miércoles, 30 de septiembre de 2020

La insólita ocurrencia del acumulador de lencería

De la misma manera que el Real Madrid colecciona Copas de Europa, yo acumulo bragas. Sí, sí, bragas. Tangas, culottes, carpas de circo, da igual. Trofeos de antiguas conquistas o “regalos” de vecinas torpes. Por fetichismo, como recuerdo, un incipiente y erótico síndrome de Diógenes, o como juego. Cuélgate una braga del pene enhiesto, hazle una fotografía, envíasela a la dueña, y espera. Si has dejado buen recuerdo, no tardarán en picar los peces. Y además, en esta costumbre mía, creo que he encontrado una oportunidad de negocio. Te explico… 

Se trataría de una especie de corbatero, solo que en lugar de colgar de él serias y aburridas corbatas, colgaría ropa interior femenina. Para ellas, pero, ojo, también para él. Dispuestos en riguroso orden alfabético estarían insertados, cual pendones medievales, los trofeos ganados en la batalla: Amalia, Blanca, Carmen,… Fátima,…Zulema. Lo que hagas ya con ellos, contemplarlos, pajearte o vestirlos, queda en la intimidad de tu cuarto. Y chicas, ¿cuántas veces tenéis que desdoblar y luego doblar la ropa interior buscando ese tanga que le vuelve loco, esa braguita nueva comprada específicamente para la próxima visita al ginecólogo, esas bragazas de cuello vuelto para las frías noches de invierno? ¿No resultaría más cómodo verlas todas colgando de un tubo y poder escoger? ¿Y si además le damos otro uso? En una clara visión comercial había pensado en realizarlo extraíble y de forma fálica. Déjalo, sí, sí, tú que fuiste a la ESO, no lo busques en la Wikipedia, ya te lo explico yo. Forma fálica quiere decir en forma de ciruelo, de cipote, de nabo, de polla, vamos. Se fabricaría en distintos acabados: metálico y con la punta redondeada, o acolchado y de tacto natural. A imagen de Nacho Vidal, de mí o de ti, si la chica en cuestión no es una gran amante de la ropa interior. Un braguero-consolador. Para entretenerte mientras decides cual ponerte o relajarte al quitártelas. Dos en uno y unisex. Habría que buscarle un nombre nórdico y comercial, como tanguero Björklund, cuelga bragas Kvarme, o tal vez dispensador de ropa interior Saevarsson. 

¿Es un buen negocio o no es un buen negocio?, ¿empezamos ya con el crowdfunding? No dejen pasar la oportunidad, dentro de poco todos tendremos uno acoplado a la pared interior de nuestro armario.

viernes, 18 de septiembre de 2020

No puedes evitar mirarme

No puedes evitar mirarme cuando nos cruzamos por la calle, aunque vayas cogida de su mano. Y es precisamente ese detalle, sus dedos entrelazados con los tuyos, el que aporta interés a esta historia, el que da un sentido especial a tus ojos desviándose del horizonte, el que me impide saber qué piensas cuando me ves.

Si obvio tu mirada que me busca, diría que estás orgullosa de ir de su mano. Pareces una mujer segura de sí misma, altiva incluso, la cabeza erguida y ese caminar convencido; y es por eso que no sé cómo interpretar tu mirada, esa mirada subrayada por una sombra de ojos oscura, esa mirada que pierde el frente y se desvía hacia la izquierda, hacia mi posición. Quizás quieres decirme, mírame, fui tuya una noche, lo pasamos bien, pero pertenezco a otro, ahora soy suya. O quizás no, quizás me retes, quizás tu mirada es una súplica. Si me fijo en él, no lo juzgo a tu altura, a nadie lo encontraría digno de ti, tal vez ni siquiera a mí, pero desde luego no a él. Por eso quizás tu mirada buscándome es una petición de rescate, un ven, un déjame que entrelace mis dedos con los tuyos, un la próxima vez retenme, un contigo sí. 

