lunes, 19 de septiembre de 2022

Por ti

“Por ti, sí, por ti, sí, por ti yo sería capaz de morir si tú me das amor sincero-o-o-o” retengo el comienzo de la canción, apenas un verso, antes de que el fraseo y los acontecimientos se aceleren y sean otros los estímulos que requieran mi atención. Observo una boca que se abalanza sobre mí; reacciono evitando los labios y dirijo los besos hacia el cuello. Te observo por un segundo, pareces sonreír cuando la excitación y la lengua que trepan por mi piel me obligan a entornar los ojos.

Por ti estoy aquí, por ti mis manos se ciñen a esta otra cintura, por ti me dejo hacer cuando sus dientes juguetean en el lóbulo de mi oreja. No tendré que disimular el rastro que la boca de esta aprendiz de vampiro va dejando en mi cuello, pues eres tú quien la anima. Un gemido sordo escapa de mi boca como respuesta al sonido de succión de sus labios abandonando mi piel; y acto seguido tu sonrisa, no podría haber mejor banda sonora.

Por ti los nervios y las manos que se traban cuando intento ayudarla con el cierre de mi cinturón, por ti la erección que no disimula el calzoncillo, es por ti aunque ella se crea la culpable. Mis ojos apenas se han acostumbrado a la penumbra del local y cuando van de ti a ella y observo vuestras miradas y vuestras sonrisas incapaces de disimular las ganas, me siento algo perdido. Extiendo la mano para asirme a tu realidad y me consuelas durante unos pocos segundos, demasiado pocos, dejándome acariciar la forma de tus caderas. Luego no me retienes cuando son las manos de ella las que agarran las mías.

Por ti contengo las ganas, por ti y porque no estoy acostumbrado a estos juegos; tardo en comprender que eres tú, que es tu excitación por cuerpo interpuesto la que tengo delante, la que se yergue sobre mi regazo, la que bambolea sus pechos pequeños y puntiagudos delante de mis ojos. Mi cerebro no entiende, pero un deseo primario me lleva a hundir la cara en su piel. Restriego, muerdo, lamo. Parece que lo hago bien, sus pezones se endurecen y recibo tu caricia como premio en mi espalda.

Por ti mis dedos recorren su columna sin prisa, por ti suben y bajan, por ti acarician la tela de la ropa interior en lugar de buscar rápidamente un hueco. Siento unas manos, ya no sé si tuyas o suyas, apretando las mías contra la carne. Estás aquí, rodeándonos, tocándonos; dijiste que no participarías, que te limitarías a mirar, pero sé que no es así, me convenzo de que no es así. Sin ti yo no sabría, sin ti yo no podría.

Por ti mi pene apunta al techo cuando sus manos quitan el calzoncillo decididas y de un tirón. Por ti su sonrisa me parece menos diabólica instantes antes de comenzar a devorarme, por ti mi cuerpo cae pesado sobre el colchón. Por ti mis manos no encuentran acomodo y cada poco me sirven de almohada como viajan a su pelo, apartan un mechón que recolocan para acompañar por unos segundos el vaivén de su cabeza. Por ti y porque, pese a mis ojos cerrados, te sé aquí, junto a mi cabeza, mirando con avidez y mordiéndote el labio, tratando de comprender, de sentir, de interiorizar, tú también, toda esta novedad.

Por ti retengo la inercia de sus cabeceos, por ti me pongo freno y me niego a abandonarme. Lo necesitas completo, lo sé, lo recuerdo. Probar, por una vez, a ver qué se siente. Tardas en encontrar mi mirada en el cambio de postura; cuando me respondes en silencio, sus manos ya han comenzado a enfundarme el preservativo.

Por ti hago una pausa, me atuso el pelo, resoplo. Por ti su mano toma las riendas y mi polla, la restriega, se humedece. Por ti me adentro, por ti empujo. Por ti evito mirarte; por ti y por mí. Mi mirada se concentra allí donde mi cuerpo entra en contacto con el de aquella mujer. Sus muslos piden descanso, mis brazos no se lo niegan, en esta postura todavía mantengo las distancias.

Por ti las idas y venidas, por ti el sudor, el cansancio. Por ti ruedo sobre la cama, por ti evito el abrazo, la piel con piel. Por ti sus caderas asimétricas y su mano guiando mi polla, por ti los dientes apretados cuando se deja caer y me hunde en ella. Por ti mis manos reticentes, por ti los dedos entrelazados como máxima ofrenda. No sé si te das cuenta de mis trampas, no sé si me juzgas. Disimulo, ofrezco mis muslos como respaldo a los movimientos de su cintura. Los viajes se hacen más cortos, más intensos. El sonido de los cuerpos chocando se impone al hilo musical que sigue vomitando música prescindible.

Por ti me exijo un último esfuerzo, por ti mis piernas se agitan, por ti trato inútilmente de elevar su cadera y martillear como se supone que debo. Gime, siempre ha gemido, aunque no le haya prestado caso; no me importa ella, no me importo yo. Todo esto es únicamente por ti.

Por ti mis límites físicos se extienden casi tanto como los mentales, por ti la mueca forzada, por ti el postrer impulso. Por ti la respiración agitada y el corazón acelerado, por ti su sonrisa forzada de final inesperado, por ti las explicaciones que no pasan de balbuceo, por ti sus movimientos ligeros y el pesado descender del semen cautivo en el látex. Por ti las toallitas, la mirada huidiza, temerosa. Por ti la aventura, el experimento. Por ti, si te gustó, por ti esta mujer o tal vez otras.

jueves, 15 de septiembre de 2022

La paella de los domingos

La paella de los domingos,



por ejemplo.

