domingo, 28 de junio de 2020

Selfie

Imagino sus labios, esos que acaba de dejar marcados en mi mejilla, descendiendo por mi cuello, encaramándose a mis pechos, atreviéndose más abajo del ombligo y siento un quemazón en mi cuerpo que me hace revolverme en el asiento. El móvil chirría y ahí está la foto, mi cara y a apenas tres centímetros, la de mi amiga Carla, y en mi moflete izquierdo la forma perfecta de sus perfectos labios. 

- ¡Qué guay ha quedado, tía!- le digo sin atreverme a confesarle nada. Esa noche, después de que la foto haya circulado por todos los teléfonos de la clase, de haber recopilado mil y un me gusta, de haber escuchado por parte de todas las chicas lo guapas que salimos y después de alguna que otra confidencia de chicos que también quisieran tener los labios de Carla tan cerca de los suyos, yo cogeré el móvil en la penumbra de mi cuarto y mis manos en silencio harán realidad la fantasía. 

Cerraré los ojos y rememoraré el momento, esas décimas de segundo que pasaron a cámara lenta en las que Carla se aproxima a mi cara, el temblor que me recorre por dentro sin exteriorizarse por fuera, sus labios calientes contra mi piel de porcelana apretando para dejar bien marcado el pintalabios. La foto salió perfecta al primer intento, aunque yo hubiera deseado muchas repeticiones, hubiera deseado que Carla no se retirara riendo, hubiera deseado que aquello no fuera simplemente un juego de adolescentes. O si, me hubiera gustado que aquello fuera, nuestro, otro tipo de juego. Por eso imagino el brazo de Carla, no sujetando el teléfono a la distancia idónea para un encuadre perfecto, sino apoyándose en mi hombro, rodeándome, atrayéndome hacia su cuerpo. Lo imagino después descendiendo por mi espalda, abrazando mi cintura, posándose en mi culo. Entonces cruzo las piernas y aprieto los muslos todo lo fuerte que puedo empezando a sentir algo parecido a lo que deseo. 

Me invade un calor como el que escapaba de los labios entreabiertos de Carla, como el que desprende todo su cuerpo, su tez cobriza, sus rasgos marcados. Un calor que imagino cobijándome desde que hace tres años irrumpió en clase. Ella no sabe nada, claro, nadie lo sabe, ni siquiera en mi casa. Me preguntan todos si tengo novio, si todavía no tengo novio, si ya tengo novio, y yo me pongo colorada, con un tono de rojo que contrasta con el blanco de las perlas esféricas de mis pendientes, un colorado que se difumina en los contornos de los rizos que forma mi pelo detrás de las orejas. Un colorado que desaparece cuando, de noche y en mi cama, imagino el cuerpo de Carla sobre el mío. Desearía que fueran sus manos y no las mías las que se cuelan bajo el pijama, las que se atreven a amasar los pechos, suspiraría por que fueran sus dedos los que pellizcaran los pezones. 

Mi cabeza se estira y mi espalda se arquea sobre el colchón imaginando mi torso desnudo y los labios granates de Carla descendiendo por él. Me cubro con el edredón para que los gemidos no resuenen más allá de mi fantasía. La mano va bajando, mis dedos están extrañamente fríos, contrastan con el calor que me invade. La cara de Carla aparece en mi sueño pronunciando mi nombre con ese seseo latino que tanto me gusta. Estoy desnuda frente a ella pero no siento vergüenza, únicamente deseo. Imagino otra vez sus labios, llenando de manchas rojizas cada rincón de mi cuerpo, rehidratándose en mi boca. Mi mano sigue reptando por la piel, deslizándose bajo la goma del pantalón, sintiendo el tacto sedoso de las braguitas. En mi mente estamos como en el reguetón que le gusta escuchar, sin pijama, y riendo y moviéndonos torpemente imitando pasos de baile, hasta que sus manos agarran mis caderas, y siento el roce de sus pechos pequeños en mi piel y sus labios en mis nalgas. Mis piernas se van relajando, destrabándose, abriéndose ligeramente, porque ya son los dedos los encargados de transformar en placer mi imaginación desbordante. Rozo mi clítoris y siento que es Carla quien lo hace; repito la operación y veo su cara sonriéndome desde mi cintura. Me figuro su boca sobre mi sexo y de la comisura de mis labios escapan su nombre y un gemido que se pierden en la oscuridad de mi cuarto. Siento que es su lengua y no mis dedos los que transportan la humedad a mi coño; mi mano se mueve autónoma, abriendo los labios, frotando el clítoris. Carla no lo sabe, cuando estamos juntas en clase, en el centro comercial, por la calle, lo escondo, pero siempre es ella quien se invita a mis mejores sueños. 