O quizás simplemente al verme, al cruzarnos casualmente, el recuerdo de aquellas horas, de aquella noche, venga a tu mente como afluye a la mía: fresco y nítido, aunque hayan pasado los meses. Yo tampoco puedo evitar mirarte, aunque vayas cogida de su mano. Lo reconozco, me he fijado en ti ya desde muchos metros antes de esas décimas de segundo en que nuestros hombros pasan casi rozándose. Aunque los ojos se nos desvíen sólo al final, cuando estamos seguros que al otro los recuerdos le inundan la memoria. Me gustaría pensar que es así, que recuerdas las conversaciones, las risas, los brindis de champán, los arrumacos, el nombre de mi colonia por la que preguntaste tan interesada, mis ganas de comerte la boca y tus manos atreviéndose más arriba de las rodillas. 

Y todo lo demás, claro. Ojalá tu mirada sea un agradecimiento por ese orgasmo que te pilló por sorpresa, cuando rechacé los quehaceres de tus manos y me centré en ti y en tu coño imberbe. No lo esperabas, pero quería hacerlo, necesitaba hacerlo, casi desde la primera mirada. Entonces, pese a la noche, la oscuridad y el alcohol, interpretaba mejor tus miradas. Por eso me atreví enseguida a abrazarte por debajo de la cintura; tus ojos sin hablar me habían dado permiso. Y seguramente te lo dije entonces, pero por si acaso mi cabeza volviéndose ahora que nos cruzamos te lo repite: que duro y bien puesto tienes el culo. Si no fueras acompañada, te detendría y te lo diría de viva voz, buscando la sonrisa cómplice de aquella noche. Pero ahora que vas de su mano, sólo nos podemos hablar en estas miradas cruzadas que duran milisegundos. 

Quizás esa mirada furtiva tuya ahora sea la devolución de aquella mía que cegaron tus muslos. Quizás ahora se te siga erizando la piel como al pasar de mis labios entonces. Después, cuando te abandonaste estirando el cuello y con el brazo buscando el cabecero de la cama, tan centrado en tu sexo estaba, que cesaron las miradas y era tu voz la que me guiaba. Tus sigue y mi lengua concentrada en aletear sobre los pliegues de tus labios, tus qué rico y mis dedos despertando tu clítoris, tu aroma impregnando poco a poco mis sentidos y mi saliva haciendo brillar tu sexo. Quizás en este cruce de miradas de ahora viajen mi empeño y tu orgasmo modesto, sin estridencias forzadas, tan sólo mi lengua y tus dedos tomando el relevo a los míos sobre tu pipa, hasta arrancar bien la noche. 

Después, si tu mirada va cargada de recuerdos no podrás negarlo, quisiste corresponderme y te volví a sorprender; en aquella penumbra también tus ojos buscaron los míos. No me imaginabas así, ni tanto ni tan duro, pero saborearte me había llevado a mi tope. Pusiste empeño y un preservativo, pero ni el profiláctico ni tu boca pudieron llegar al final, a pesar de los ánimos y de mis manos empujando tu cabeza. Si te fijas, en mis ojos ahora que nos cruzamos no hallarás reproches, aunque me hubiera gustado conocer más y mejor las profundidades de tu garganta. Probamos posiciones y números, sentí el aroma de tu reciente orgasmo y vi en primer plano tu ano, contraído y tan irrechazable, que quizás en mi mirada hoy encuentres el lamento de no habértelo pedido. Da igual; las ganas nos pudieron y enseguida pasamos a mayores. 