Aunque se me enfaden en Valencia

-ya ves tú qué drama-

y me prohíban viajar a Benidorm

o la entrada a Mestalla,

vengo a certificar que el secreto

de dicho plato

no está en la cazuela,

ni en el tipo de arroz,

el uso de garrafón

o la leña de naranjo.

No.



Lo que le da el toque único,

el sabor distintivo,

es algo tan sencillo

y a la vez tan complejo

como la simple compañía.



Y quien dice paella,

dice marmitako

callos con garbanzos

o cualquier otra comida.

Y sirva de ejemplo el caso

paradigmático

de la pasta con pisto

para refrendar mi teoría,

pues plato tan sencillo

no encierra gran misterio

en el tiempo de cocina;

mas, se han dado casos

que refuerzan la tesis,

sobre todo,

si se reduce la compañía.



Y es que he comido frente al mar,

con lindas vistas,

un plato hecho con mimo,

sin prisas,

con pasta italiana

y las mejores verduras.

Y estando sabroso,

sin duda afirmo,

que, con mala compañía,

es más de lo mismo.

Nunca podrá alcanzar

ese gusto, ese aroma

de pisto congelado

y macarrones de goma

que nace en el paladar

y se extiende por la memoria

cuando, del otro lado

de la mesa, está esa persona.

lunes, 5 de septiembre de 2022

Cera derretida

Me hicieron mirando el infinito, con la vista perdida en un punto a mitad de camino entre el cielo y la tierra. De aspecto serio, recio como un roble vasco, aunque mi cuerpo sea ligero y tenga la piel cubierta de cera.

Me colocaron aquí, junto a la puerta, como un reclamo del museo, y aquí sigo, siendo testigo mudo aunque mi rostro sea todo él una expresión de alerta. Moldearon mi cara siguiendo los rasgos de alguien vivo y de él heredé el apodo; alto, fiero, las manos grandes, la nariz aguileña y los ojos de un color azul hielo tan claro que a más de uno le parecen reales. Debía semejar el descendiente directo de aquellos que un día zarparon desde este puerto dispuestos a cazar ballenas, y puedo afirmar que doy el pego.

Me vistieron de ropas viejas, gastadas por los años, el pelo asomando sucio y ralo bajo un gorro que debía protegerme del frío; me colocaron un arpón en la mano izquierda y la derecha sobre la frente, a modo de visera. Un vigía, eso es lo que soy. Miro el paseo como aquel a quien represento, vigilaba el mar en busca de ballenas.

No sé si mascota o acaso emblema; impertérrito, permanezco junto a la puerta. Atraigo visitantes, me miran, se acercan, se paran. Asusto a los niños más chicos, a los mayores les sirvo de compañero de juegos, y tiran de mis ropas y me agarran de las manos; juegan con la ventaja de que sea una estatua. Como un famoso bien educado nunca niego una foto. Pongo para ellos mi expresión más hierática, mientras les veo sonreír, posar, poner caras.

Va con el sueldo diréis, y parte de razón no os falta, pero aunque no lo creáis, yo también tengo alma. De cera, madera y telas viejas, quizás, pero alma al fin y al cabo. Y hay veces en las que a uno le gustaría moverse de pronto, sentir, cobrar vida. Y por ejemplo, seguir con la mirada el deambular curioso de esta mujer que gira en torno a mí. Me observa, sonríe. ¿Qué le inspiro? Ojala algo semejante a lo que me inspira ella a mí. ¿Cómo definirlo? Es una sensación extraña la que recorre mi piel fría y amarillenta; siento que mi esqueleto se calienta, que la carne cobra blandura. Se detiene ante mi rostro, fija la atención en los ojos. Sus labios se curvan, la luz de su sonrisa me ciega. Comenta con su amiga algo en un idioma que no reconozco, pero me hace sonrojar. Y ese calor que aflora en mi rostro sigue extendiéndose por todo mi cuerpo. Sus cabellos tienen el color del sol y su brillo parece tener la capacidad de extenderse más allá de su piel cobriza; cuando su brazo rodea mi cintura el nerviosismo se apodera de mi figura. Temo por un instante salir mal en la foto. Me yergo, adopto mi expresión de siempre, pero es inútil, parece que el calor ha comenzado a quemar mi armazón de madera. Cuando se acerca más a mí, su cuerpo desprende fuego. Continúa aproximándose. Más y más, no estoy acostumbrado a estas distancias tan mínimas. Siente en sus brazos desnudos la cosquilla de mi ropa, pero no se amilana. Un fuego subterráneo comienza a circular bajo mi piel de cera. Su brazo me ciñe, sus dedos juegan en mi cintura. Siento sus senos generosos plegándose ante mi rigidez y la sangre me hierve. Toma entre su mano mi mano alzada. Siento que no podré mantenerla erguida mucho más tiempo. El calor ya reblandece mis músculos y si esta mujer tirara de mí, mi mano seguiría el camino que me marcara a su antojo. Y dios quiera que la guíe hasta su cintura, para que mis dedos, ahora que parecen de verdad humanos, recorran su amura y se deslicen hacia la cadera, con la suavidad y la insistencia de quien lija la madera. Entonces, sorprendida, me miraría a los ojos y mi boca entreabierta exhalaría un suspiro final, y yo la atraería hacia mí, soltando el arpón metálico, y mi cuerpo, todo tea, prendido por un calor atávico, ardería por completo y mi piel sería tan sólo cera derretida entre sus manos.