Como un impulso, casi una posesión, mi cuerpo se dobla, me siento en la cama haciendo caer el edredón. Necesito incorporar la mano izquierda. Bajo ligeramente el pijama para no dar de sí la tela y aparto la braga, poco más que las yemas de dos de mis dedos se adentran en la vagina, mientras que la otra mano estimula con destreza mi pipa. Después siento la necesidad de hundir los dedos, de acelerar los gestos. Me follo. Mi cuerpo se tensa, la respiración se agita, mi mente se va nublando poco a poco y mis manos cobran vida propia. Por un segundo soy sólo físico, temblores y descargas, justo después mi cerebro se va iluminando, veo el rostro de Carla cada vez más cercano, hasta que no es más que labios. Entonces extiendo yo también los míos y siento mil sabores en mi boca.

sábado, 20 de junio de 2020

El Infierno

Tal vez aún se preguntase qué diablos hacía allí, donde la oscuridad se recoge en una habitación, rodeado de criaturas extrañas, sombras iluminadas, cual fogonazos, por destellos rojizos. Seguramente fue incapaz de resistir la tentación de empujar las pesadas puertas de “El Infierno”. 

Vestidos cortos y tacones de vértigo, pelucas, mucho maquillaje, silicona que nunca falta y carne que en ocasiones sobra. Las habituales de “El Infierno” tenemos nuestras armas, suelen ser similares, lo que cambia es la manera de usarlas. Puede servir un simple coqueteo, o llegar a ser una mano que retiene tu nuca hasta descolocarte el peinado, a veces un cachete en la nalga, incluso un desagradable insulto. Una acaba aceptando casi todo por comportarse como realmente se siente. Que nadie entienda esto como un reproche a las tímidas que no abandonan la soledad de su cuarto, a las casadas que deben contentarse con vestir las ropas de sus señoras, simplemente algunas no tenemos más remedio que vivir de esta manera. 

Verdaderas damas, auténticas putas, jovencitos aniñados, maduros de vuelta de todo. Entre todo lo que podía encontrar, él me eligió a mí, discreto empleado público de día, travesti de noche. Su mirada me huye cuando la busco desde abajo. Antes no ha sido así, antes me ha invitado a una consumición, se ha mostrado educado, tímido, terriblemente tímido, cuando le he dicho que lo entendía, que no se preocupara, que yo sabía perfectamente lo que esperaba de mí. Por eso estamos ahora así, en este banco corrido, rodeado de otras sombras emparejadas, por eso su mirada me huye cuando lo busco, le cuesta aceptarlo, a todas nos lleva nuestro tiempo, pero también por eso su mano se hunde entre las fibras de mi peluca cobriza y trata de acompañar los movimientos de mi cabeza. Porque es algo que llevamos dentro, algo que no podemos mantener callado durante más tiempo, algo que en algún momento tiene que sobrepasar los muros, salir de los armarios, expandirse más allá de los mundos virtuales. Seguramente él también dudaba, también tenía miedos, también ha prolongado la espera mucho tiempo, hasta reunir el coraje necesario. Habrá captado el nombre al vuelo en una conversación ajena, en una de machitos, en una en la que se nos trataba de yo no sé qué al Infierno y a sus moradores. Quizás él también se ha reído, nos ha insultado, ha dicho “yo no…” No, claro, nadie viene nunca por aquí; si un día se encendieran las luces de repente iba a haber muchas explicaciones que dar. 

