sábado, 28 de agosto de 2021

Regadío

Otra cosa no sé, pero comer, hay que reconocer que aquí se come de maravilla- dijo, y echándose hacia atrás en su asiento amagó con soltar el botón de su pantalón y dejar libre su madura barriga. Su Antonia, Paco y Luisa, la pareja con la que comparten mesa, mantel y viaje ríen su guasa. Minutos después la broma dejó de ser tal, y la pesadez de su estómago se alió con el calor y el sopor vespertino e hizo aconsejable pasar esas primeras horas de la tarde en el hotel. Las dos parejas se volverían a juntar cuando el sol apretase menos para poder seguir descubriendo los encantos de la ciudad.


Se había quedado dormido tan pronto como se tendió en la cama. Cuando entreabrió los ojos su mujer ya caminaba por la habitación, rebuscando en las maletas el ropaje adecuado para un paseo junto al mar. Pepe siguió sus vaivenes con la mirada sin que ella se percatara, y en la comodidad de la cama de un hotel de cuatro estrellas, se dijo a sí mismo que en el fondo habían sido afortunados. Aunque los viajes como ese hubiesen llegado demasiado tarde, después de toda una vida de trabajo duro y mal pagado, después de tantos sacrificios para que sus hijos pudieran llevar una vida mejor; aunque su Antonia dejase pronto de ser la chiquilla de la que se enamoró perdidamente para ganar enseguida kilos y arrugas, aunque los achaques les recordasen que ya no eran ni siquiera adultos… Pese a todos los esfuerzos realizados a lo largo de sus vidas, había valido la pena vivirla juntos. Qué otra cosa podía pensar: bien comido, reposando entre las sábanas satinadas de un buen hotel, con su mujer a su lado y por si faltara algo habiendo despertado con la polla endurecida, algo que, a decir verdad, ocurría cada vez más de tarde en tarde.


Un brazo cruzado por detrás de la cabeza, la otra mano cerciorándose bajo la sábana de que era cierto lo que sentía en su cuerpo, preguntó: ¿has descansado bien, amor?

Ella se limitó a sonreír para afirmar. Después siguió observándola vagar en ropa interior por la habitación. Cuando ella se acercó a la mesilla, él descorrió la ropa de cama que lo cubría queriéndola sorprender con esa inopinada erección. Ella lo miró y volvió a sonreír negando con la cabeza como queriendo decir no cambiarás nunca. Pepe comprendía a su mujer sin necesidad de oírla, pero aquel día, en aquella habitación de hotel, no acababa de entender qué significaba la sonrisa que se dibujaba en la comisura de los labios de su Antonia. Podía querer decir a la vejez viruelas o ay si hubiéramos podido hacer estos viajes de jóvenes, la de ciudades que habríamos visitado sin llegar nunca a conocer. Precisamente porque no entendía al pie de la letra lo que quería decir su mujer con ese meneo de cabeza, Pepe exigió un poco más a su anquilosado cuerpo y se dobló hasta acercar sus labios a los muslos de su mujer, que de pie junto a la mesilla, se ponía de nuevo los pendientes. Después de recorrer con sus besos toda la superficie posible, Pepe seguía sin tener muy clara la reacción de Antonia, así que verbalizó sus deseos:

- ¿Y si…?- por si su mirada no bastaba, agarró tiernamente la mano de su mujer y la llevó a comprobar por sí misma que no era sólo el aspecto, sino también el tacto de otrora lo que se adivinaba en su entrepierna.

Antonia buscó con la mirada su reloj. No recordaba haberlo hecho, pero debía haberlo guardado en el cajón, y afortunadamente para Pepe, sus ganas de travesura eran esa tarde mayores que su virtud de puntualidad. Como entre ellos, siempre que no se explicitase un no, era un sí, Pepe se apresuró a levantarse de la cama y abrazar a su mujer.


