domingo, 27 de marzo de 2022

Manta y Tere

Soy un tipo sociable, uno de esos que podrían cantar con razón aquello de "los amigos de mis amigos son mis amigos". Con el lenguaje inclusivo empieza el lío. Y no porque uno no quiera ser amigo de las amigas de mis amigas, sino por la presencia constante de Marta, mi novia, estricta censora de cualquier sonrisa que pudiera desembocar en algo tan hermoso como es la amistad. De otras cosas ya ni hablamos, claro. Marta es celosa, incluso ligeramente posesiva diría, pero extrañamente tiene don de gentes. No le cuesta hacer amigas, llevarse bien con las vecinas, con las compañeras de trabajo, mantener el contacto con antiguas compañeras de colegio. Y yo, ¿dónde quedo yo en todo esto? Pues digamos que tengo que mantener un difícil equilibrio: no puedo resultar borde a sus amigas, porque Marta se enfada, y no puedo resultar encantador porque Marta se enfada.

El caso es que un día me vino diciendo que iba a venir a pasar el fin de semana a casa Tere. Tere es una vieja amiga de mi chica, a la que conoció en un periodo de estudio en el extranjero, un Erasmus de estos. Yo, que sólo conocía a la tal Teresa porque Marta la tiene de amiga en una red social, estaría encantado de salir a tomar algo con ella, enseñarle la ciudad, ir a cenar los tres juntos u organizar una comida en casa, pero no entendía muy bien por qué tenía que venir a pasar tooodo el fin de semana precisamente a nuestra casa, habiendo como hay hoteles, hostales, pensiones, habitaciones y pisos turísticos, campings. ¿Pero tú no eras sociable? os preguntaréis, y os digo sí, pero también me gusta estar tranquilamente en casa, pasearme en gayumbos si me da la gana, tirarme en el sofá un sábado por la tarde hasta quedarme dormido con la boca abierta y un hilillo de baba escapando mientras Marta hace cualquier cosa de las que la entretienen. Resumiendo, empate entre sociabilidad y celos de la intimidad, una x en la quiniela.

Bastaron unos pocos minutos para comprobar que Teresa era encantadora: divertida, culta sin resultar pedante, dispuesta a caer bien y demás aderezos. Que estaba buena ya lo había comprobado previamente empapándome de su vida a través de las imágenes de sus redes sociales. Y aunque cuando se presentó en nuestra casa no llevaba los shorts vaqueros con los que la había visto en sus últimas vacaciones y que le hacían unas piernas kilométricas y doradas como la arena de las playas por las que se paseaba, aquella combinación de belleza e inteligencia era una razón de más para no querer alojarla en casa. Sin embargo mi egoísmo poco tenía que hacer ante las decisiones de Marta, así que Tere ocupó la habitación libre que teníamos, a la que pomposamente comenzamos a llamar habitación de invitados, pese a que ninguno de mis amigos que ocasionalmente había pernoctado allí había alcanzado tal grado para mi chica, que, como mucho, los invitaba a marcharse cuanto antes.

Al final las cosas salieron bastante bien; cuando estábamos en casa no se mostraba invasiva, se ofrecía a ayudar y cuando salíamos podía desplegar mis dotes naturales de maestro de la socialización. En realidad fue bien hasta el sábado a la noche. Entre pitos y flautas se nos había hecho tarde para salir a pasear por ahí y todavía era demasiado pronto para salir a cenar o de marcha, así que mi novia propuso un hogareño plan consistente en cena de picoteo y una peli en la tele. Tere se sumó entusiasmada a la propuesta, y dos contra uno, a mí no me quedó otra opción que marchar a la cocina a empezar a preparar todo mientras ellas elegían qué ver.