Pero ahora no puede negar que le gusta, que sentir unos labios sin género tragando su polla lo excitan. Vuelvo a levantar la cabeza para mirarlo y encuentro unos párpados que caen al compás de un gemido. Redoblo esfuerzos. Mi mano tira de su pantalón, quiero masajear sus huevos, pero sus dedos agarran mi muñeca y la vuelven a colocar en un sitio menos pudoroso. Mi cara apenas si se separa de su vientre. Siento múltiples calores, el del ambiente cargado, el del alcohol, pero mi preferido es el suyo corporal. Chupo sin prisas, mis dientes lo torturan, mi lengua lo calma, siento su glande chocando con las paredes internas de mis mejillas. Me acomodo, en cuclillas sobre mis tacones, vuelvo a sumergir mi cabeza hasta tragármelo entero. Quisiera que me agarrara la cara con ambas manos y me hiciera mamar rítmicamente, pero ante su indecisión yo no me detengo. Mi lengua recorre su pene de abajo a arriba, remato con un largo lengüetazo a su capullo, varias veces, hasta que él se revuelve en su asiento. Intuyo que el final está cerca. Trago una buena porción, el resto es recorrida por mi mano frenéticamente, hasta golpearme los labios. Lo masturbo, apenas unos segundos, está nervioso y es inexperto. Luego siento una descarga de semen pegándose a mi paladar, rebotando en mi garganta, formando hilos desde mis dientes hasta su pene que mi lengua se empeña luego en limpiar. 

- ¿Crees que en un rato podrás…? Tienes buena pija, me gustaría poder sentirla- digo sentada en sus rodillas. Si me ha permitido esta postura sé que el único impedimento es la naturaleza. No dice nada, pero yo ya conozco la respuesta. Mira hacia otros lados, quizás en la cercanía mis rasgos no están suficientemente escondidos por el maquillaje y la oscuridad y lo perturban. Mis dedos giran su cara, quiero que me mire a mí, no quiero que pueda encontrar a otra que juzgue mejor. No ahora que siento, bajo mi vestido, en su regazo desnudo, el calor de un pene retornando a su estado natural. Ruego a una conocida que se acerque a la barra y pida dos margaritas por nosotros, pues no quisiera nunca bajarme de mi trono. Quisiera muchas cosas, que me rodeara con sus brazos, que me prometiera más y mejor, pero lo que no estoy dispuesta es a dejar de sentir su sexo contra mi cuerpo. 

- ¿De verdad crees que tengo una buena polla? - dice después de apurar de un trago media copa. Yo saco mi lengua esperando el encuentro con la suya, allí, a medio camino de nuestras bocas; cuando se traban, se da por respondido. 

Han pasado unos minutos cuando llevo sus manos a mi trasero. Ya no hay rastro de turbación en su cara, el sexo oral le ha gustado demasiado como para pararse a pensar, aún así tengo que insistirle para que apriete, para que calibre por si mismo la dureza. A nuestro alrededor no faltarían voluntarias para hacer rebrotar el esplendor de su pene, pero prefiero ser yo quien lo haga. Lo hago aparecer entre nuestros cuerpos, uno sobre el otro, e inmediatamente desaparece preso en mi mano. Lo masturbo lento, no quiero que vuelva a terminar antes de tiempo, lo siento crecer, endurecerse. Algunas miradas se posan sobre nosotros, ya ni siquiera eso le inquieta. Sigo masturbándolo, deslizando mi mano a lo largo de un pene que crece y crece. Cuando su mano me coge el relevo, me giro. Levanto el vestido, bajo la ropa interior, no le doy tiempo de fijarse en mi pene, pequeño y arrugado, ni de comparar mi culo con otros más femeninos. Me agacho, siento que su pene se dobla, que él lo dirige casi a tientas, que por fin acierta y va entrando poco a poco en mí. Hundo mi cuerpo, lo dejo caer esperando que él me sostendrá. Me siento sobre él, con su pene duro alojado en mi ano y la espalda apoyada en su pecho. Comienzo a moverme lento, no por conocido un dolor inesperado me hace detenerme. Luego continúo; me yergo, me dejo caer despacio, sintiendo como su tronco me abre en dos. A nuestro alrededor un corrillo se ha formado, la música que resuena a todo volumen me ahorra las envidias, los comentarios insidiosos. Él es mío, yo soy suya, aunque no más sea por esta noche. Está concentrado en follarme, aunque no lo pueda ver imagino su vista dirigida a la parte más baja de mi espalda, allá donde su vientre se contrae en cada caída de mi cuerpo. En algún movimiento más brusco, escapo de él, le urjo a que vuelva a metérmela. Así lo hace y yo sonrío satisfecha. 

