Ahora que la piel tira
y el cloro escuece,
como un masoca
desnudo de cuero
y ornamentos,
busco en la memoria
el instante de placer
asociado a la herida.
Ese momento
pasajero
la tarde –quizás-
de un miércoles
cualquiera,
el gesto
mal calculado
que conduce
a la carne lacerada,
viene a mi mente
con fulgor
de relámpago.
Y como entonces
cierro los ojos
y vuelve a ser tu vientre
el que me ciega,
y tus sonrisas,
aquella callada
y esta otra tan abierta,
las que me impulsan
más allá de la cama
sin percatarme del mueble.
Pobres y dolidas mis piernas.
Sin embargo
las heridas
no duelen en caliente
y el escozor
de piel rasgada
no pudo detener
nuestro presente.
Mi lengua
completó su trabajo,
lo que empezó
como caricias
para salvarnos del llanto,
terminó con un masaje
facial, de labios
a labios.