Si se lo hubiesen preguntado hacía cuarenta y cinco años, hubiese respondido sin dudar que los pechos, grandes, tersos, firmes, pero con el tiempo se había dado cuenta de que la parte del cuerpo de su mujer que más le gustaba era su nuca. De tanto observarla al acostarse había terminado por aprendérsela de memoria, y hoy en día era capaz a ciegas de trazar con la yema de su índice la línea imaginaria que une, en forma de triángulo, las tres minúsculas pecas que tiene Antonia detrás de su oreja derecha. Por eso el primer beso de Pepe aquella tarde fue a parar a ese rincón. Luego, en parte porque nunca había podido resistir la femineidad de Antonia, en parte porque a estas alturas de su vida nunca se sabe cuánto va a aguantar la dureza, el resto de sus besos se revolucionaron y fueron precipitándose por sus hombros, su cuello, sus brazos… Como Antonia vestía sólo sujetador y bragas, y él había despertado como Dios lo trajo al mundo, pensó Pepe que rápidamente estarían desnudos y yaciendo juntos. Pero no pensó Pepe en las prisas, que como repetía siempre su abuelo eran malas consejeras, ni en los nervios, ni en los cierres de los sujetadores modernos, así que cansado de no poder quitarlo se decidió a tirar de las, más marmitas que cazoletas, y poder así acariciar los caídos senos de su mujer.

- Quita, quita, que me lo vas a romper…- protestó ella, y tras apartarlo, en un gesto sabio que Pepe miró embobado, soltó el cierre y dejó caer el sostén al suelo. Él acogió en su abrazo a las recién liberadas. Para sentirse un poco menos inútil Pepe se aventuró por la espalda de su esposa, y recorriendo con sus labios la curvada columna de Antonia descendió hasta darse de bruces con unas bragas negras y translúcidas. En el escaso medio segundo que se detuvo a contemplarlas, un pensamiento fugaz como un cometa cruzó su mente: jamás comprenderá a esos que prefieren una incómoda y reveladora tanga, dónde estén unas bragas como aquellas, grandes como la lona de un circo y que en verdad ocultan el mayor espectáculo del mundo…


En cuclillas a los pies de su señora, después de haber bajado a tirones las bragas de su mujer, se dio cuenta Pepe de que su corazón latía desbocado, y los pulmones agitados le recordaban la edad que tenía. Por eso se tomó un ligerísimo respiro antes de hacer lo que el cuerpo le pedía hacer; de lo contrario habría fallecido, de una manera tan ridícula como heroica, asfixiado entre las rotundas posaderas de su esposa. Cuando sus pulsaciones se acompasaron y su respiración se apaciguó, hizo lo que tantas veces, lanzarse a devorar el trasero de Antonia. Ahora ella lo ayuda, separando con esfuerzo ambas nalgas, pero antes no era así. Con la mirada eclipsada por las flácidas carnes de su señora, Pepe cierra los ojos, y sintiendo en su lengua el sabor conocido de aquel cuerpo, recuerda las primeras veces, al poco de casarse, y la mirada que le lanzaba ella al acabar, entre sorprendida y avergonzada, como si hubiese ido a desposarse con el de gustos más raros de todo el pueblo. Con la humedad de una lengua tratando de abrirse camino hasta su ojete, ella también recuerda las primeras veces, su extrañeza y la ausencia de quejas por su parte, pues la habían educado para ser una buena esposa y obedecer siempre a su marido, sobre todo en la cama, y el placer que con el tiempo fue aprendiendo a sentir al tener ahí a su Pepe.


Intuía Antonia que no iba a durar mucho la dureza en el cuerpo cansado de Pepe, y todavía tenía mucho cuerpo que ofrecerle. Con pasos pequeños y torpes fue girándose, presa en el abrazo de su esposo que le rodeaba las piernas. Sintió el cálido aliento de su marido en el vello débil y grisáceo que cubría su pubis, el roce de la nariz, y finalmente los labios de Pepe posándose en su sexo. Lamentó no tener ya la edad y la agilidad necesarias para pasar su pierna por el hombro de su compañero para ofrecérsele entera, pero todavía pudo arrancarle a su vivido cuerpo alguna descarga de placer.


Fue incorporándose Pepe muy despacio, tragándose el dolor que le provocaba su crujiente espalda. Cuando su cabeza topó literalmente con los pechos grandes y caídos de Antonia, Pepe se sonrió. Todavía hoy, en una de esas escasas veces en las que su instinto latente se alía con bríos recuperados, le encanta sumergirse entre las grandes tetas de su esposa. Reunirlas, auparlas con las manos, y hundir su cara en ellas. Frotarse, restregarse, sentir los gruesos pezones de su esposa recorriendo su rostro. Le encanta. En ello estaba cuando sintió la mano rechoncha de su esposa agarrar suavemente su sexo. Lo empezó a masturbar muy despacio, como temerosa de terminar entre sus dedos algo que los dos querían que durase más. Pepe levantó la mirada, y aguardó que ella hiciera lo mismo para poder expresarle con esa mirada y esa sonrisa lo que su pequeña polla no acertaba a decir: le encantaban sus mimos.