Después de cenar, si a eso que hicimos se le puede llamar cena, nos encaminamos al sofá dispuestos a llenar la noche con una película. Sin darnos cuenta Marta y yo ocupamos nuestras plazas habituales en el sillón, sin tener en cuenta la presencia de una tercera persona. El espacio no era mucho, culpad a los muebles y a los modernos apartamentos minúsculos, y Marta no se pegaba mucho al margen izquierdo, culpadla a ella, así que yo me tuve que apretar a mi chica, con medio culo sobre la raja que separa los dos asientos, para que Tere se sentara a mi derecha. En otro gesto natural Marta había sacado la manta con la que tantas veces nos tapamos cuando hace frío, como aquel día, y sobre la que, de vez en cuando, terminamos enrollados. Así que con el salón en silencio y las sombras que proyectaban las luces del televisor, nos dispusimos, con nuestra mantita, a ver la peli.

No sabría decir si todo fue bien durante los primeros veinte minutos de película o si comenzó a ir bien precisamente a partir de ese instante. Mientras los guionistas habían estado inspirados, que a mi juicio era sólo en la presentación de los personajes y la trama, presté atención, pero llegué un momento que, cual soldado cobarde, deserté de la acción pero manteniendo mi puesto en la trinchera; desertor sí, pero no tan gilipollas como para marcharme delante de los bigotes de la generala, que, ella sí, permanecía atenta a la pantalla. No puedo decir en qué momento desconectó también Tere, porque trataba de no mirarla demasiado, pero hubo un instante en el que también su mente debió hacer off, justo el mismo instante que eligió para, como si no estuviera causando un incidente diplomático de insospechables consecuencias, apoyar su cabecita en mi hombro derecho. La miré dudando de la presión que sentía mi piel y ella me devolvió la mirada esbozando una sonrisa en apenas dos trazos. Traté de mantener la calma, pero aquello duró lo que tardó Teresa en rozar con sus dedos mi pierna. Yo mantenía los brazos fuera de la manta, pero ella los había metido dentro y había elegido para ponerse traviesa ese momento, precisamente ese momento, en el que estábamos ella, mi novia y yo, sentados en el sofá.

Mientras permanecía como ajena con su cabeza apoyada en mí, sus dedos correteaban por mi costado, mi brazo, incluso llegaban a saltar a la pierna sin que, nervioso lo vigilaba yo, su movimiento se viera reflejado en la mantita. Hubo un momento en el que llegué a temer quedarme bizco, pues mis ojos iban de un lado para otro, buscando una explicación en Tere y tratando de adivinar la reacción de mi chica, quien, sin embargo, permanecía centrada en la pantalla sin saber que los dedos de su amiga habían alcanzado ya mi cuello, allá en la parte que le quedaba oculta. Cuando creí que los dedos de Teresa se adentraban demasiado en mi intimidad, casi doy un respingo:

- Marta, cielo, dale al pause anda, que tengo que ir al baño-.

- ¿En serio? Estás prostático eh- respondió mi novia con cara de pocos amigos. Hui, pero tal vez el baño no fuese el mejor refugio y orinar seguramente no fue la mejor acción, porque mi pollita, a la que los juegos de la amiga de mi chica habían despertado del letargo, al sentirse sujeta por mi mano pensó en otros menesteres, y se alegró todavía más. Cuando regresé al salón fue mi chica la que aprovechó para ir a su vez al servicio, dejándome sólo, entregándome en bandeja de plata, a las mañas de su amiga.

- ¿Qué haces, estás loca?- pregunté susurrando cuando lo que me pedía el cuerpo era gritar mi inocencia e indefensión. Teresa rio. Rio y llevó sus manos a soltar mi cinturón mientras yo me debatía. En esas estábamos cuando volvió mi chica dispuesta volverse a sumergir en una película muy distinta a la que tenía lugar en nuestro salón. Yo casi salté de cabeza para hundir mi culo en el salón y cubrirme con la bata como si hubiera visto al coco en persona.

- Marta, si no te importa voy a apagar la luz, se verá mejor-. Si faltaba algo Teresa añadía ese giro narrativo imprescindible. Dicho y hecho. La pantalla proyectaba la luz que recortaba la silueta de nuestras cabezas en la pared del fondo. En realidad sólo proyectaba mi sombra; Tere volvía a recostar su cabeza sobre mi hombro, Marta no llegaba a sobrepasar la altura del respaldo y yo estaba completamente erguido, tieso como una vela, como la herramienta de trabajo de un divo del cine x, o como mi polla mismamente, que sin ser de tal tamaño, había respondido muy dispuesta a las insinuaciones de Teresa.