Quizás en tus ojos viaja la comprensión por la impericia del desentrenado. Y aquella cama tan pequeña para mí, nos costó encontrar postura, ¿recuerdas? Cuando optaste por montarme fue todo mejor. Esa dureza lítica que te volvió a sorprender, mis manos fundiéndose en el calor de tu cintura y tus pechos redondos tan apetecibles que terminé inclinándote para poder morderlos. Y ahí, teniéndote sobre mí, abrazado a tu espalda, con tus manos tratando de levantar la camiseta que me había dejado puesta, con las caras tan cerca que no podíamos evitar el juego de nuestras lenguas, volvieron las miradas. Aunque inmediatas, eran huecas, muy diferentes de las actuales, furtivas, pero tan cargadas de matices que no consigo descomponer. Entonces el esfuerzo era otro, prolongar lo inevitable un minuto más. Te pregunté dónde, y quizás la altivez de tu mirada presente es el reproche de la decepción de la mía ante tu elección aquella noche. Además, la pregunta había llegado precipitada, antes de tiempo. El condón había volado y ya no había vuelta atrás. Tu mano se esforzó por acercar el clímax, la mía, más acostumbrada, cogió el testigo con nuevos ímpetus. Y ahí, cuando terminé de deshacerme entre tu ombligo y la cresta de tu cadera, tu mirada volvió a adquirir matices reconocibles. Esa sonrisa orgullosa y mi gesto cansado duraron bastante más de lo que tardaron las toallitas en eliminar el rastro de semen sobre tu vientre. Después la noche se sucedió en un largo descender, y las miradas fueron tornándose distantes, sin traumas, pero apagándose, como las cosas que están bien que ocurran pero tal vez nunca debieron suceder. 

Ya ves, me cuesta interpretar la tuya, pero mi mirada cuando se yergue del pavimento y busca tus ojos oscuros va cargada de bonitos recuerdos, recuerdos que perduran, que se extienden en el tiempo aún más de lo que duró el sabor de tu sexo en mi boca.

sábado, 5 de septiembre de 2020

Testimonio

- Jamás, Paco nunca me puso la mano encima, si es eso lo que usted quiere saber. Discutíamos, claro, como todas las parejas, pero nunca me trató mal. Sin embargo, con él era todo tan monótono, tan aburrido…Precisamente por eso fuimos allí. Fíjese, si le digo la verdad y con la perspectiva de estos meses, a mí también me parece raro… Paco y yo en un club de intercambio…Pero entonces nos parecía la última oportunidad de acabar con toda aquella monotonía. No crea que era algo meramente sexual, no, más bien al contrario. Con el tiempo habíamos aprendido a conocernos, a saber qué nos gustaba del otro y de nosotros mismos y nuestras relaciones eran, como suelen decir, satisfactorias. Sin embargo, poco a poco, aquello también estaba siendo conquistado por el hastío, por eso lo hicimos, como el que apuesta a la desesperada lo poco que le queda. 


Tengo que reconocer que no fue como esperábamos, al menos al principio. Estábamos como perdidos en ese ambiente, con todas aquellas luces y aquellas sombras, usted puede imaginar, y esa gente, nosotros, que hacía años que no íbamos ni a una discoteca… Entonces fue cuando los conocimos, Graciela y Fernando. Ella es argentina, bueno, eso usted ya lo debe saber. Con ese acento tan gracioso y ese cuerpo tan proporcionado… me gustó en cuanto la vi. Para Paco, para mí. A mí las mujeres antes no… no vaya a creer usted, pero ella es de esos seres que te cautivan de buenas a primeras. También Fernando es un hombre atractivo, tan alto y serio, con las canas justas y ese cuerpo… no voy a decir atlético, pero para su edad está en forma, al menos a mí me lo parecía, aunque yo, acostumbrada a Paco, usted dirá. Pero sobre todo ella. El caso es que nos hicieron tilín. Nos invitaron a una copa y charlamos. Él es ingeniero, ella no trabaja. Se habían conocido en unas clases de baile. Tango, por supuesto. Les contamos que era nuestra primera vez, ellos, claro, ya tenían algo de experiencia. El caso es que si teníamos que hacerlo quisimos que fuera con ellos, tan simpáticos, de buen ver, y de nuestra edad, aunque Graciela creo que tiene cinco o seis años menos. 