Se incorpora y me agarra de las muñecas para que no salga disparada. Trastabillo y se me sale un zapato. Le pido que pare, jamás sin mis tacones. La expectación a nuestro alrededor se ha disuelto, otras parejas en diferentes estadios del mismo juego llaman más la atención. Apoyo mis manos en el lugar donde él había estado sentado, la espalda recta, las piernas estiradas y ya sobre mis tacones, puede volver a follarme. Lo hace. Va incrementando el ritmo, haciendo que cada vez suene más alto el choque de nuestros cuerpos, aunque la música lo tape todo, también mis gemidos. Sus manos alternan mis caderas con mis hombros, él empuja, siempre a mi espalda y mi cuerpo se sacude por sus ímpetus. Ya no temo por un movimiento más brusco que haga caer mi peluca, simplemente dejo que se alborote, que caiga por mi frente y me nuble la vista. Me folla, ya sin rastro de la timidez inicial, ya sin miedo al qué dirán, me folla y con su polla enterrada en mi ano yo me siento en la gloria. He acostumbrado a mi pene a permanecer tranquilo, más adelante, en la tranquilidad de mi apartamento, me masturbaré recordando cada detalle de esta noche, pero ahora apenas si es un mínimo trozo de carne al que mi amante permanece ajeno. Maldigo las pausas con la misma intensidad que adoro sus idas y venidas; tan sólo deseo que me folle sin descanso, sentir el placer rayano con el dolor de una polla dura abriendo mi culo, recorriendo mis entrañas, esa sensación que consigue que me sienta en verdad tal como soy. 

Quisiera prolongar eternamente este momento, pero su respiración se agita, sus movimientos son más torpes. Intuyo el final. Le pido que acabe sobre mi nalga. Lo siento salir, trato de mirar, pero el giro forzado de mi cuello únicamente me permite adivinar el frenético gesto de su mano. Apoya el glande en mi piel, golpea mi trasero en cada viaje de su mano, y al fin siento varias gotas gruesas regando mi carne. Después, él se retira, como haría un pintor para contemplar su obra, hasta perderse en la oscuridad. Tal vez vuelva a encontrarlo, tal vez nunca vuelva por aquí. Mientras, yo mojo mis dedos en el semen y degusto una vez más ese intenso sabor que alimenta mi espíritu.

sábado, 13 de junio de 2020

Puesta en escena... para un marido cornudo

 Pedro no pierde detalle. Se acomoda en la silla de playa en la que está sentado frente a nosotros; más que nervioso se diría que está excitado. Cuando me he unido a ellos charlaba con Teresa y mi llegada pareciera haberles interrumpido en el peor momento. Para aligerar la tensión he comentado algo sobre lo buena que estaba el agua y les he preguntado si de verdad no querían darse un baño. Antes de incorporarme definitivamente a la conversación me he secado con una toalla. Después me he sentado con Teresa en el banco del porche. Ante nuestros ojos Pedro y más allá el jardín y la piscina. 


- Ay, me vas a mojar toda- ríe Teresa cuando después de levantarla hago que se siente en mi regazo. El calor es intenso, pero mi bañador todavía está mojado después del chapuzón y moja la parte trasera de sus muslos. La rodeo con mis brazos y ella enrosca el suyo a mi cuello. Me gusta abrazarla, que se recueste sobre mi pecho desnudo, que sus cabellos rubios dosifiquen en cada movimiento la dosis de fragancia con la que embriagarme. La conversación fluye, va de lo abstracto a lo concreto, tratamos de diseñar planes para lo que queda de tarde de verano. Siempre con Teresa sentada sobre mis piernas, con las flores amarillas estampadas en su vestido corto absorviendo la humedad de mi traje de baño, siento un calor para el que poco sirve la jarra de agua con hielos que tenemos a nuestra izquierda. Se lo hago saber hasta provocar de nuevo sus risas. 