La película proseguía y también Tere con su juego; en cuanto Marta volvió a centrarse en la pantalla sus dedos volvieron a posarse en mi cuerpo. Yo me quité las zapatillas, subí los pies al sofá y me cubrí mejor con la manta. Quizás mi psicólogo sepa explicar mejor que yo si pretendía hacerme pequeñito y desaparecer porque no deseaba estar ahí o tan sólo quería evitar que los manoseos de Teresa se reflejaran en un movimiento extraño de la manta. El caso es que la amiga de mi chica, viendo mi pasividad forzosa, se animó más y más, y ya rondaba, con disimulo pero sin escándalo, el cierre de mi bragueta. De perdidos al río, me dije. Giré mi cuerpo ligerísimamente, lo justo para que a Marta le pareciese que me estaba quedando dormido y a Teresa le facilitase el acceso a mi pantalón. Tardó poco en, tosiendo para camuflar cualquier posible sonido, bajar la cremallera y comenzar a hurgar en el calzoncillo. Sentí primero su mano apretándome por encima de la ropa, y después el roce de su piel en mi pene. Cuando una de sus uñas me arañó al retirar la piel de mi glande, tuve que camuflar en sonoro bostezo el gemido que me provocó. Acomodé mi cuerpo en la falsa somnolencia girando aún más hacia ella, y mi cabeza fue a reposar sobre la suya. Antes de cerrar definitivamente los ojos pude ver su mirada sicalíptica y una sonrisa traviesa asomando a sus labios. Si Marta nos descubría que quedase ella como una guarra, yo no me iba a mover ni un pelo.

Claro que yo no me movía, pero ya se encargaba Tere de moverme por los dos. Su mano zurda, en mala postura y torpemente, estiraba mi rabo, lo hacía crecer, endurecerse. En cierta forma lo acariciaba como si estuviese pasando su mano por el lomo de un perrito dócil, y en realidad eso era yo, una mascota agradecida ante sus caricias una noche en el sofá, a la que irremediablemente se le van cerrando los ojos. Quería dormirme, mecerme en un sueño en el que Teresa levantase la manta ante la pasividad de mi novia y añadiese a su mano el saber hacer de su boca. O tal vez me esforzase por soñar a lo grande y que fuesen las dos, mi chica y su amiga, las que, coordinadas y por turnos, abusaran de mi cuerpo hundido en el sillón.

A decir verdad no recuerdo qué soñé, si en realidad soñé algo, pero me dormí sintiendo las idas y venidas de la mano de Teresa por mi polla. Sólo puedo decir que al despertar ambas estaban de pie, con la luz encendida y yo permanecía en el sofá, cubierto con la manta. Al abrir los ojos tímidamente, Marta me miró y con voz firme sentenció: - Ay que ver, ni una peli se puede ver contigo. Si es que…-. Yo agaché la cabeza, levanté la manta y allí seguía, mi polla erecta y fuera del pantalón. Al menos no me había corrido sobre la tapicería del sillón. ¿O quizás Tere había hecho realidad mi sueño? Cuando la miré reía y repasaba con su pulgar la carnosa silueta de su labio inferior.

viernes, 4 de marzo de 2022

Un asunto muy serio

 La Asamblea General

de las Risas Unidas, 

reunida

en sesión extraordinaria

y con carácter de urgencia, 

acuerda

seguir detenidamente

el curso de los acontecimientos

ante las sabidas dotes imperialistas

y la debilidad de mi soberanía

frente a tu limpia sonrisa. 


Asimismo resuelve

imponer sanciones

a la risa tonta, 

por quintacolumnismo

al tiempo que advierte

de nuevas medidas

en caso de colaboracionismo. 


Y ello

pese a mi expresa voluntad

de firmar la capitulación

ahora mismo.