Al cabo de un rato pasamos al reservado. Usted perdone, pero es que esa palabra, reservado, me hace gracia, parece que una hubiera llamado y la estuvieran esperando. En realidad era una habitación bastante simple, con algún espejo y una cama enorme y terriblemente alta, tan alta que al sentarme con las piernas cruzadas mi cuerpo se venció hacia atrás. No me sentí ridícula porque Graciela dijo algo, ahora no recuerdo qué, para hacerme sentir bien. Ella siempre tiene la palabra justa, en cada momento. Nos repartimos como creímos que debíamos hacerlo, yo con Fernando y mi marido con ella. Los observé un poco, al principio, no mucho, porque cuando Fernando empezó con las caricias y los besos, no sé, me abandoné. ¿Cómo dice?, ¿que puedo obviar los detalles? A mi me parece que son importantes. Me desnudó con decisión pero sin prisas, como dejándome acostumbrar. La parte superior de mi vestido se enrolló en la cintura, él besó mis pechos, me reclinó sobre el colchón. Me sentí incómoda, pero no por mí, sino por él, por mis kilos de más, porque mi piel no es tersa como aparentaba la de Graciela. Sin embargo él parecía encantado. Cuando hice ademán de desnudarme de cintura para abajo me pidió que no me quitase las medias, pensé que querría rompérmelas y me dio pena, mire usted qué tontería, porque eran unas medias buenas. Pero no, algún defecto tendrá digo yo, pero no es de esos. Se incorporó, levantó mis piernas, y después de dejar caer los zapatos comenzó a besarme los pies. El empeine concretamente. Y de ahí, usted comprenderá, fue bajando. Si al principio me hacía cosquillas, después ya no sé qué era lo que sentía. Besó mis muslos como si fuesen firmes y torneados, luego dejó que terminara de desnudarme. 

Mientras él se desvestía mi mirada buscó por la habitación a Paco y Graciela. Estaban sentados en un sillón, ella sobre él, me pareció que desnudos, no sé si ya habrían empezado…usted ya me entiende. Fernando volvió a mí ya desnudo. Sus manos se posaron en mi tronco, comenzó a acariciarme. Se arrodilló junto a mi cabeza, yo ladeé la cara, supuse que era eso lo que estaba aguardando. No sabría decirle si tenía un pene grande o simplemente normal, yo cerré los ojos, abrí la boca y lo acogí. Me ayudaba de la mano y movía mi cabeza despacio, sintiéndolo en mis dientes, en la lengua. Él no decía nada, tan sólo de vez en cuando pasaba alguno de sus dedos para retirarme el cabello que me caía sobre la cara, supongo que disfrutaba. 

Él nunca dejó de recorrer con su mano mi piel. Al principio eran caricias sin más, perdidas en cualquier parte, luego ya fue concentrando sus intenciones en otros lugares, los pechos, mis pezones. Cuando su mano bajó hasta mi sexo, cerré las piernas reteniéndola ahí. De inmediato salió de mi boca, había adivinado que lo necesitaba en otra parte…Abrí los ojos para asistir al momento y vi, sobre la cama, un espejo que devolvía nuestra imagen, Paco y Graciela en su rincón, puede que hubieran cambiado de postura, no sé, con los reflejos no crea que me aclaro mucho… Lo que sí tengo claro es que estaba yo en el centro, yo con Fernando. Volví a cerrar los ojos, a perderme en mi penumbra, de todas formas para sentir su avance en mis tripas no necesitaba de muchos espejos…No sabría decirle, es extraño, porque yo sentía más o menos lo mismo que siempre, pero era distinto. Es decir, el calor era el mismo, por ejemplo, y los gemidos cuando sientes ese algo más intenso, y la boca seca, pero al tiempo era diferente, como si al pasar por mi cerebro los chispazos que se extienden por todo el cuerpo tuvieran otros matices. Es difícil de explicar. 