- ¿Qué pasa, de qué os reís?- pregunta Pedro. Teresa vuelve la cabeza, me mira, luce una sonrisa pícara. 

- ¿Se lo digo?- me pregunta. Yo me encojo de hombros, dejo el devenir de los acontecimientos en la espontaneidad de Teresa. Me besa, apenas un roce de nuestros labios, luego vuelve a mirar a Pedro y lo suelta: dice que le estoy poniendo la polla dura. Busco su mirada, hace una mueca, quizás la réplica lo ha dejado confuso, pero no soy capaz de traducir la expresión de su rostro, aunque supongo que no le debe extrañar. El trasero de Teresa lleva apenas cinco minutos sentado en la parte más alta de mis muslos, traspasándome su calor, sintiendo su roce, y mi cuerpo reacciona de la manera más natural posible. 

Sabedora de los efectos que su presencia en mi regazo me provoca, Teresa se carga de malicia. Se incorpora ligerísimamente, hasta hacer que entre nuestros cuerpos haya únicamente un leve roce, mucho más sutil, mucho más excitante. Se mueve, dibuja círculos, me tortura con el roce de sus nalgas duras y cuando quiere acierta a sentarse justo en mi polla que no deja de crecer. En uno de sus movimientos la agarro y la levanto, quiero comprobar algo que llevo sospechando desde que la senté sobre mí. Teresa ríe cuando yo levanto el bajo de su vestido para comprobar que no lleva ropa interior. Cuando la siento de nuevo sobre mis piernas me ocupo de que lo haga con el vestido recogido, para que el bulto indisimulado que el rabo comienza a dibujarme bajo el bañador reconozca la forma de su vulva. Pedro ha seguido mis gestos con la mirada; desde su perspectiva ha tenido una visión nítida del pubis desnudo de Teresa, pero no se ha sorprendido, sigue llevando las riendas de la conversación como si tal cosa. A mí me cuesta más seguir hablando, Teresa ha conseguido que la sangre prefiera concentrarse en otra parte en lugar de irrigar mi cerebro. Estoy muy cachondo y Teresa no deja de restregárseme. Mis manos enseguida buscan sus pechos. Ella las guía y comienzo a sobarlos por encima del vestido. Quiero follarla y la presencia de Pedro a apenas un par de metros no me detiene, al contrario, me estimula aún más. Busco la manera de soltar su vestido playero y al final son las ansias de calibrar la dureza de sus pezones las que me llevan a colar los dedos entre los botones que lo cierran por su parte delantera. 

No puedo más. Hasta Pedro se ha dado cuenta y se ha hecho un silencio sólo roto por mi respiración pesada y el rumor de la tarde al otro lado de la vaya del jardín. Pido a Teresa que se levante, y mientras ella se desnuda, yo también a tirones consigo bajar mi bañador. Antes de dejarla caer de nuevo sobre mi regazo agarro su trasero, y ayudándome de las manos separo sus nalgas todo lo que puedo, entierro la cara y mi lengua comienza a deleitarse en su coño. 

- Joder, qué bueno- escucho. Ha debido ser Pedro, porque Teresa sólo es capaz de expresarse mediante gemidos. Sin embargo no levanto la cara para comprobarlo. El coño de Teresa está a punto de caramelo y sólo quiero lamerlo. Mi lengua se hunde en su vagina, siento los labios replegarse, abrirme paso cuando empujo. Mantengo la cara enterrada en su raja y sacudo su cuerpo. La risa a Teresa se le mezcla con gemidos imposibles de controlar. La saliva tiene un regusto a sus flujos cuando fuerzo la garganta para tragar un pelo de su coño. Sigo sentado en el banco, pegado a la espalda de Teresa, que, con las piernas ligeramente flexionadas, es incapaz de emitir más que prolongados gemidos de placer. Hace ya un buen tiempo que la humedad se ha adueñado de su cuerpo, Teresa se sacude sin saber muy bien qué hacer con sus manos pero yo no me detengo. Quiero que se corra en mi boca y muy pronto lo consigo. Prolongo el orgasmo todo lo que puedo, y al retirarme tiro debilmente de la carnosidad de su labio con mis dientes y mi lengua extiende un hilillo de flujo hasta su ojete. 

