Mi cabeza y el cielo se debaten.
Dudan, bajo el peso de las nubes
negras de redundancia, si soltarlo
todo o contenerse. Seguramente,
tan propio en estos lares, caigan
algunas gotas sueltas como lágrimas
mientras el clima -caprichoso
como la vida- somete las luces
y las sombras al azote de los vientos.
Quizás fuera más fácil dejar
que la lluvia estalle, y que con ella
arrastre todo, que te limpie
o que te ahogue definitivamente.
Pero luego piensas un poco en todo,
en la ilusión, en los desfiles, en los
niños tamborreros, incluso en ti,
y te dices que sería una pena
arruinar una oportunidad única en la vida.
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