No sabría precisar cuánto tiempo había pasado, a mí me pareció que poco, aunque igual hacía ya media hora que estábamos en el reservado, cuando al abrir los ojos de nuevo me encontré la sonrisa de Graciela volando sobre mí. Apenas había comenzado a sudar, y en aquel cuarto hacía calor, yo por lo menos estaba empapada, ¿de qué se ríen? Ah, perdón, mejor ponga que estaba sudorosa. Busqué con la mirada a mi marido, quería fulminarlo, reprocharle que hubiera terminado ya, no aquella vez, no con ellos. Sin embargo él estaba de espaldas, ajeno, volviendo a subirse el calzoncillo. Graciela comprendió mi frustración y me calmó con un beso, recuerdo que mascaba un chicle de clorofila. Al poco Paco salió de la habitación medio desnudo y dejándose la puerta abierta a por bebida. Si él había terminado, yo no estaba dispuesta a seguirle esta vez. Sobre todo entonces, que al incansable martilleo de Fernando se unía ella, con sus besos, sus miradas, sus caricias que sabían penetrar mucho más allá de la piel. 

Ya le he dicho que a mi las mujeres antes no me atraían, pero ya no sé, igual es que nunca había estado con ninguna. El caso es que con Graciela no tenía que decir nada, ella parecía adivinar en cada momento lo que necesitaba. Fue ella la que pidió a Fernando que parara. Se tumbó sobre mí, sus pechos perdiéndose entre mis tetas, su vientre calmado contra el mío tan agitado, su coño imberbe frotándose contra mi pubis. Me sentía extraña, pero me sentía bien. No se retiró cuando Fernando volvió a la carga. Agradecí que, pudiendo entrar en el cuerpo de su chica volviera al mío. La breve pausa le había donado nuevos bríos. Me dolió tener que dejar de sentir el roce de su piel sobre la mía cuando con unos andares felinos caminó sobre la cama a cuatro patas. La vi acercarse; si me hubiera ofrecido su sexo hubiera aleteado en él, lo habría explorado con mis dedos, aunque no supiera cómo hacerlo. Pero no, tomó mi cabeza y la posó en su regazo, entre sus muslos, su coño como almohada. Quedó frente a Fernando, yo tumbada entre ellos. Veía la mirada de él, viajando desde mi cuerpo hasta la cara de Graciela. Luego él se tumbó sobre mí, levantándose sobre los brazos para no cesar de caer en mí. Hasta el final, una última tanda quizás más intensa. Luego ella se retiró, las mandíbulas de Fernando todavía estaban apretadas, le sacó el preservativo y exprimió hasta que un par de gotas espesas mojaron mi vientre. No sabría decirle cómo me sentí. Extraña, pero bien en cualquier caso. Cuando Paco regresó ya habíamos terminado, aunque remoloneábamos todavía desnudos jugando los tres. 

Repetimos el encuentro un par de veces más, la primera también en el club, la segunda ya en su casa. Siempre con el mismo formato, nos separábamos por parejas, hasta que Paco terminaba siempre demasiado pronto y Graciela se unía a nosotros. La última vez incluso Fernando tuvo que terminar lo que mi marido había dejado a medias. Estando con ellos me sentía satisfecha, también en ese sentido que está usted pensando, pero mucho más allá. Me gustaba estar con ellos, tenían mundo, habían viajado, sabían hacer otras cosas que Paco y yo ni imaginábamos… Fue entonces cuando sucedió. Graciela me llamó, querían verme, a mí sola, sin Paco, recuerdo que dijo exactamente vos sola, sin tu marido, ¿sería posible? Yo no sabía qué pensar, con ellos me lo pasaba estupendamente, pero a la vez… Paco era Paco. Por eso, aunque me habían pedido que no le comentara nada, se lo dije. Le conté, ha llamado Graciela, a ti te excita verme con otras personas, le pregunté. Creo que no lo entendió, que al oír aquello él sólo pensaba en los pechos pequeños de Graciela, en sus labios carnosos, en volver a acostarse con ella. Entonces fue cuando me di cuenta, que para acceder a su mundo Paco estaba de más, que me era un estorbo, que tenía que quitármelo de en medio… ¿Me entiende ahora, señoría?