anuncian la despedida
con lágrimas de bronce
y en lo alto un reloj
va descontando los minutos
para disolver el abrazo.
Con su tañido quejoso,
ronco, solidario,
informan del tiempo
que me queda entre tus brazos:
tras la media, vuelan
presurosos los cuartos.
La escena pide estación,
reclama aeropuerto,
por eso la gente nos mira
confusa, entre el horizonte
y el pueblo, hundidos
en un mar de besos.
No entienden el frenesí
la urgencia, el deseo.
No saben que debemos
luchar contra el tiempo.
Ignoran que los besos se eclipsan
cuando dan las diez en San Pedro.
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