No tenían tiempo que perder. Buscaron la mejor postura para acercarse el uno al otro. Sus cuerpos se encontraban ya demasiado torpes como para hacerlo echados. Pepe agarró con cuidado las caderas de su Antonia.

- Ven, cuidado, no te caigas- le dijo, y la llevó hasta el borde de la cama. Ella hizo ademán de doblar su espalda, pero entre sus manos y un lugar donde asirse todavía quedaba un buen espacio. Pepe lo solucionó subiendo las dos maletas, una sobre otra, encima de la cama. Así tendría Antonia un lugar más elevado donde apoyarse sin que su cansada espalda se quejara demasiado. Luego él ocupó su lugar. Acarició ese trasero que con el transcurso de los años había ido creciendo entre sus manos. Mientras trataba de embocar lamentó Pepe que las fuerzas de su rabo le fueran abandonando precisamente ahora que tenía más carnes que nunca que abrir. Sintió una bocanada de calor trepando por su cuerpo, como si el sexo de Antonia hubiera recuperado ardores lejanos, y una gota de sudor rodó por su cuello hasta perderse en el vello cano que cubría su pecho. Estaba dentro. Cerró los ojos. En su mente sus cuerpos uniéndose tenían bastantes años menos. Sus riñones comenzaron a moverse torpemente. El cuerpo de Antonia no lo retenía como antaño, como si un tren levitara en medio de un túnel. En silencio, nunca les había gustado hablar. Sólo los suspiros, gemidos y sonidos guturales imposibles de callar. Ya ni siquiera sus cuerpos provocan música al chocar, tan sólo unos débiles ecos espaciados y arrítmicos. Cada viaje era una proeza, cada minuto una eternidad. Demasiado mayor para empeñarse en arrancarle un orgasmo a su esposa, Pepe sentía que el final llegaba acelerado. Salió de su esposa y comenzó a masturbarse. Como antes, cuando terminaban así para no tentar al destino en forma de embarazo, pero con los ímpetus atemperados. Ella aguardaba, la cabeza gacha, la espalda doblada, a que su macho acabara; él seguía batiendo con toda la fuerza que le permitían sus caídos brazos. El pulgar por encima, el pene en la palma y el roce metálico del anillo de casados que nunca, jamás, se había quitado bajo el prepucio. Entre su mano y el roce del cuerpo de Antonia terminó Pepe con la imprevista siesta.



Gracias a Dios ella no se había dado cuenta. Tarde o temprano lo hará, y durante un rato le tocará soportar su enfado, antes de que, con el tiempo, puedan reírse también de esto. Al principio él tampoco se había apercibido, embobado como estaba mirando esa especie de agua sucia que había expulsado su pene y que comenzaba a discurrir con el caudal de un arroyuelo y la despaciosidad de un gran río, por las nalgas de su Antonia. Fue cuando ella se metió en el baño para limpiarse cuando Pepe se dio cuenta. Un chorretón de esa mezcla extraña a la que costaba llamar semen pero que había nacido de sus entrañas, había ido a parar más allá de la amplia diana que significaba el trasero de Antonia, con la mala pata de ir a caer sobre la ropa que ella había dispuesto para el paseo vespertino junto al mar. La blusa se había salvado, el pantalón negro no había tenido tanta suerte: un minúsculo lago en la parte trasera. Pepe se apresuró, enérgico, sacó su pañuelo, y con cuidado de no extender la mancha, trató de limpiarla. Le pareció haber hecho un buen trabajo. Ahora, mientras camina junto a Paco unos pasos por detrás de Antonia y Luisa, se da cuenta que su rastro blanquecino sigue allí, y el temor a la reprimenda de su esposa se mezcla con el recuerdo del buen rato pasado y el orgullo de decir alto y claro a todos, él el primero, que esa mancha y ese culo, son suyos.

lunes, 16 de agosto de 2021

Amor a primera vista (y otros sentidos)

- Bueno, parejita, y a todo esto, ¿vosotros cómo os conocisteis?- pregunta su amiga con la fingida espontaneidad de quien desea saber hasta el más mínimo detalle.

