de calor recorrió mi cuerpo cuando muy despacio mi polla se adentró en su coño. Suspiramos al unísono, y empecé a moverme. Lento, sintiendo como su vagina se adaptaba a unas dimensiones que le resultaban extrañas. La humedad que empezaba a bañar su interior contrastaba con su cara sofocada. Inma, las piernas al aire, gemía con cada una de mis embestidas. Yo caía sobre su cuerpo, me incorporaba sobre brazos y piernas y volvía a caer, cada vez más rápido, cada vez más fuerte. El continuo chocar de nuestros cuerpos marcaba el ritmo de la follada. Ella comenzó a gritar que se corría, y yo apreté la marcha para que así fuera. El momento de su orgasmo quedó marcado en forma de arañazo en mis nalgas. Apreté los dientes y volví a incrementar el ritmo. Sus manos se posaban en mis hombros, recorrían compulsivamente mi espalda. Al caer sus pezones duros y erectos amenazaban con rayar mi pecho. Mi frente casi pegada a la suya, compartíamos el sudor y nos respirábamos a la cara. Al cabo de un rato de entrar y salir de su coño, quería correrme. Me dejé caer hasta aplastar su cuerpo contra la cama. Ella me abrazó con brazos y piernas, no quería dejarme escapar, y yo sólo quería irme. Me movía torpemente, en impulsos cortos y bruscos que consiguieron arrancarle un nuevo orgasmo, e intentando avanzar entre las convulsiones de su cuerpo, me corrí yo también. Entre su cuello y la almohada ahogaron el grito que solté mientras mi polla reventaba a chorros en el mejor polvo de mi vida. 

 No me dejó desmontarla hasta que nuestros fatigados cuerpos recuperaron su ritmo habitual. Sintiendo su calor, el tacto de su piel contra la mía, y con mi polla todavía dentro de su cuerpo pasamos largos minutos abrazados, queriendo grabar en la memoria algo que no se repetiría nunca jamás. Me incorporé, enjuagué mi sudor y me vestí mientras ella miraba en silencio tendida sobre la cama, cubierta por una sábana que no tapaba nada. Mis movimientos lentos querían dilatar el momento de la despedida definitiva. De pronto ella se incorporó rápidamente. 

- Espera- dijo mientras salía de la habitación con rumbo desconocido para mí. Miré su cadencioso andar alejándose, sus caderas balanceándose, sus caídas nalgas… Al poco volvió. Traía algo arrugado en la mano.

- Toma- me dijo tendiéndome lo que descubrí como unas bragas usadas. – Sé que nos va a costar, al menos a mí, pero no podemos hacerle eso a Pedro, por eso cada vez que te venga la tentación, úsalas, tú sabrás cómo hacerlo- añadió mientras su mano trataba de guardar en el bolsillo de mis pantalones la ropa interior que llevaba debajo del camisón cuando todo había comenzado. Sintió en sus dedos el roce de mi polla todavía algo crecida, y eso provocó una de esas fugaces sonrisas en sus labios. Nos miramos, suspiramos queriendo expresar así lo que no hubiéramos podido expresar con palabras, y me marché. 

 Después de aquella noche y aquel amanecer de verano, no volví a pisar esa casa, los estudios sirvieron de excusa para espaciar las reuniones con mi amigo Pedro, hubo otras que sacaron de mi mente a su hermana, y sólo el recuerdo de Inma y unas bragas escondidas en un cajón que fueron amarilleándose por el tiempo y el esperma de mis pajas, fueron los vestigios de aquella noche y la fantástica mañana que le siguió.