La paella de los domingos,
por ejemplo.
Aunque se me enfaden en Valencia
-ya ves tú qué drama-
y me prohíban viajar a Benidorm
o la entrada a Mestalla,
vengo a certificar que el secreto
de dicho plato
no está en la cazuela,
ni en el tipo de arroz,
el uso de garrafón
o la leña de naranjo.
No.
Lo que le da el toque único,
el sabor distintivo,
es algo tan sencillo
y a la vez tan complejo
como la simple compañía.
Y quien dice paella,
dice marmitako
callos con garbanzos
o cualquier otra comida.
Y sirva de ejemplo el caso
paradigmático
de la pasta con pisto
para refrendar mi teoría,
pues plato tan sencillo
no encierra gran misterio
en el tiempo de cocina;
mas, se han dado casos
que refuerzan la tesis,
sobre todo,
si se reduce la compañía.
Y es que he comido frente al mar,
con lindas vistas,
un plato hecho con mimo,
sin prisas,
con pasta italiana
y las mejores verduras.
Y estando sabroso,
sin duda afirmo,
que, con mala compañía,
es más de lo mismo.
Nunca podrá alcanzar
ese gusto, ese aroma
de pisto congelado
y macarrones de goma
que nace en el paladar
y se extiende por la memoria
cuando, del otro lado
de la mesa, está esa persona.
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