Eva y Adán se miran un instante, buscando mentalmente las palabras para contar una historia que resulte mínimamente creíble. Tras algún titubeo, él comienza a hablar:

- Coincidimos en un lugar, con más gente, Eva tenía pareja entonces, y…

Cuando ella coge las riendas, la conversación fluye con más ritmo. Sí, yo estaba allí con mi pareja de entonces, pero en cuanto me fijé en Adán lo quise para mí- dice mientras rodea el hombro de su chico y lo atrae hacia sí.

- Uy, chica, qué situación, con el novio delante- ríe alguien en el otro extremo de la mesa.

- Ni te la imaginas, me iba el corazón a mil, yo que sé, amor a primera vista llámalo si quieres, el caso es que me daba igual mi novio y todo lo demás, quería conocer a Adán y el resto no me importaba. En cuanto pude me escapé del resto de la gente y me acerqué a él. No sabía por dónde empezar, pero estaba totalmente como hechizada…

- Es que se nota que Adán tiene magnetismo…- interrumpe su amiga.

- Enorme- asiente Eva.

-Vaya, vais a hacer que me ponga colorado- dice Adán, y ya que ha empezado a hablar, lo sigue haciendo: yo no había reparado en ella, lo siento cariño.- Eva lo mira con impostada fiereza antes de reír y apoyar su cabeza en el hombro derecho de su chico. -Desde mi posición no podía verla,- se justifica- pero, en cuanto empezamos a tratar todo fue maravilloso. Lo siento chicas- Adán hace una pausa y mira al resto de comensales- pero no es que Eva sea distinta, es que es mucho mejor que el resto, única, especial. Desde que la conoces no quieres buscar más, da igual a cuantas te quieran presentar, sabes que como Eva no hay más. Te engancha, te atrapa, te absorbe…

- ¡No digas eso!- protesta Eva golpeando con su mano el hombro del que acaba de despegar su cabeza.

- Pero si es verdad- se justifica Adán. Te absorbe para bien, en el sentido de que deseas quedarte con ella para siempre, quieres fusionarte con ella, ¿entendéis lo que quiero decir? No sé, es su manera de tratarte desde el principio, su delicadeza, su generosidad, siempre dando lo mejor de sí misma para hacerte sentir único, no sé, te abandonas, te dejas ir, sabes que en sus manos siempre estarás bien…

- Y es recíproco, ya lo he dicho, fue verlo y quererlo para mí para siempre- le interrumpe Eva.

- Pero, ¿dónde fue, en una fiesta?- vuelve a preguntar su amiga ahora ya sin ocultar sus dotes inquisitoriales.

- Sí, en algo parecido a una fiesta- dice Adán mientras Eva afirma con la cabeza y ambos recuerdan aquella noche en aquel Glory Hole.

domingo, 1 de agosto de 2021

Apertura española

"Karpov, Karpov, que hueles a Caldofrán", la réplica de la parodia viene a mi mente en ese preciso momento, haciéndome añadir un ja a la onomatopeya. Luego mi dedo pulsa el enter y la respuesta se pierde en el ciberespacio hasta llegar a su destinatario. Supongo que para él será un orgullo haberme hecho reír a carcajadas, aunque éstas sean escritas, mientras que para mí es sólo un movimiento más en esta partida múltiple que juego desde mi ordenador.


Ahora son seis los chats que tengo abiertos, dentro de un rato podrán llegar a ser diez, once tal vez. Detrás de cada uno de ellos un hombre, de distinta edad, distinto físico, distinta inteligencia. Todos contra mí solita; no importa, sé que puedo con todos ellos, a la vez, que los iré venciendo uno por uno, hasta que firmen su rendición. Me entretiene, diría más, me divierte mantener este tipo de conversaciones desde la tranquilidad de mi habitación. No me cuesta ningún esfuerzo encontrar la frase para responder a cada uno, de hecho me sobra el tiempo para volver a ver la parodia de Karpov en youtube o jugar a las cartas con mi ordenador. A ellos les cuesta más; buscan la réplica, tratan de excitarme, alguno incluso hasta de seducirme, y eso me deja tiempo para mantener todas estas conversaciones a la vez.


Ya hay tres que me piden que conecte la cámara. Yo decido siempre qué hago y con quién; cuando la partida se pone pesada deja de tener gracia, así que con una serie de movimientos rápidos destrozo sus estrategias, los voy arrinconando, haciendo caer sus torres hasta dejarlos por mate; se despiden diciendo que la próxima vez sí, que la próxima vez me enseñarán la gloria de sus penes. No me importa demasiado ahora que ha aparecido un galán entre el bosque de alfredolandas. Ya he hablado con él otras veces, lo conozco lo suficiente como para saber que vencerlo requerirá toda mi atención, así que me entretengo en cerrar todas las conversaciones, antes de centrarme en él.


