El viento que soplaba del sur
rizaba las olas y mi pelo
se arbolaba con cada uno
de los embates de tu boca.
Eran besos soñados, dulces
como tal, rociados de salitre
eran besos que eran mar.
Las manos como guimbardas
que en cada caricia afinaban
la piel, desvistiendo complejos
y mis dedos se perdían
incansables en tu amura
allí donde la vida se da
la vuelta hacia el infinito.
La gubia cincelaba lascas
imperfectas, a imagen y semejanza
de un amor que sin ser
es y tiene alma de fado
triste amor marinero que perdió
el rumbo de las estrellas
y deriva a merced de las mareas.
Agachado y muy cerquita
miraba con el ojo guiñado
como un pintor –o un ebanista-
repasaba tu silueta sin descanso,
sin advertir que entre mis dedos
fue a clavarse la astilla
de la nada cotidiana.
Penetró la carne indefensa
llegó a la sangre y por ella avanza
arrastrada por la corriente
la punzante amenaza.
Quizás alcance el corazón
quizás se quede encallada
entre mis venas laceradas.
¿Será un doliente recuerdo
o hallaré quién la extraiga?
¿Seré quien más te quiso
o en tu recuerdo seré nada?
En mitad de este naufragio
te digo que para ti
siempre habrá hueco en mi tabla.
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