Teresa está rendida, se ha dejado caer de nuevo sobre mí. Muevo su cuerpo de manera que mi polla quede presa entre sus nalgas. Todavía no quiero penetrarla, quiero prolongar la excitación todo lo posible. Ella me da la espalda, sobre el hombro de Teresa observo la figura de Pedro. Permanece sentado frente a nosotros, serio, atento, distingo también en él un bulto bajo sus bermudas. Tengo la polla dura y crecida, pongo a prueba su aguante moviendo el cuerpo de Teresa sobre ella. Agarro sus nalgas, la atraigo hacia mí y luego la empujo hasta casi las rodillas; el roce con su cuerpo provoca que la piel de mi rabo se repliegue, hasta que emerge el capullo enrojecido. Sigo moviendo su trasero sobre mi polla hasta que a ella la respiración se le calma y a mí el pulso se me acelera. 

- Cómemela- le pido. Teresa se baja de su trono y pesadamente se pone en cuclillas entre mis piernas. Se le ve fatigada pero en cuanto su mano eleva mi polla, una de esas sonrisas suyas rebosantes de picardía le ilumina el rostro. Quiere devolverme el placer y pone todo su empeño. La mama rápido, hundiendo buena parte de mi polla en su garganta y moviendo la mano al unísono. Le pido que baje el ritmo si quiere que resista sus ansias y así lo hace. Antes de cerrar los ojos y dejar caer mi espalda contra el respaldo veo a Pedro que no pierde detalle, aunque el cuerpo de Teresa se lo eclipsa tiene que imaginar mi polla desapareciendo una y otra vez en la boca de Teresa. Siento la lengua subir por el tronco de mi verga, rematar con un lengüetazo en el glande, volver a los huevos y jugar con ellos en su boca. Luego mama despacio, de puta madre. Mis manos buscan su cabeza, recogen sus cabellos para que no le caigan sobre la cara y Teresa lo agradece tragándose toda mi polla. Retiene mi verga al calor de su garganta y cuando la deja escapar algo parecido a una telaraña de babas se extiende entre mi pene y su cara. Me mira a los ojos, escupe sobre mi glande y vuelve a comérsela entera. 

-Ven- digo simplemente, y ella comprende. Se monta de nuevo sobre mis piernas. Vuelve a darme la espalda, a mirar desnuda y de frente a Pedro. Yo mantengo mi polla levantada con una mano mientras con la otra ayudo a Teresa a guiar su cuerpo. Cuando mi glande roza ya la entrada a su vagina se detiene, levanta la cabeza, mira a Pedro que nos observa y finalmente se deja caer. Mientras se clava en mí deja escapar un gemido exagerado. Al principio Teresa no se movía, se limitaba a estar ahí, sentada sobre mis piernas como antes, aunque ahora toda mi polla estuviera alojada en su coño. Miraba a Pedro, que ya no era capaz de seguir con la conversación y se limitaba a esperar acontecimientos. Mis manos trataban de elevar el cuerpo de Teresa, de hacerlo subir y bajar, hasta que finalmente encontré la complicidad de mi compañera de juegos y empezamos a follar despacio. Subía lento, sin dejar escapar mi rabo, y se dejaba caer pesadamente, torturándome, provocando un eco hueco al chocar de nuestros cuerpos y el crujir del banco donde estábamos sentados. Mis besos se perdían en su espalda, mis manos solo abandonaban sus caderas para, abrazándola, alcanzar sus pechos redondeados. El sol empezaba a hacer brillar el sudor que caía por su piel bronceada cuando le pedí que cambiara de postura, ya estaba bien de follar para Pedro, ahora quería mirarla a la cara. Teresa se mueve lento, me desmonta por un instante y rápidamente busco ofrecerle de nuevo mi polla como guía para su cuerpo. Se vuelve a insertar en mí, cuando estoy completamente dentro busco sus labios y nos besamos hasta casi mordernos. Rápidamente empieza un traqueteo, sus brazos me rodean, sus pechos golpean el mío en cada movimiento, en cada impulso que mis manos acompañan a sus caderas. 