- Me pongo como ausente pero sigo aquí, no quiero que me molesten- le digo. Él es lo suficientemente inteligente como para no hacerse el pretencioso y responde con un lacónico OK. Siguen unos movimientos de tanteo, para saber como respira el contrario, para ponernos al día y comprobar que no nos hemos olvidado. Me gusta, sabe cómo hablarme, cuándo hacerme reír y cuándo calentarme sin hacerme entrar en ebullición. Desgraciadamente está demasiado lejos como para pensar en hacer reales estas conversaciones y lo que surja. Lo que sigue soy yo cerrando el resto de pantallas. Ni vídeos, ni música, necesito concentrarme para jugar esta partida. Únicamente abro una carpeta para elegir la foto de perfil adecuada: mi mano abrazando mi propia teta, lo suficientemente explicita para saber en qué modo estoy, lo suficientemente casta para que no me bloqueen el perfil. Podría decirme a mí misma que es un movimiento trampa, uno de esos en los que haces creer al oponente que te has equivocado y le has cedido la iniciativa, pero en el que realmente sigues teniendo el control, pero ya he decidido que éste, al otro lado de la pantalla, merece firmar tablas.


- Te apetece cam??- le digo. Para entonces ya he visto su cuerpo en distintas fotos, las ha ido dosificando, aumentando la carga erótica a medida que la conversación adquiría esos derroteros. Algún otro día me pidió una foto de esas, pero le dije que no tenía. Es mentira, claro que las tengo, cuando menos se lo espere le sorprenderé con una imagen exclusiva para él, pero será en otro momento, otro movimiento en una partida que no me importaría que se eternizara.


La primera imagen lo sorprende; he orientado la cámara para que apunte directamente a mis braguitas. Sin embargo está lo suficientemente despierto (no está, lo es) como para no soltar un exabrupto:

- ¿Son corazones?- pregunta así, usando los dos signos de interrogación, por el estampado de mi ropa interior.

- No, son fresitas- le digo. Él dice que mejor, que tiene hambre, yo le digo que si se come primero el postre luego no va a querer comerme más, él dice que quien ha dicho que estuviera hablando de las fresas, yo me muerdo el labio, sonrío y apartando por un segundo la tela le enseño el plato principal. La conversación va ganando poco a poco temperatura, en paralelo al crecimiento del bulto bajo su calzoncillo. Dejo la cámara quieta, de manera que encuadre el final de mis pechos, mi vientre no demasiado perfecto y el ir y venir nervioso de mi mano entre el teclado y mi piel.


- Puedo verte la...?- pregunto con falsa timidez. A estas alturas sé de sobra que no hay hombre que no quiera mostrar su pene y cantar sus glorias; él, pese a que me pese, tampoco es una excepción. Va bajando poco a poco su boxer, hasta que la polla salta de la tela reclamando su espacio. Llevo el suficiente tiempo en internet para saber que las hay mejores, pero no está del todo mal. Le digo que me gustaría tenerla y por un instante él se queda sin palabras. Su manera de reaccionar es masturbarse para hacerla crecer un poco más. Luego se instala el silencio por unos instantes, hasta que él golpea con su rabo la mesa de su ordenador y yo le respondo gimiendo imaginando que son mis labios los que acaba de golpear con su rabo. Estoy cachonda de verdad. Mi mano desaparece bajo la tela de mi braga, los labios se pliegan al paso de mis dedos. Me toco, dibujo círculos con mi mano tratando de estimular el clítoris. Él asiste en silencio, sin reclamar la desaparición de mi ropa interior. Me deja mi tiempo y eso me gusta, no es de los que pide y pide, ni de los que suelta una burrada tipo te iba a reventar a pollazos, o que follada tienes, no. Él se toma su tiempo, luego su mano abandona su polla y escribe. Yo leo, sin pelos y con señales, la descripción detallada, y casi puedo sentir los aleteos que, dice, su lengua va a prodigar en mis labios. Quizás en otras ocasiones tenerlo ahí, arrodillado y entre mis piernas supusiese mi victoria, pero esta partida es distinta.

- Dámela- le digo, y él acerca la polla tanto a la cámara que casi estiro la mano para alcanzarla. Después observo, sus manos desapareciendo de plano para escribir, y mientras yo leo y me caliento con su respuesta, sus manos vuelven a asirse al mástil. Mientras él vuelve a teclear, yo me recreo en la descripción, en cómo dice que me va a tirar de los tobillos hasta acercarme a su cuerpo, va a acercar su polla, la va a pasear por mis labios y en el momento en el que menos me lo espere me la va a colar entera de un sólo golpe; luego, sigue apareciendo en mi pantalla a medida que él escribe, me va la va a sacar despacio, casi entera, sólo dejando el capullo preso en la entrada de mi vagina y va a volver a empujar. Yo, más que excitada, me contorsiono para, sin tener que levantarme, conseguir quitarme las bragas. Las levanto, las muestro ante la cámara, él entre emoticonos haciéndoseles la boca agua dice que le gustaría olerlas, yo río, él dice que habla en serio, y muy en serio yo me quedo pensando que tal vez, si esto sigue repitiéndose en el tiempo, quizás debiera pedirle la dirección y mandárselas para descargar en ellas sus finales.


- ¿Dónde estábamos?- dice él.

- Estabas follándome- le recuerdo.

- Siempre estaría follándote ;-)- escribe él y me siento sonreír como una idiota. Para devolver la conversación al punto de no retorno bajo la cámara, la centro en mi sexo, y ayudándome de un par de dedos separo los labios y le muestro mi coño abierto. Se queda embobado por unos instantes, sé que ha caído por él y le cuesta remontar desde las profundidades; luego vuelve a teclear: fóllate para mí, dice. Acerco mi dedo índice, lo paso por el clítoris y finalmente presiono lo justo para colar la primera falange. Él espera, me muestra como se masturba pero mi vista ya no está fija en la pantalla. Ahora que con la cámara orientada hacia abajo sé que no corro el riesgo de enseñarle la cara, miro la acción de mis dedos. Sólo cuando el sonido me advierte de un mensaje nuevo levanto la vista para leerle pidiéndome más. Yo obedezco, sumo otro dedo y una nueva falange.



Cada vez más rápido, imagino la consistencia de una polla dura en lugar de mis dedos entrando y saliendo. El calor me va ganando, recompongo la postura en mi silla para seguir masturbándome. Con los párpados a medio caer levanto la vista; se sigue pajeando para mí, mostrándome orgulloso su pene enrojecido por la fricción. En mi coño también estoy a punto de conseguir hacer saltar chispas.

- Chúpate los dedos- veo en un momento dado. Tengo que volver a leer. Sabe que no tolero que me den órdenes, pero por esta vez se lo perdono, imagino que está tan excitado como yo y que ha buscado el modo más breve de decir que él lamería mis deditos empapados en flujos hasta emborracharse de mí. Hago caso omiso, mis dedos no abandonan mi coño pero sí incremento el ritmo. No es para él, es por mí, la humedad ha ido aflorando y ya casi chapoteo. Sumo la otra mano, restriego la pipa sin parar de meterme, ya enteros, dos dedos en un frenético ir y venir por mi coño. Me voy descontrolando, ya no necesito leer sus frases. El momento de la excitación ha quedado atrás y ahora me basta a mí solita para continuar ante su mirada. Separo las piernas todo lo que la silla me permite, sigo colando los dedos de la mano diestra mientras que la otra mano alterna viajes entre mi clítoris y mis pechos.


Gimo, me muerdo el labio y ya no sé si es parte del juego o es que simplemente deseo correrme. Desearía algo más contundente que mis dedos, miro a mi alrededor pero no tengo ningún juguete a mano y no puedo parar. Froto mi pipa todo lo rápido que puedo, hasta que el antebrazo se me empieza a cargar. Mis dedos han abandonado el ritmo, ahora penetran y se quedan enterrados por minutos. Quiero correrme, se lo digo sin recordar siquiera si había encendido el micrófono. Da igual, él entiende que ha llegado el momento. Muevo mis manos todo lo intenso que puedo, en un gesto natural, nada forzado. Sé que tengo su mirada fija en la pantalla, que lo he llevado donde he querido y que espera impaciente el momento en que mi cuerpo deje de convulsionarse para incrementar el ritmo de su paja y eyacular para mí. Lo hace, mientras mi cuerpo todavía se agita al ritmo que marca el palpitar de mi coño, él recoge en una toalla vieja el fruto de su corrida.


- No ha estado mal, verdad? Besitos, chau- escribo antes de que la conversación se alargue y yo corra el riesgo de olvidar que esto es sólo un juego.