Teresa permanece enroscada a mí cuando la levanto como un trofeo. Deja de botar por unos instantes, no quiere dejar escapar mi polla. Busco un trozo de suelo que no arda por el sol y me dejo caer con Teresa de espaldas. Su cuerpo se arquea, sus piernas se recogen, yo me levanto sobre mis brazos y empiezo a caer sobre ella de nuevo. Rítmicamente, tratando de prolongar lo inevitable, follamos sobre las baldosas del patio bajo una mirada de Pedro que intuyo puesta sobre nosotros pero que ya no me preocupa. Teresa requiere toda mi atención, vuelve a gemir como antes, casi de manera estridente, ya empiezo a conocer las reacciones de su cuerpo. Cuando cierra los ojos y se muerde el labio sé que se va a correr. Aguanto las sacudidas de su coño, las contracciones de sus paredes, la beso en el cuello mientras hago una pausa en mis idas y venidas. Después mi polla la martillea con fuerza, tratando de alargar el orgasmo y la descarga que la recorre de punta a punta. Teresa me rodea con sus piernas, haciendo casi un nudo sobre la parte trasera de mis muslos, como si no quisiera dejarme escapar. Sé que no voy a ser capaz de resistir su furia mucho más. 

-¿Dónde quieres que me corra?- pregunto sin tener muy claro quien espero que responda. 

- Córrete dentro- la voz de Pedro vuelve a sonar después de un rato. Miro a Teresa buscando su conformidad, pero el placer le ha vuelto sus ojos blancos. Hago caso. Inicio una nueva tanda. Siento mis músculos tensos, los cojones duros y la polla a punto de reventar. Trato de dar todo el impulso que puedo a mis acometidas, quiero surcarla entera. De repente el coño de Teresa se aprieta, quiere exprimirme, intento volver a empujar y me corro. Me detengo, me dejo caer sobre su cuerpo y permanezco abrazado a ella hasta que mi polla no expulsa la última gota de semen. 

- Tu mujer es una maravilla, folla de puta madre- digo volviendo la cabeza hacia Pedro y todavía resoplando. Él sonríe orgulloso, Teresa transporta un beso en el dedo desde sus labios hasta mi boca y cuando retiro la polla, una espesa mezcla de fluidos comienza a escapar pesadamente del coño sudoroso de Teresa.

martes, 2 de junio de 2020

Ítaca, patria querida


Maullido de Bastet, divino animal en celo
que al primer ronroneo
sin separar los pies del suelo
consigue levantar mi vuelo.

Cautivante eco que me atrapa
en este laberinto eterno,
que no es mito sino Minos.
Dulce salmo que embelesa mis oídos.

Abandono mi escudo, mi espada
frente al toro que bufa, ¡escapa!,
me postro, envuelto en mi propia madeja,
te veo aullar al tirar de tu guedeja.


Murmullo, rumor que crece entre tus olas,
canto de sirena que me embauca,
ruge contra las rocas y al llegar a la orilla
no se acalla, grita: ven a mí, argonauta.

Un himno, mi canción favorita,
agudos que brotan en lo bajo
y en el cerebro se graben,
repitiendo la melodía, así, así, no pares.

Los gemidos, los jadeos,
primitiva canción de cuna,
cuando escapan de tu boca
y llegan hasta la luna.

“Ulises, esta es tu casa,
olvida la morriña, te aguarda
el calor del hogar
y esta lluvia tan fina…”

Suspiros con los que hablas
yo te siento y me encantas,
te sigo, te sigo hasta el fin
con mi flautita, cual Hamelin.

Ya llego, ya llego, al compás de tu dedo
y su suave sintonía,
Ítaca, patria querida
mi meta, mi destino,
Ítaca, si tú quisieras,
tal vez yo podría, Ítaca,… de mil amores.